El preámbulo de la guerra
Los militares sublevados en julio de 1936 justificaron la insurrección por un motivo básico: salvar a España de una inminente dictadura comunista que, supuestamente, llegaría con la ayuda de la masonería. Según ellos, la acción militar era un movimiento nacional inevitable, ya que el pueblo español corría el riesgo de una revolución que lo convertiría en satélite de la Unión Soviética.
Esto no era cierto en 1936. El Partido Comunista de España (PCE), con 14 diputados (elegidos en las listas del Frente Popular), seguía las directrices de Moscú y preconizaba la alianza con gobiernos democráticos para frenar la expansión del fascismo en Europa. Las supuestas conspiraciones entre el comunismo y la masonería nunca existieron.
En la primavera de 1936, hubo un deterioro importante del orden público, y el Gobierno no actuó con la suficiente firmeza y habilidad. Esto contribuyó a radicalizar la división social e ideológica del país.
Los gobiernos del Frente Popular
El 18 de febrero de 1936, el presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora, encargó la formación de Gobierno a Manuel Azaña, quien aplicó el programa del Frente Popular.
El programa se asentaba en cuatro ejes principales:
- La reforma agraria.
- La intensificación del desarrollo de la política educativa.
- La amnistía de todos los presos políticos.
- El restablecimiento de la Generalitat de Cataluña.
Además, se dio un impulso definitivo para aprobar los Estatutos de Autonomía del País Vasco y de Galicia, que habían sido paralizados en el bienio anterior por la derecha.
El 7 de abril de 1936, Alcalá-Zamora fue destituido de la presidencia de la República y, en su lugar, fue elegido Manuel Azaña el 10 de mayo, en una votación en la que no quisieron participar los diputados de la derecha. La presidencia del Gobierno la asumió el republicano y nacionalista gallego Santiago Casares Quiroga. Sin embargo, ni Azaña ni Casares Quiroga pudieron evitar el deterioro progresivo del orden público.
El desorden público se manifestó de tres maneras principales:
- Primero, la violencia en el campo, con huelgas y ocupación de tierras en Extremadura y Andalucía, y el auge de la conflictividad social en las ciudades.
- Segundo, ataques a edificios eclesiásticos y la quema de algunos conventos por grupos espontáneos.
- Tercero, los atentados políticos protagonizados por grupos situados en los extremos del arco ideológico: falangistas y monárquicos por un lado, y comunistas y anarquistas por otro.
El atentado más significativo fue el asesinato, el 13 de julio de 1936, de José Calvo Sotelo, diputado y dirigente monárquico del partido Renovación Española. Este hecho produjo un gran impacto emocional en la derecha política y entre los altos cargos militares que ya preparaban la insurrección contra la República. El atentado fue perpetrado por miembros de la Guardia de Asalto como represalia por el asesinato de un teniente de este cuerpo armado, José del Castillo, cometido días antes por falangistas.
La radicalización social y política
En la derecha, se produjo un incremento de las actividades violentas de la Falange Española y de las JONS. El Gobierno respondió con la persecución legal del partido y detuvo y encarceló a su líder, José Antonio Primo de Rivera, acusado de organizar alteraciones del orden público y de tenencia ilícita de armas. La Falange planteaba una alternativa autoritaria al régimen parlamentario, inspirada en la ideología fascista que había triunfado en Italia con Mussolini. Tanto la Falange como los carlistas estaban entrenando por aquellos días unidades paramilitares.
En la izquierda, también hubo una radicalización, especialmente en determinados sectores del PSOE y en las filas de la CNT. En el PSOE se había producido una división interna entre un sector radical, liderado por Largo Caballero, y un sector moderado, de ideas socialdemócratas, cuyo dirigente principal era Indalecio Prieto. En el Congreso de Zaragoza, la CNT confirmó su posición revolucionaria y antirrepublicana con un programa de acción radical que proponía:
- La supresión del culto religioso público.
- La confiscación de todos los bienes productivos.
- La organización colectiva de la propiedad.
- La creación de comunas libres con organización autogestionaria.
- La desaparición del Estado.
Esta radicalización ideológica y política se hizo visible incluso en las poblaciones más pequeñas. Sin embargo, la guerra no era inevitable. Durante la crisis de la década de 1930, la radicalización de la sociedad europea fue un fenómeno general y muy parecido al español. En España, la diferencia estribaba básicamente en la actitud y en la voluntad golpista de un sector del ejército, dividido desde el principio del período republicano. Las asociaciones clandestinas como la Unión Militar Española (UME) y la Unión Militar Republicana Antifascista (UMRA) fueron reflejo de esta división.
La conspiración militar
Desde el momento en que se proclamó la República, una parte del ejército nunca dejó de conspirar contra ella. El golpe de Estado fracasado del general José Sanjurjo en 1932 fue un ejemplo de ello. Entre las diversas conspiraciones contra la República, destacan los sucesos de la noche de las elecciones de febrero de 1936. Cuando se conoció el triunfo electoral del Frente Popular, el general Franco, entonces jefe del Estado Mayor, propuso la declaración del estado de guerra, a lo que se opusieron el ministro de la Guerra, el general Nicolás Molero, y el director general de la Guardia Civil, el general Sebastián Pozas.
El Gobierno de la República, consciente de este peligro, situó como jefes de las capitanías generales a militares de probada fidelidad republicana. Los generales menos adictos al régimen republicano fueron enviados a capitanías poco importantes o a las insulares: Franco fue destinado a Canarias; Manuel Goded, a Mallorca. Nadie sospechó que el general Emilio Mola, destinado a Pamplona, se entendería con los carlistas navarros.
En los primeros días de marzo de 1936, empezaron a tramarse varias conspiraciones a la vez. Grupos de generales, por una parte, y de políticos de la Comunión Tradicionalista, de Falange Española y de Renovación Española, por otra, planificaron diversas tentativas de insurrección contra la República. Sin embargo, a partir del mes de abril, fue el general Mola quien prepararía una red golpista más consistente, obteniendo la confianza de todos los movimientos antirrepublicanos. Todos los intentos civiles quedaron diluidos en el proyecto militar. El golpe planificado por Mola tenía que ser una acción rápida en la que, a diferencia de otros golpes de Estado, se utilizaría el grado de violencia que fuera necesario con el fin de triunfar en pocos días.
El golpe de Estado que preparaba y dirigía el general Mola no se planteaba al estilo del efectuado por el general Primo de Rivera. El propósito de sus promotores era intencionalmente violento. Ello explica, en parte, la lucha civil a muerte en que derivó la insurrección militar.
El golpe de Estado se adelantó al 18 de julio, debido al impacto emocional que causó entre los conspiradores el asesinato de José Calvo Sotelo. Este, antiguo ministro de la época de la dictadura de Primo de Rivera, gozaba de prestigio entre los militares conjurados y se había distinguido por sus acusaciones contra la República en los discursos en el Congreso de los Diputados.
La conspiración militar estaba en conexión con una trama civil de importantes terratenientes y financieros, como el mallorquín Joan March, quien el 11 de julio hizo llegar al norte de África un avión alquilado, el Dragon Rapide, para trasladar al general Franco de Canarias a Marruecos en el momento en que se produjera el alzamiento militar.
La insurrección militar y su respuesta
La sublevación militar se inició en Melilla el 17 de julio de 1936. Franco volaba de Canarias a Marruecos y se ponía al frente del ejército de África. El general Romerales, jefe de la circunscripción oriental de Marruecos, fue fusilado, acusado por los golpistas de rebelión militar. Los militares fieles a la República se negaron a colaborar con los golpistas. Esto ponía de manifiesto que los insurrectos querían imponer una nueva legalidad mediante la violencia. El general Gonzalo Queipo de Llano declaró el estado de guerra en Sevilla, extendiéndose la sublevación al resto de España.
España dividida
La insurrección no tuvo éxito en todas partes y, para el 20 de julio, el país quedó dividido. Los rebeldes habían triunfado principalmente en la España rural. El resto del país, incluyendo las principales ciudades industriales y la capital, se mantuvo fiel a la República. Las tropas africanas habían quedado inicialmente frenadas en el estrecho de Gibraltar. En la España leal a la República, se crearon numerosos comités locales y provinciales que asumieron la administración de los ayuntamientos. Aunque el Gobierno de la República, los gobiernos del País Vasco y de Cataluña, y los alcaldes continuaban representando la legalidad formal, carecían de los resortes reales del poder y de la capacidad de hacer cumplir sus decisiones. En los tres primeros días del golpe, se sucedieron tres gobiernos:
- Santiago Casares Quiroga (dimitió el 18 de julio).
- Diego Martínez Barrio (intentó formar gobierno sin éxito).
- José Giral (formó gobierno el 19-20 de julio).
El poder popular, a pesar de no tener unidad ni coherencia política, consiguió desplazar en las decisiones a los políticos. Esto llevó a muchos abusos de poder y numerosos asesinatos, sobre todo de miembros del clero.
En la zona republicana, el ejército regular prácticamente había desaparecido, desarticulado por la sublevación. El esfuerzo militar inicial fue asumido por las milicias populares, formadas espontáneamente por partidos y sindicatos.
En las zonas controladas por los sublevados, los generales rebeldes fueron sustituyendo a los alcaldes, gobernadores y jefes militares leales a la República. Muchos miembros y simpatizantes del Frente Popular fueron asesinados o fusilados sin juicio. La insurrección militar había dejado a España dividida en dos zonas con idearios radicalmente opuestos. Empezaba una larga y cruenta Guerra Civil.
La dimensión internacional de la guerra
Gran parte de la prensa americana y europea se posicionó a favor de la democracia republicana frente al fascismo. La URSS, por su parte, realizó un gran esfuerzo diplomático para dirigir el apoyo internacional hacia posiciones favorables a sus planteamientos.
El ejército franquista recibió ayuda crucial de la Alemania de Hitler (con la Legión Cóndor) y de la Italia de Mussolini (con el Corpo Truppe Volontarie), sin la cual difícilmente habría ganado la guerra. Los republicanos obtuvieron el apoyo de la URSS, que les facilitó consejeros y armamento, y, en menor medida, de Francia. También fue importantísimo el papel de las Brigadas Internacionales, voluntarios de diversos países que acudieron para ayudar a salvar a la República.
Francia y Reino Unido propiciaron la creación de un Comité Europeo de No Intervención, con el objetivo teórico de vigilar que no se enviara material de guerra a ninguno de los dos bandos, aunque en la práctica fue poco efectivo y perjudicial para la República.
Las fases militares de la guerra
Las tropas insurrectas tuvieron la iniciativa militar durante casi toda la contienda. La guerra puede dividirse en tres fases principales:
- Primera fase (julio-diciembre de 1936): Desde el levantamiento hasta finales de año.
- Segunda fase (1937-1938): Dos años de guerra de frentes, con grandes batallas como la del Jarama y la del Ebro.
- Tercera fase (diciembre de 1938-abril de 1939): Período final de descomposición de la resistencia republicana y grandes avances de las tropas franquistas.
Los primeros meses de la guerra (julio-diciembre de 1936)
El primer objetivo militar de los insurrectos era Madrid. El general Mola envió columnas desde Pamplona hacia la capital. Mientras tanto, el ejército de África había conseguido atravesar el estrecho de Gibraltar con la ayuda crucial de la aviación de Mussolini.
En la Península, las fuerzas de Franco avanzaron desde el sur: entraron en Córdoba y Granada y, desde Sevilla, se dirigieron hacia Madrid por Extremadura. Sin embargo, la eficaz defensa republicana de la capital le obligó a detenerse. Ante el avance, el Gobierno de la República se trasladó a Valencia por motivos de seguridad. En el norte, en septiembre, el general Mola ocupó Irún y Donostia-San Sebastián. Mientras tanto, las tropas sublevadas concentradas en Galicia, donde había triunfado el alzamiento, llegaron a Oviedo (donde el coronel Antonio Aranda resistía el sitio al que lo sometían los mineros y obreros asturianos) y acabaron con la resistencia republicana en esa zona.
Las milicias catalanas que se dirigieron hacia el frente de Aragón ocuparon algunas poblaciones, como Bujaraloz, Pina de Ebro, Caspe y Alcañiz, pero fueron frenadas ante Huesca, Zaragoza y Teruel. También fracasó la expedición catalana a Mallorca e Ibiza, formada por unos 8000 voluntarios y dirigida por el capitán Alberto Bayo, que tenía como objeto conquistar las islas, entonces en poder de los militares sublevados. La desorganización, la falta de preparación, la carencia de una jerarquía militar clara y la indisciplina de estas columnas republicanas explican, en parte, su debilidad y estos fracasos iniciales.
De la batalla del Jarama a la batalla del Ebro (1937-1938)
Las tropas insurrectas intentaron de nuevo conquistar Madrid mediante maniobras para cercarla: primero por la carretera de A Coruña, después por el río Jarama y, por último, por el norte de la provincia de Guadalajara. Al no conseguirlo y ante la imposibilidad de ocupar la capital, Franco decidió centrar su ataque en lo que quedaba de Andalucía en manos republicanas e intentar acabar con las resistencias en Asturias y el País Vasco. Málaga y otras ciudades andaluzas cayeron rápidamente (enero-febrero de 1937).
Tras el fracaso de las tropas franquistas en las batallas del Jarama y Guadalajara a comienzos de 1937, en marzo, el general Mola, con la importante colaboración del ejército italiano y de la aviación alemana de la Legión Cóndor, inició una decisiva campaña militar en el frente norte. Después del tristemente célebre bombardeo de Gernika en abril de 1937, Bilbao cayó. Parte del ejército vasco se rindió en Santoña (Pacto de Santoña), negándose a prolongar la resistencia. Esta continuó en Asturias hasta la caída de Gijón en octubre, con lo que toda la cornisa cantábrica, con sus valiosos recursos energéticos e industriales, quedó en manos de los franquistas.
En diciembre de 1937, las tropas republicanas lanzaron una ofensiva contra Teruel, ciudad que ocuparon el 8 de enero de 1938. Sin embargo, en febrero, después de una batalla sangrienta, las tropas nacionales (franquistas) volvieron a recuperar el control de la ciudad. Poco antes, el 31 de octubre de 1937, el Gobierno de la República se había trasladado de Valencia a Barcelona.
En marzo de 1938, el ejército de Franco comenzó una ofensiva contra el frente de Aragón, situado entre los Pirineos y el río Ebro. El 3 de abril, las fuerzas franquistas ocuparon las primeras plazas catalanas, incluida Lleida, y el día 5 Franco derogó el Estatuto de Autonomía de Cataluña. El 15 de abril, las tropas insurrectas llegaron a Vinaròs (Castellón), al norte de la Comunidad Valenciana, alcanzando el mar Mediterráneo en la margen derecha del Ebro. Con ello, la zona republicana quedaba dividida en dos.
El ejército republicano, reorganizado bajo el mando del general Vicente Rojo, preparó una gran ofensiva en la zona del Ebro con el objetivo de volver a unir el territorio republicano. El ataque, dirigido por el coronel Juan Modesto y otros mandos militares, muchos de ellos procedentes de las milicias comunistas, comenzó durante la noche del 24 al 25 de julio de 1938.
La batalla del Ebro se prolongó durante casi cuatro meses (hasta noviembre de 1938) y en ella se produjeron enormes bajas en ambos bandos. Se disputó el terreno palmo a palmo, con continuas ofensivas y contraofensivas. Finalmente, Franco consiguió romper el frente republicano y tuvo libre el acceso hacia Cataluña. En esta cruenta batalla, la más sangrienta de la guerra, la República perdió la última posibilidad real de cambiar el curso del conflicto.
La rendición final (23 de diciembre de 1938 – 1 de abril de 1939)
El 23 de diciembre de 1938, Franco dio la orden de iniciar la ofensiva final contra Cataluña, atacando por Tremp y Seròs. Si en Tremp el ejército republicano logró resistir una semana, en Seròs se derrumbó rápidamente y se produjo una auténtica desbandada.
El ejército franquista fue ocupando toda Cataluña: el 15 de enero de 1939 entró en Tarragona; el 26 de enero, en Barcelona; y el 4 de febrero, en Girona. El 9 de febrero, las tropas franquistas llegaban a la frontera francesa. El Gobierno republicano, junto con el vasco y el catalán en el exilio, pasaron la frontera acompañados de cientos de miles de personas que huían (La Retirada).
El 27 de febrero de 1939, Manuel Azaña dimitió como presidente de la República desde Francia y no fue sustituido. No obstante, Juan Negrín, jefe del Gobierno, volvió a la zona Centro-Sur en avión para intentar organizar la resistencia. Pero ya quedaba poco por hacer, en parte debido al golpe de Estado del coronel Segismundo Casado (5 de marzo de 1939), jefe del Ejército del Centro en Madrid, quien, con el apoyo de algunos sectores socialistas y anarquistas moderados, pretendía una paz negociada con Franco para evitar mayores represalias. Franco, sin embargo, únicamente admitió la rendición incondicional. El 28 de marzo, las tropas franquistas ocuparon Madrid. Las otras ciudades de la zona republicana se entregaron sin apenas resistencia: Jaén, Ciudad Real, Albacete, Valencia y Murcia. La última ciudad que ocupó el ejército franquista fue Alicante, el 31 de marzo. El 1 de abril de 1939, Franco emitió el último parte de guerra, declarando el fin del conflicto. La guerra había acabado.