La Filosofía de Karl Marx
Materialismo Histórico: Sociedad y Lucha de Clases
Karl Marx y Friedrich Engels desarrollaron una teoría científica sobre la sociedad y la historia conocida como materialismo histórico, cuya premisa fundamental es que la estructura económica determina todos los aspectos de la vida social, política e ideológica. En esta teoría, las fuerzas productivas y las relaciones de producción juegan un papel clave en el desarrollo histórico de las sociedades. Las fuerzas productivas incluyen tanto la capacidad humana para transformar la naturaleza mediante el trabajo como los medios de producción, que abarcan herramientas, tecnología y materias primas. Por otro lado, las relaciones de producción definen cómo los seres humanos se organizan para producir bienes y servicios, lo que ha dado lugar a distintos modos de producción a lo largo de la historia, desde el comunismo primitivo hasta el capitalismo.
En cada etapa histórica, la clase dominante impone un sistema de explotación sobre la clase trabajadora, generando un conflicto de clases que, según Marx, es el motor de la historia. A medida que las sociedades avanzan, la explotación se hace más sofisticada, y el capitalismo, basado en la propiedad privada de los medios de producción y la acumulación de riqueza por parte de la burguesía, lleva la opresión del proletariado a su punto más extremo. Para mantener su dominio, la clase capitalista se apoya en la superestructura, compuesta por instituciones políticas, jurídicas, religiosas e ideológicas que legitiman el sistema y refuerzan la alienación de los trabajadores. Marx sostiene que esta alienación impide que los trabajadores sean conscientes de su explotación, lo que retrasa la transformación social.
Sin embargo, con el tiempo, el proletariado tomará conciencia de su situación y se organizará para derrocar a la burguesía, instaurando la dictadura del proletariado, una fase transitoria en la que el Estado servirá como herramienta para eliminar la propiedad privada, redistribuir los medios de producción y desmantelar la superestructura ideológica que perpetúa la explotación. Finalmente, esta fase dará paso al comunismo, una sociedad sin clases ni explotación, donde los medios de producción serán colectivos y la cooperación reemplazará la competencia. En este sistema, el Estado desaparecerá, ya que la sociedad se autogestionará sin necesidad de una estructura de poder coercitiva.
Según Marx, este será el fin de la historia, pues se habrá eliminado la lucha de clases y la humanidad alcanzará una sociedad plenamente emancipada, en la que el trabajo ya no será una fuente de alienación, sino una actividad libre y creativa que permitirá a cada individuo desarrollarse plenamente.
El Ser Humano y el Conocimiento en Marx: Alienación y Conciencia de Clase
Karl Marx desarrolla en su teoría del materialismo histórico la idea de que el ser humano es un sujeto activo en la producción de su propia existencia, diferenciándose de los demás seres por su capacidad de transformar la naturaleza mediante el trabajo. Sin embargo, en la sociedad capitalista, este trabajo pierde su carácter humanizador y se convierte en una actividad alienante, es decir, extraña y ajena al trabajador. La alienación del trabajo ocurre cuando el trabajador no controla ni el proceso ni el producto de su esfuerzo, lo que provoca que se deshumanice y se convierta en una simple mercancía dentro del sistema productivo.
En este sentido, la alienación se manifiesta en diversas formas:
- Alienación productiva
- Alienación política
- Alienación social
- Alienación ideológica
La alienación social surge de la división de la sociedad en clases, donde los burgueses poseen los medios de producción y los proletarios solo disponen de su fuerza de trabajo. La alienación política se da en la separación entre la sociedad y el Estado, que funciona como un instrumento de la clase dominante para perpetuar el sistema de explotación. Finalmente, la alienación ideológica es el mecanismo mediante el cual los trabajadores aceptan su situación de opresión, al percibirla como natural e inalterable. Esta alienación ideológica es clave para el mantenimiento del capitalismo, pues impide que los trabajadores adquieran conciencia de clase y se organicen para cambiar sus condiciones de vida. Un claro ejemplo de ello es la religión, que Marx describe como “el opio del pueblo”, ya que ofrece un consuelo ilusorio y desvía la atención de las causas reales de la miseria.
Para superar esta alienación, es necesario que el proletariado tome conciencia de su explotación y comprenda que el sistema capitalista no es un orden natural, sino una estructura histórica que puede y debe ser transformada. Este proceso de toma de conciencia es lo que Marx denomina conciencia de clase, un conocimiento revolucionario que permite a los trabajadores organizarse y luchar por la abolición del capitalismo. Sin embargo, este cambio no se logra únicamente mediante la reflexión teórica, sino a través de la acción revolucionaria (praxis) que transforme las condiciones materiales de existencia. De este modo, el conocimiento y la práctica se fusionan en un solo proceso que llevará a la liberación del ser humano y a la instauración de una sociedad sin clases.
Solo con la superación de la alienación en todas sus formas será posible restablecer la verdadera esencia del trabajo como una actividad creadora y libre, permitiendo al ser humano alcanzar su plena emancipación.
La Crítica Marxista a la Religión
Marx considera la religión un producto cultural alienante que refuerza la opresión de la clase dominante al adormecer la conciencia de los trabajadores. Al proyectar fuera de sí sus mejores cualidades y atribuirlas a un ser superior, el ser humano se somete a un orden divino que lo mantiene pasivo ante las injusticias del mundo. La religión, según Marx, justifica la explotación al presentar el sufrimiento como algo natural y al prometer recompensas en otra vida, desviando la atención de las causas reales de la miseria. Por ello, la describe como “el opio del pueblo”, ya que impide la lucha revolucionaria y la transformación social.
Para superar la religión, es necesario eliminar la explotación económica y abolir las clases sociales. En una sociedad comunista, donde no haya alienación ni dominación, la religión desaparecería junto con la estructura que la sostiene.
El Pensamiento de San Agustín
Realidad y Conocimiento: Ejemplarismo e Iluminación Divina
San Agustín, en su obra De diversis quaestionibus, defiende un dualismo ontológico conocido como ejemplarismo. Esta teoría se basa en la filosofía de Platón, quien diferenciaba entre un mundo material imperfecto y un mundo inteligible de ideas perfectas y necesarias. San Agustín adopta esta división, con la particularidad de que el mundo material está constituido por imágenes de modelos ideales que existen en la mente de Dios. Según la creación divina relatada en el Génesis, Dios crea el mundo de la nada (creatio ex nihilo), siguiendo estas ideas para formar ejemplares imperfectos que, al participar de la perfección divina, reflejan su esencia. Cristo, considerado el ejemplar perfecto, representa la perfección de la humanidad en su unión con Dios.
La teoría de los logoi spermatikoi (razones seminales) plantea que las verdades divinas ya están presentes en el mundo y solo necesitan desarrollarse. Ejemplo de esto es que el nacimiento, muerte y resurrección de Cristo ya estaban profetizados en el Antiguo Testamento (Salmo 22, Isaías 53). Tras la creación del mundo, la revelación divina queda completada, manifestando todas las razones seminales.
En sus Confesiones, San Agustín distingue dos formas de conocimiento: la fe y la razón, que se complementan entre sí. La fe ayuda a comprender mejor el mundo, mientras que la razón fortalece la creencia. Su lema crede ut intelligas, intellige ut credas («cree para comprender, comprende para creer») refleja esta relación, aunque otorga mayor importancia a la fe, pues considera que algunas verdades solo pueden alcanzarse a través de ella.
El verdadero conflicto no es entre fe y razón, sino entre razón y duda. Por ello, San Agustín refuta el escepticismo, que niega la posibilidad de conocer la verdad, y afirma que hay una verdad indubitable: la existencia del hombre. Su lema si fallor, sum («si me equivoco, existo») expresa que el hecho de equivocarse implica existencia, por lo que la existencia humana es una verdad necesaria.
El ejemplarismo permite conocer otras realidades verdaderas. A diferencia de Platón, San Agustín rechaza la teoría de la reminiscencia, ya que implica la reencarnación, incompatible con el cristianismo. En su lugar, propone la teoría de la iluminación: las ideas divinas pueden ser captadas por el hombre, quien, al estar hecho a imagen y semejanza de Dios, posee estas ideas en su mente. Sin embargo, dado que el hombre no es perfecto, debe realizar un acto de introspección para hallar la verdad en su interior. Solo con la ayuda de Dios se puede alcanzar el conocimiento verdadero.
El Ser Humano: Dualismo Antropológico y el Alma
San Agustín presenta un dualismo antropológico entre cuerpo y alma. El cuerpo es temporal, mientras que el alma es inmortal y busca la salvación eterna.
A diferencia de Platón, San Agustín rechaza la transmigración del alma (reencarnación), pues cree en el juicio divino tras la muerte y en el destino eterno en el cielo o el infierno. Existen dos teorías sobre la creación del alma, ambas con origen en Dios:
- Traducianismo: Sostiene que el alma se transmite de los progenitores a los hijos. Esta teoría explicaría la transmisión del pecado original desde Adán y Eva, pero plantea la dificultad de que el alma, al ser transmitida, podría ser compuesta y, por tanto, no inmortal.
- Creacionismo: Propone que Dios crea cada alma individualmente en el momento de la concepción. Sin embargo, esto implicaría que Dios infunde el pecado original en cada alma, lo que pondría en cuestión su bondad y perfección.
En su Carta 166, San Agustín se inclina, con reservas, hacia el traducianismo, aunque reconoce que el problema de la transmisión del pecado original y la naturaleza del alma no queda completamente resuelto.
San Agustín ve la vida terrenal como un peregrinaje hacia la visión beatífica de Dios. Para lograr la salvación, es necesario vivir virtuosamente, dominar las pasiones y contener los deseos mediante el equilibrio. Además, se deben seguir los mandamientos y el ejemplo de Jesús, especialmente el amor a Dios y al prójimo (ágape o caridad), que implica una entrega total y desinteresada.
La Ética Agustiniana: Hacia la Felicidad Suprema y el Problema del Mal
San Agustín considera la vida terrenal como un camino hacia la felicidad suprema (beatitudo), que es la unión con Dios mediante el cumplimiento del mandamiento del amor. La vida virtuosa es esencial para alcanzar la salvación, pero el pecado original dificulta este objetivo. La teoría de la gracia divina sostiene que Dios ha implantado en el ser humano una inclinación hacia el bien, manifestada en el remordimiento ante el mal y la satisfacción al hacer el bien; esta gracia es necesaria para que el ser humano pueda elegir y perseverar en el bien.
El problema del mal es un tema central en su filosofía. San Agustín refuta el maniqueísmo, doctrina que considera al bien y al mal como dos principios ontológicos opuestos y equipotentes. En contraposición, niega la sustancialidad del mal: según él, el mal no tiene existencia propia, sino que es la ausencia o privación de bien (privatio boni). El pecado, en este sentido, es el alejamiento voluntario de Dios, sumo Bien.
Dios no crea el mal, sino que otorga al ser humano la libertad, la cual, mal utilizada, permite al hombre desviarse del bien. El mal moral y el pecado son consecuencia del mal uso de la voluntad humana, por lo que la responsabilidad del mal no recae en Dios. En su obra De libero arbitrio (Sobre el libre albedrío), distingue entre:
- Libre albedrío (liberum arbitrium): Es la capacidad natural de la voluntad para elegir entre el bien y el mal. Todos los seres humanos la poseen.
- Libertad (libertas): Es la capacidad de usar correctamente el libre albedrío para elegir el bien y perseverar en él. Esta verdadera libertad solo se alcanza con la ayuda de la gracia divina.
Todo hombre, con la ayuda de la gracia, puede orientar su vida hacia Dios y alcanzar la salvación, independientemente de sus circunstancias, siempre que viva virtuosamente y cumpla con el mandato del amor.