La Poesía Española de Posguerra: Voces de Resistencia y Renovación
Con la victoria franquista, muchos autores habían muerto (como Federico García Lorca o Antonio Machado), otros se encontraban exiliados (Rafael Alberti, Luis Cernuda) o en la cárcel (Miguel Hernández). Los poetas simpatizantes del régimen, conocidos como «arraigados», fueron figuras como Leopoldo Panero o Luis Rosales, cuya visión del país era idealizada y sus metros, clásicos. Por otro lado, los poetas republicanos presentaron una visión triste del mundo que solo se superaba con la poesía. Publicaron en revistas como España e Ínsula, destacando sobre todo Vicente Aleixandre, Blas de Otero y Dámaso Alonso. En sus escritos, proyectaron su deseo de justicia social en un tono áspero, y la religión fue tratada con dudas, lo cual provocaba desesperación.
En los años sesenta, destacaron Ángel González, Juan Goytisolo, Claudio Rodríguez y Jaime Gil de Biedma. Su temática fue amorosa desde un punto de vista erótico, con incursiones en el amor homosexual. La crítica social la edulcoraron con ironía y humor para encubrir su tristeza.
Miguel Hernández: Puente entre Generaciones
Miguel Hernández fue un poeta puente entre el Grupo del 27 y la poesía de posguerra. En 1936, publicó El rayo que no cesa, obra que aborda el dolor que provoca el amor no correspondido a través de imágenes surrealistas, como el rayo o elementos puntiagudos que dañan el alma. Con Viento del pueblo, inauguró una etapa comprometida con la República, en la que aparecía el pueblo oprimido y el poeta salvador. El hombre acecha expuso los horrores de la guerra. Cuando fue detenido por su simpatía con el bando republicano, escribió Cancionero y romancero de ausencias, en el que retomó el tema amoroso, echando en falta a su mujer e hijo y manifestando dolor por la falta de libertad. En sus obras, la pena iba ligada al amor o la muerte; el amor, a la pasión, a la maternidad o al matrimonio; y el odio se vinculaba con la crueldad.
Blas de Otero: De lo Existencial a lo Social
Blas de Otero comenzó con una temática religiosa y existencialista con Ángel fieramente humano. Sin embargo, por influencia de Jean-Paul Sartre, evolucionó hacia una obra más social, en la que se antepusieron los problemas humanos a la estética formal. El poeta buscó en la solidaridad el camino que no halló con la religión; deseaba la convivencia fraternal y la paz. Formalmente, su estilo fue más sencillo para llegar a un público más extenso, aunque el trasfondo era serio y concentrado. Con Historias fingidas o Mentiras, elaboró una poesía sin sujeciones formales, pero enriqueciendo el léxico empleado, centrada en la intimidad.
Jaime Gil de Biedma: Tiempo, Amor y Crítica
Jaime Gil de Biedma tuvo como leitmotiv el paso del tiempo, desde la infancia a la madurez, y el amor, todo ello enmarcado en un ámbito urbano. En Las personas del verbo se recogieron Compañeros de viaje (donde trató la infancia, la adolescencia, la amistad, así como el sufrimiento de España), Moralidades (abordó la nostalgia del tiempo pasado, los valores burgueses y la Guerra Civil) y Poemas Póstumos (expuso su tristeza y desilusión por el inevitable paso del tiempo). Destacó el registro coloquial, referido a un “tú” o a un “vosotros”, y la intertextualidad con citas y autocitas.
La Novela Española de Posguerra: Del Tremendismo al Realismo Social
La novela posterior a 1936 se inició en 1942 con La familia de Pascual Duarte de Camilo José Cela y Nada de Carmen Laforet. En ellas se reflejó la amargura de la vida cotidiana en la posguerra, cuyos personajes estaban frustrados y desorientados. Carecieron de crítica directa o denuncia por cuestiones censoras y, técnicamente, fueron sencillas.
Con La Colmena de Camilo José Cela y El Jarama de Rafael Sánchez Ferlosio, se inició el Realismo Social, basado en narraciones lineales y objetivas (influidas por técnicas cinematográficas que se limitaban a narrar sin implicarse). Predominaron los diálogos con diferentes niveles de lengua, y el sentir del pueblo eclipsó al individuo, por lo que el protagonista solía ser colectivo.
En 1962, surgió Tiempo de Silencio de Luis Martín Santos, con innovadoras técnicas narrativas que dejaron atrás al realismo social. Gonzalo Torrente Ballester marcó un hito con La saga/fuga de J.B., y destacaron autores como Juan Marsé con Últimas tardes con Teresa.
Camilo José Cela: El Tremendismo y la Colmena
Camilo José Cela (Premio Nobel de Literatura en 1989) consiguió reconocimiento público con La familia de Pascual Duarte, en la que un campesino extremeño contó su sórdida vida, llena de crímenes y excesos. El autor seleccionó los aspectos más desagradables de la realidad, recreándose en ellos; a esta corriente se le denominó Tremendismo.
En 1951, publicó La Colmena, donde el protagonista fue colectivo, llegando a reunir en la novela más de trescientos personajes. La narración se estructuró en viñetas o secuencias en las que se narraban hechos y situaciones que ocurrían de forma simultánea, como en cada celdilla de una colmena, de ahí el título. El hilo conductor fue Martín Marco, quien nos llevó de la mano por un Madrid de posguerra en el que visitábamos lugares comunes como cafés, burdeles o casas particulares. La novela concentró el tiempo (dos días) y el espacio (Madrid), lo cual, sumado a lo reiterativo de los ambientes, contribuyó a reflejar la monotonía del presente que implicaba la inexistencia de futuro para sus personajes.
San Camilo, 1936, que trató temas obsesivos para Cela como la Guerra Civil o el sexo, y Mazurca para dos muertos (ambientada en la Galicia rural de los años treinta), fueron dos novelas que también destacaron.
Miguel Delibes: Realismo y Conciencia Social
Miguel Delibes abrió una carrera de éxito con La sombra del ciprés es alargada, guiado por un marcado subjetivismo, abundantes descripciones y realismo tradicional. Con El camino, consiguió destapar su talento para expresar la ingenuidad infantil en el personaje de Daniel el Mochuelo, un niño que despertaba al mundo.
La novela Las ratas se correspondió con el Realismo Social; aquí denunció las desigualdades sociales en un pueblo mesetario sujeto al caciquismo y retrató la supervivencia casi animal en un medio hostil. La obra maestra Cinco horas con Mario consistió en el monólogo interior de Carmen, mujer de mentalidad cerrada y convencional que velaba el cadáver de su marido, un profesor progresista, y contrastaba ambas mentalidades.
El hereje trató la historia de Cipriano, quien entró en contacto con el protestantismo clandestino en España; la obra fue un alegato a favor de la libertad de conciencia. Otras novelas destacadas fueron Los santos inocentes o El príncipe destronado.
Luis Martín Santos: La Renovación de la Novela
Luis Martín Santos marcó un punto de inflexión con Tiempo de silencio, con una subrayada influencia de James Joyce en el uso del monólogo interior que caracterizaba a los personajes. La obra semejó un folletín con tintes de novela negra. La angustia existencial de un médico se analizó desde una óptica intelectual que trató de explicar las causas del vacío moral de las gentes, el atraso científico y el empobrecimiento. Los episodios estuvieron compuestos por sucesiones de secuencias, sin narración estrictamente lineal. Acudió a las digresiones para ironizar o criticar situaciones, y su lenguaje ensambló el metafórico con el científico, sin olvidar el uso variado de registros.