El Franquismo: Ideología, Evolución y Legado en la Historia de España

1. Fundamentos Ideológicos del Régimen Franquista

Tras la victoria del bando sublevado en la Guerra Civil, se instauró en España la dictadura franquista, que se mantendría hasta la muerte de Francisco Franco en 1975. Franco, ante todo militar, forjó su carácter autoritario en la Guerra de Marruecos, destacando por su severidad y disciplina. Su pensamiento político estaba más anclado en el pasado que en proyectos de futuro, idealizando los tiempos de los Reyes Católicos y mostrando un profundo rechazo hacia los siglos XVIII, XIX y XX por diversos motivos, como el liberalismo, la pérdida del imperio o la decadencia cultural.

A lo largo de su prolongada existencia, el régimen franquista fue adaptándose a los diferentes contextos internacionales, pero siempre conservó su carácter dictatorial. Aunque algunos lo han considerado fascista, la mayoría de historiadores lo sitúan más cerca del autoritarismo militar clásico, similar al de Primo de Rivera o Salazar en Portugal. Su meta no era construir una nueva sociedad, como en los fascismos totalitarios, sino restaurar un orden tradicional y mitificado, centralista y católico.

El franquismo se sustentaba en una fuerte ideología antiliberal, anticomunista y nacionalista. Rechazaba por completo la democracia, el parlamentarismo, el pluralismo político y los derechos individuales. La represión fue una herramienta clave para sofocar cualquier ideología de izquierdas, especialmente el comunismo y la masonería, a quienes se consideraba responsables de la decadencia nacional.


El nacionalismo español que promovía el régimen buscaba anular las identidades periféricas. Así, se prohibieron las lenguas y culturas catalana, vasca y gallega, sustituyéndolas por la hegemonía del castellano como única lengua oficial y símbolo de unidad nacional. En el plano laboral, se impuso el nacional-sindicalismo, que anulaba la lucha de clases mediante la creación de un sindicato vertical obligatorio donde coincidían trabajadores y empresarios, aunque los conflictos se resolvían siempre en favor de los segundos, imponiéndose condiciones laborales muy duras.

Otra base ideológica fue el nacionalcatolicismo, que estableció una alianza total con la Iglesia. El catolicismo se convirtió en religión oficial y se prohibió la libertad religiosa. La Iglesia legitimó el régimen desde la Guerra Civil, presentando la victoria como una “Cruzada” espiritual. Esta influencia se plasmó especialmente en la educación, donde se adoctrinaba en valores conservadores, tradicionales y de obediencia ciega a la autoridad.

A pesar de ser una dictadura sin separación de poderes, Franco creó estructuras que simulaban una cierta representatividad a través de la llamada “democracia orgánica”. En ella, se otorgaba representación a instituciones “naturales” como la familia, el municipio y el sindicato vertical, excluyendo cualquier forma de sufragio real o participación política libre. Las Cortes eran meramente decorativas y los ministros se elegían por fidelidad al dictador, pertenencia a las familias del régimen o preparación técnica.

El régimen se sostuvo en la alianza de cuatro pilares o “familias”: el ejército, la Falange, la Iglesia y los monárquicos. El ejército tuvo un papel central en el gobierno y en la represión social, mientras que la Falange, utilizada al principio para unificar el partido único, fue perdiendo peso tras la caída del fascismo europeo. La Iglesia, con poder propio, dominaba la educación y legitimaba el poder. Los monárquicos jugaron un papel menor, apoyando el régimen por oposición a la República.


Finalmente, el franquismo se vio respaldado por las clases altas, grandes terratenientes y empresarios, así como por una clase media conservadora. El grueso de la población, marcada por el miedo, la represión y la censura, quedó despolitizada y desmovilizada, aceptando el régimen ya fuera por resignación, oportunismo o necesidad. Así se consolidó un sistema autoritario que, aunque se adaptó tácticamente al contexto, mantuvo siempre el núcleo duro de su ideología antiliberal, nacionalista y clerical.


2. Institucionalización del Régimen: Relaciones Internacionales y Etapas Políticas

La institucionalización del régimen franquista y su evolución política estuvieron fuertemente condicionadas por el contexto internacional. La dictadura puede dividirse en tres grandes etapas: el periodo de autarquía y consolidación (1939-1956), la etapa tecnocrática (1956-1973) y el tardofranquismo (1973-1975). Durante sus primeros años, el franquismo mostró una clara afinidad con el fascismo europeo, firmando el Pacto Antikomintern junto a Alemania, Italia y Japón, y retirándose de la Sociedad de Naciones. En política interna, Franco otorgó poder a falangistas como Serrano Suñer. Aunque España no entró directamente en la Segunda Guerra Mundial, sí colaboró con el Eje, como demuestra el envío de la División Azul para luchar contra la URSS junto a los nazis.

Tras el cambio en el curso de la guerra y el avance aliado, España adoptó una posición de neutralidad. Serrano Suñer fue reemplazado por Jordana, más moderado, y Franco comenzó a distanciarse del fascismo. Sin embargo, la derrota del Eje en 1945 acarreó un fuerte aislamiento internacional. España fue excluida de la ONU y la mayoría de países rompieron relaciones diplomáticas. Ante esta situación, Franco buscó legitimarse mediante una aproximación a la Iglesia, promulgando leyes como el Fuero de los Españoles y la Ley de Referéndum Nacional, que maquillaban una imagen de aparente apertura sin dejar de ser un régimen autoritario.

En 1947, se proclamó España como Reino sin rey, y Franco se convirtió en jefe de Estado vitalicio con capacidad de elegir sucesor. Pese al aislamiento, el inicio de la Guerra Fría favoreció a Franco, gracias a su feroz anticomunismo. A partir de 1950, se firmaron acuerdos comerciales con potencias occidentales. En 1953 se firmó un Concordato con la Santa Sede y los Pactos de Madrid con Estados Unidos, que permitieron establecer bases militares a cambio de ayudas económicas. En 1955, España ingresó en la ONU, lo que supuso el fin del aislamiento diplomático.


Internamente, comenzaron a surgir protestas laborales y estudiantiles, que fueron reprimidas. En 1956, con el estallido de una crisis económica y política, se introdujeron figuras tecnócratas del Opus Dei, quienes impulsaron una apertura económica con el Plan de Estabilización de 1959. A nivel ideológico, se ratificaron los principios del régimen en la Ley de Principios Fundamentales del Movimiento Nacional. Sin embargo, durante los años 60 crecieron las tensiones entre inmovilistas, que querían conservar el régimen intacto, y aperturistas, que proponían reformas. Estas divisiones estallaron con el Caso Matesa, un escándalo de corrupción que debilitó al sector tecnócrata.

En 1969, Franco designó a Juan Carlos de Borbón como su sucesor, consolidando la estrategia continuista. El final del franquismo, conocido como tardofranquismo, comenzó con el asesinato de Carrero Blanco en 1973, lo que desestabilizó el régimen. Su sucesor, Arias Navarro, intentó introducir tímidas reformas, conocidas como el “Espíritu del 12 de Febrero“, que no contentaron ni a reformistas ni a los sectores más duros del régimen, el llamado “búnker”. Las protestas sociales aumentaban, la Iglesia se alejaba del franquismo y la presión internacional crecía, especialmente tras la Revolución de los Claveles en Portugal.

En 1975, gravemente enfermo, Franco presenció la crisis del Sáhara Occidental, resuelta con la Marcha Verde de Marruecos. Incapaz de detener el declive, su muerte el 20 de noviembre de 1975 puso fin a su dictadura, dejando como heredero a Juan Carlos I, quien encabezaría la transición hacia la democracia.


3. Transformaciones Sociales y Económicas

Durante la dictadura franquista, España experimentó una notable transformación en los ámbitos económico y social, marcada por dos etapas claramente diferenciadas: la autarquía (1939-1959) y el desarrollismo posterior (1959-1975). En los primeros años, el régimen implantó un modelo autárquico inspirado en las economías fascistas de la época, cuyo objetivo era la autosuficiencia nacional mediante un férreo control estatal de la producción y el comercio. Este modelo fracasó al generar escasez, mercado negro y pobreza. La agricultura quedó bajo control del Estado, se restituyeron tierras a los latifundistas y se fundaron empresas públicas mediante el Instituto Nacional de Industria (INI), como Iberia, Renfe o SEAT.

La industria creció de forma artificial pero ineficiente, mientras que el comercio interior se vio limitado y el exterior restringido por el aislamiento internacional. La cartilla de racionamiento fue símbolo de las penurias de la época. A nivel financiero, la situación era crítica: pérdida de reservas, deuda externa, nuevos impuestos y ausencia de ayuda internacional, especialmente el Plan Marshall.

A finales de los años 50, la crisis del modelo autárquico se volvió insostenible. Con la entrada de tecnócratas del Opus Dei al gobierno, se puso en marcha el Plan de Estabilización de 1959, que supuso una liberalización económica gradual. Se abrieron las puertas al capital extranjero, se recortó el gasto público y se permitió la entrada del FMI. Aunque se recuperó la economía, se profundizaron las desigualdades sociales. El crecimiento benefició sobre todo a las clases altas, mientras que los trabajadores vieron reducida su renta.


A partir de los años 60, España entró en una etapa de fuerte crecimiento conocida como desarrollismo. Se convirtió en la duodécima potencia industrial del mundo gracias a sectores como la minería, la industria química, la automoción y, especialmente, el turismo. El turismo masivo transformó la economía y las costumbres del país: en 1960 España recibía 6 millones de turistas; en 1973, ya eran 34 millones. También se atrajeron inversiones extranjeras, especialmente estadounidenses, y se consolidó un mercado interno expansivo, con mano de obra barata.

Este crecimiento desigual obligó a muchos españoles a emigrar al extranjero (Francia, Alemania, Suiza) o a desplazarse del campo a las ciudades industriales (Madrid, Cataluña, País Vasco). Este éxodo rural favoreció la urbanización, pero también generó chabolismo y marginación en la periferia urbana. Las remesas de los emigrantes ayudaron a sostener la economía nacional.

La transformación social fue profunda. La sociedad rural y tradicional dio paso a una más urbana y moderna. El crecimiento demográfico fue notable, con alta natalidad y mayor esperanza de vida. Las mujeres comenzaron a incorporarse progresivamente al mercado laboral, pasando del 15% en 1950 al 28% en 1975. Sin embargo, el sistema seguía siendo patriarcal, con un modelo familiar conservador y represión de la homosexualidad, considerada delito.

Creció una nueva clase media, aunque persistieron enormes desigualdades: el 1,2% de la población concentraba el 22% de la riqueza nacional, mientras más de un millón de familias vivían en la pobreza. La mejora del nivel de vida y el acceso a la educación generaron nuevas demandas sociales. Los movimientos obreros y estudiantiles comenzaron a reclamar mejoras y libertades, aumentando la conflictividad social en paralelo al deterioro del régimen.


4. Represión, Exilio y Oposición Cultural durante el Franquismo

La dictadura franquista se sostuvo desde el inicio en una política de represión sistemática. Esta represión se justificó legalmente mediante una serie de leyes como la Ley de Responsabilidades Políticas (1939), la Ley de Represión de la Masonería y el Comunismo (1940), y la Ley de Orden Público (1959). Estas normativas permitieron al régimen encarcelar, torturar y ejecutar a miles de opositores, y prohibir toda forma de organización política, sindical o cultural que no estuviera alineada con el franquismo.

Durante los primeros años, la represión fue especialmente dura, con miles de presos políticos en condiciones infrahumanas. Se crearon campos de concentración y se utilizaron trabajos forzados para infraestructuras simbólicas como el Valle de los Caídos. Se calcula que unas 30.000 madres republicanas fueron despojadas de sus hijos, adoptados ilegalmente por familias del régimen. Las mujeres republicanas sufrieron vejaciones específicas: violaciones, rapado de cabeza y humillaciones públicas.

Tras el terror inicial, la represión adoptó una forma más administrativa. Se depuraron docentes y funcionarios, y se aplicó una estricta censura sobre la prensa, el cine y la cultura. Las lenguas y culturas catalana, gallega y vasca fueron perseguidas y excluidas del espacio público. La oposición, en los primeros años, fue mínima, debido al miedo, la censura y el exilio masivo.

El exilio republicano, compuesto por intelectuales, políticos y artistas, intentó mantener la legitimidad de la Segunda República. Se organizaron gobiernos en el exilio, como el de México en 1945, pero no lograron reconocimiento internacional. Dentro de España, el Partido Comunista (PCE) fue la principal fuerza opositora clandestina, apoyando a los maquis, guerrillas antifranquistas que actuaron sobre todo en zonas rurales hasta los años 50, cuando la estrategia cambió.


Desde el exterior, Don Juan de Borbón intentó sin éxito restaurar la monarquía parlamentaria. Su “Manifiesto de Lausana” (1945) fue contestado con la Ley de Sucesión (1947), mediante la cual Franco garantizó la continuidad del régimen eligiendo al Príncipe Juan Carlos como heredero.

A partir de los años 60, la oposición se fortaleció. El Congreso de Múnich (1962), con representantes del interior y del exilio, solicitó a Europa que no aceptara a España en sus instituciones mientras no hubiera democracia. El franquismo reaccionó con detenciones. El PCE, liderado por Santiago Carrillo, siguió siendo el partido más activo y reprimido. El PSOE, menos presente dentro, buscó apoyo entre las socialdemocracias europeas. En 1974, Felipe González asumió la secretaría general del partido en el Congreso de Suresnes.

El sindicalismo cobró fuerza con la fundación de Comisiones Obreras (1962), que penetró los sindicatos verticales franquistas y promovió reivindicaciones laborales. Su líder, Marcelino Camacho, fue encarcelado junto a otros en el Proceso 1001 (1972). También surgió un movimiento estudiantil antifranquista que logró disolver el SEU en 1965. Las protestas aumentaron, incluyendo a sectores cristianos de base y sacerdotes progresistas.

En el País Vasco, nació ETA como un movimiento nacionalista de extrema izquierda que optó por la lucha armada. La cultura también fue un terreno de lucha. Tras el exilio de grandes figuras como Picasso o Alberti, el panorama cultural fue empobrecido por la censura y el control ideológico. Se exaltaban los valores tradicionales, el catolicismo y la figura de Franco en prensa, cine y escuela.

Sin embargo, en los años 60 comenzaron a surgir grietas: la Ley de Prensa (1966) redujo la censura y permitió obras más críticas. Autores como Camilo José Cela, Miguel Delibes o directores como Berlanga introdujeron cuestionamientos sutiles al régimen. El control cultural se debilitaba al mismo tiempo que lo hacía el propio franquismo.