El bienio de la CEDA y del Partido Radical. El Frente Popular. Desórdenes públicos. Violencia y conflictos sociales
A. El bienio de la CEDA y el Partido Radical (1933-1936)
En las elecciones de 1933, las mujeres votaron por primera vez. Las izquierdas estaban divididas, mientras que en la derecha surgieron nuevos partidos como la CEDA, Renovación Española y la Falange Española. El gobierno de Lerroux (Partido Radical) comenzó a revertir las reformas previas y otorgó amnistía a Sanjurjo. La polarización política aumentó.
La Revolución de Asturias (octubre de 1934)
La entrada de ministros de la CEDA en el gobierno provocó una huelga general revolucionaria. En Cataluña, Companys proclamó el Estado Catalán. En Asturias, la Alianza Obrera tomó el poder durante dos semanas, pero el gobierno respondió enviando al Ejército de África, dirigido por Franco. El resultado fueron más de 1.000 muertos y 30.000 detenidos.
Crisis política y corrupción (1935)
La polarización política continuó, y los escándalos de corrupción, como el caso del estraperlo, afectaron al gobierno.
B. El Frente Popular. Desórdenes públicos, violencia y conflictos sociales
En las elecciones de 1936, las izquierdas formaron una coalición llamada el Frente Popular, que ganó las elecciones. Se reactivaron reformas como la reforma agraria, lo que llevó a la ocupación de tierras y a un aumento de la violencia entre falangistas y juventudes socialistas. La situación de tensión llevó al asesinato de líderes políticos, y el 17 de julio de 1936, el alzamiento militar dio inicio a la Guerra Civil Española.
La crisis de la Restauración: intentos regeneradores y oposición al régimen
A. Intentos regeneradores y crisis del sistema
El reinado de Alfonso XIII (1902-1931) cerró el ciclo del sistema político de la Restauración, que, aunque estable, no supo adaptarse a los desafíos del siglo XX.
Regeneracionismo y críticas al sistema
Tras el Desastre del 98, surgió el regeneracionismo, un movimiento intelectual que buscaba renovar España. Pensadores como Joaquín Costa denunciaron el “caciquismo” y la oligarquía que dominaban el país, defendiendo que “sin escuela ni despensa no puede haber libertad”.
Reformismo conservador: Antonio Maura
Antonio Maura, del Partido Conservador, intentó una “revolución desde arriba”, con reformas como la integración del catalanismo y la modernización del ejército, pero su fracaso tras la Semana Trágica de Barcelona (1909) terminó con su dimisión.
Primeras manifestaciones de la crisis
En Cataluña, el malestar creció con críticas al ejército y al gobierno, lo que culminó en la aprobación de la Ley de Jurisdicciones (1906). La Semana Trágica (1909) fue un levantamiento popular contra la guerra en Marruecos, que resultó en una violenta represión.
El reformismo liberal: José Canalejas
José Canalejas, del Partido Liberal, impulsó reformas entre 1910-1912, como la Ley del Candado y la Ley de Mancomunidades. Sin embargo, su asesinato en 1912 detuvo su proyecto reformista.
B. La oposición al régimen
Republicanos
Partidos republicanos como el Partido Republicano Radical (1908) y el Partido Reformista (1912) se oponían a la monarquía. Además, el PSOE se acercó a los republicanos, logrando algunos éxitos, como el escaño de Pablo Iglesias en 1910.
Comunistas y anarquistas
El Partido Comunista se fundó en 1921 como escisión del PSOE, mientras que la CNT (1910) se convirtió en el sindicato anarquista más importante, defendiendo la abstención electoral y la formación de los trabajadores.
Nacionalismos periféricos
Los movimientos nacionalistas crecieron, con Cataluña liderada por Prat de Riba y el PNV ganando fuerza en el País Vasco. También surgió el galleguismo político con la creación de la ORGA en 1929.
El impacto de acontecimientos internacionales: Marruecos, la Iª Guerra Mundial y la Revolución rusa
A. La guerra de Marruecos (1909–1927)
Marruecos fue un territorio de interés colonial para las potencias europeas, y en la Conferencia Internacional de Algeciras (1906) se asignaron zonas de influencia: España obtuvo el norte, mientras que Francia controlaba el sur. Sin embargo, la resistencia de los bereberes rifeños complicó la ocupación. En 1909, la guerra en Marruecos exigió el envío de reservistas, lo que generó protestas sociales en España. Se formaron unidades como los Regulares y la Legión (fundada por Millán Astray), con participación de Francisco Franco.
El desastre de Annual (1921)
El desastre de Annual (1921) fue un revés humillante para España, ya que las tropas españolas fueron derrotadas por los rifeños, resultando en más de 10.000 bajas. El general Silvestre, responsable de la ofensiva fallida, fue acusado de irresponsabilidad. Este desastre desencadenó una crisis política que acabó con la dictadura de Primo de Rivera en 1923.
B. La Iª Guerra Mundial y la división de los partidos
Aunque España se mantuvo neutral durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918), la contienda exacerbó las divisiones internas. Los liberales eran aliadófilos (pro-Francia y Reino Unido), mientras que los conservadores, liderados por Maura, eran germanófilos (pro-Alemania). Esto fragmentó aún más los partidos tradicionales y debilitó el sistema político de la Restauración.
C. La crisis de 1917 y el trienio bolchevique
La crisis de 1917 fue un punto de inflexión, con tres conflictos simultáneos:
- Crisis militar: Los oficiales del ejército crearon las Juntas de Defensa para exigir mejoras salariales y ascensos.
- Crisis política: En Cataluña, los catalanistas, republicanos y socialistas exigieron autonomía.
- Crisis social: Los sindicatos UGT y CNT convocaron una huelga general que terminó con múltiples muertos y detenidos.
Esta crisis culminó en un gobierno de concentración, encabezado por Maura. El impacto de la Revolución rusa (1917) aumentó la agitación social en España, dando lugar al conocido trienio bolchevique (1918-1921), durante el cual aumentaron las huelgas y manifestaciones en defensa de los derechos obreros. En este clima de conflictividad, el anarquismo creció y Eduardo Dato, primer ministro en 1921, fue asesinado en un atentado.
La dictadura de Primo de Rivera y el final del reinado de Alfonso XIII
Contexto y origen del golpe
En un ambiente de crisis, Primo de Rivera dio un golpe de Estado el 13 de septiembre de 1923 con el apoyo del rey Alfonso XIII, quien aceptó la dictadura como solución a la inestabilidad del sistema de la Restauración. Primo de Rivera justificó el golpe con un manifiesto que atacaba a la clase política y proponía un gobierno con un “cirujano de hierro”.
A. La dictadura de Primo de Rivera
La dictadura se dividió en dos fases:
- Directorio Militar (1923–1925): Se suspendió la Constitución de 1876 y el gobierno estuvo en manos de militares. Durante esta etapa se suprimió la Mancomunidad de Cataluña y se prohibió el uso del catalán.
- Directorio Civil (1925–1930): Primo de Rivera introdujo civiles en el gobierno y fundó organismos como CAMPSA (petrolera) y RENFE (ferrocarriles). La dictadura experimentó un crecimiento económico en la década de 1920.
Crisis y caída del régimen
A pesar del aparente éxito inicial, la dictadura comenzó a perder apoyo. El clima de oposición intelectual y política creció, con figuras como Unamuno y Ortega y Gasset denunciando la falta de libertades. La crisis económica mundial de 1929 también golpeó duramente. En enero de 1930, Primo de Rivera dimitió y se exilió.
B. El final del reinado de Alfonso XIII
Tras la caída de Primo de Rivera, el rey Alfonso XIII intentó restaurar el sistema constitucional con la Dictablanda, un intento de suavizar la dictadura, pero este fracasó. El republicanismo cobró fuerza, con partidos como el Partido Radical (Lerroux) y Acción Republicana (Azaña). Finalmente, en las elecciones municipales de 1931, los republicanos triunfaron en muchas ciudades, lo que llevó a la proclamación de la Segunda República Española el 14 de abril de 1931. Alfonso XIII, al verse derrotado, se exilió, poniendo fin a la monarquía en España.
Desamortizaciones. La España rural del siglo XIX. Industrialización, comercio y comunicaciones
Durante el siglo XIX, el Estado liberal español impulsó dos grandes transformaciones económicas: la desamortización de bienes amortizados y el inicio de la industrialización, aunque ambos procesos fueron lentos y desiguales.
La desamortización consistió en la expropiación de bienes de la Iglesia, municipios y otras instituciones para su venta como propiedad privada. Se pretendía aumentar los ingresos del Estado, reducir la deuda pública y fomentar una clase media propietaria. La primera gran desamortización fue la de Mendizábal (1836), que afectó a los bienes de las órdenes religiosas y generó una ruptura con la Iglesia hasta el Concordato de 1851. Su propósito era financiar la guerra carlista y consolidar el liberalismo, pero en la práctica las tierras pasaron a manos de grandes propietarios y burgueses urbanos. La segunda gran desamortización fue la de Madoz (1855), que afectó también a bienes comunales y del Estado. Tampoco logró crear pequeños propietarios, sino que concentró aún más la tierra. En conjunto, estas medidas afectaron a la mitad de las tierras cultivables del país. Los principales perjudicados fueron los campesinos sin tierras, especialmente en Andalucía, lo que generó dependencia de los caciques, altos niveles de analfabetismo y una intensa emigración rural.
En cuanto a la industrialización, el proceso fue limitado por la falta de energía, escasa inversión y la persistencia de la artesanía tradicional. El uso del vapor se inició en los años treinta, destacando la industria textil catalana, pionera gracias a los telares de vapor introducidos por los hermanos Bonaplata. Sin embargo, el reducido mercado interno y la competencia extranjera dificultaron su expansión. La industria siderúrgica comenzó en Málaga, pero fracasó, y más tarde se desarrolló en Asturias y, sobre todo, en Vizcaya, que se convirtió a finales de siglo en el principal centro siderúrgico gracias a la riqueza en hierro y su puerto, destacando empresas como Altos Hornos de Vizcaya.
En el ámbito del comercio, España partía de un mercado muy fragmentado. El Estado liberal promovió la creación de un mercado nacional mediante la eliminación de aduanas interiores, la libertad comercial, la unificación monetaria con la peseta (1868) y la implantación del sistema métrico decimal. La política comercial alternó entre el proteccionismo y el librecambismo, predominando el primero salvo en periodos como el Sexenio Democrático.
Finalmente, las comunicaciones jugaron un papel esencial en el desarrollo económico. La Ley de Carreteras (1857) impulsó una red radial desde Madrid, pero fue el ferrocarril el principal motor de modernización. Desde la inauguración de la línea Barcelona-Mataró (1848), la red ferroviaria creció con apoyo extranjero y subvenciones, alcanzando 5.000 km en 1866. Aunque transportaba poco debido a la crisis agrícola e industrial, fue clave para la integración del mercado nacional y el impulso de la economía.
La evolución de la población y de las ciudades. De la sociedad estamental a la sociedad de clases
Durante el siglo XIX, la población española creció de forma lenta y desigual en comparación con el resto de Europa. Mientras países como el Reino Unido o Alemania experimentaban un notable auge demográfico, España pasó de 11,5 millones de habitantes en 1800 a 18,6 millones en 1900, con un crecimiento del 6% por década. A lo largo de este periodo, más del 70% de la población vivía en el campo, y el crecimiento urbano fue consecuencia más del abandono rural que del desarrollo industrial.
España mantuvo un modelo demográfico del Antiguo Régimen, caracterizado por una alta natalidad (35 nacimientos por mil) y una alta mortalidad (29 defunciones por mil en 1900), lo que limitaba el crecimiento natural. La esperanza de vida era apenas de 35 años, debido a la malnutrición, las crisis de subsistencias agrícolas y unas condiciones higiénicas muy deficientes que propiciaban epidemias como el cólera o el tifus. Solo Cataluña, gracias a su incipiente industrialización, comenzó una transición demográfica con descenso de la mortalidad.
En cuanto a los movimientos migratorios, hasta 1880 la emigración exterior fue escasa, pero a partir de esa fecha aumentó hacia América Latina, especialmente a Cuba, Argentina y Uruguay, con salidas desde Galicia, Asturias y Canarias. Entre 1880 y 1914 emigraron más de un millón de españoles. Paralelamente se inició un éxodo rural interno, con desplazamientos del campo a las ciudades más dinámicas como Barcelona, Madrid, Bilbao o Valencia, mientras que las regiones del interior se despoblaron progresivamente.
El crecimiento urbano, aunque limitado respecto a otros países europeos, fue notable. A partir de mediados de siglo, se llevaron a cabo planes de ensanche para modernizar las ciudades. En Barcelona, Ildefonso Cerdá diseñó un plano en cuadrícula con calles anchas, como la Diagonal. En Madrid, los barrios de Argüelles y Salamanca fueron promovidos por Carlos María de Castro. También destacó el ambicioso, aunque inacabado, proyecto de la Ciudad Lineal de Arturo Soria. Además, surgieron nuevos medios de transporte urbano, como el tranvía eléctrico, que empezó a funcionar en 1899. Sin embargo, en 1900, el 64% de la población seguía siendo campesina.
En el ámbito social, el siglo XIX supuso el paso de una sociedad estamental a una sociedad de clases. Con el Estado liberal, desaparecieron los privilegios legales de nobleza y clero, y todos los ciudadanos pasaron a tener los mismos derechos jurídicos. Las diferencias sociales ya no dependían del nacimiento, sino de la riqueza y el trabajo, dando lugar a una estructura social más abierta pero con una movilidad limitada.
La clase alta estaba formada por grandes propietarios —muchos de ellos nobles terratenientes— y la alta burguesía industrial y financiera. Solían vivir de las rentas, ocupaban altos cargos en el Estado y el ejército, y dominaban la política durante el liberalismo censitario, donde solo votaban los ricos.
La clase media era urbana y minoritaria (alrededor del 5% de la población). Estaba compuesta por comerciantes, pequeños empresarios, funcionarios y profesionales liberales, representando un grupo muy heterogéneo.
La clase baja, mayoritaria, incluía en las ciudades a artesanos tradicionales (más de 665.000 en 1860), a obreros industriales (154.000), y a empleados del servicio doméstico (818.000), muchos de ellos mujeres y niños, con salarios bajos y condiciones precarias. En el campo, predominaban los campesinos y jornaleros sin tierra, cerca de 2,5 millones, que vivían en una gran precariedad económica y social.