Locke

Separados por un intervalo de veinte años, el Ensayo sobre la tolerancia y Carta sobre la tolerancia publicada primero en latín y poco después en traducción inglesa responden a una preocupación de Locke que lo acompañó durante toda su vida: el temor a las turbulentas diferencias de religión que entorpecieron la vida civil en Inglaterra a lo largo del siglo XVII. Locke dedicó a este asunto tres cartas más, fechadas respectivamente en 1690, 1692 y 1702. En 1666, ya cumplidos los treinta y cuatro años, Locke se encontraba en Oxford cursando los estudios de medicina que había iniciado en la década anterior y que había interrumpido varias veces. Fue ese mismo año cuando se inició su larga amistad con Anthony Ashley Cooper, más tarde earl de Shaftesbury. Político infatigable, Ashley había apoyado los intereses de la Corona durante la guerra civil entre realistas y parlamentarios hasta 1644, año en que las fuerzas de Carlos I fueron derrotadas en Marston Moor. Alistado en el bando parlamentario, ofreció su lealtad al victorioso Oliver Cronwell, descontento con el carácter autoritario que había adquirido el protectorado cronwelliano, hizo pública su disconformidad y se empeñó activamente en procurar el regreso a Inglaterra del exiliado Carlos II. Restaurada la monarquía en 1660, Ashley se ganó el favor inicial del rey quién vio en el earl una decidida voluntad de tolerancia religiosa. Con el tiempo, fue creciendo en Ashley un sentimiento de desconfianza hacia el rey Carlos, motivado por las tendencias pro-católicas de éste. Tanto para Ashley como para Locke, la amenaza católica fue siempre intolerable. Renunciando a su tradicional apertura y a su actitud latitudinaria, el earl de Shaftesbury apoyó el Test Act de 1673, estatuto que excluía de los puestos públicos a todo ciudadano inglés que no pronunciase un juramento de alianza a la supremacía de la Iglesia Anglicana, que no recibiera la comunión según el rito de dicha Iglesia y que no renunciase públicamente a la doctrina católica de la transustanciación. Su oposición a Carlos II llegó a comprometer a Lord Ashley hasta el extremo de verse obligado a abandonar el país (también lo abandonó Locke siguiendo sus huellas), refugiándose en Holanda, donde moriría exiliado en 1683). Locke jamás puso en duda que era responsabilidad del Estado velar por la religión de los ciudadanos; pero es más fácil deducir de la lectura del Ensayo y de la Carta de 1685, esa misión supervisora debía ser lo más amplia y comprehensiva posible. Se trataba de ignorar las diferencias marginales y de fijarse en las coincidencias esenciales al mensaje cristiano: buenas obras, pureza de vida personal, justo y verdadero amor al prójimo. Tales cosas constituían un programa de vida válido para todos. La prescripción lockeana consistió en tolerar toda clase de opinión religiosa que no perjudicase los intereses fundamentales de la sociedad y del Estado. Pero tanto en el Ensayo como en la Carta, más en el primero que en la segunda, marcan claramente una limitación a la tolerancia. Hay que tener en cuenta que Locke es un hijo de la Reforma. El contenido de la carta va dirigido a un establishment ilustrado del cual se espera una conducta generosa y tolerante. Su intención no es pastoral sino política; la finalidad de sus consideraciones no es la salvación de las almas, sino la protección del Estado. Una actitud latitudinaria era la que pedían los tiempos anteriores e inmediatamente posteriores a la Restauración. Según Locke “no deben ser tolerados quienes niegan la existencia de Dios” (Carta), y tampoco los católicos. Éstos “deben ser considerados como enemigos irreconciliables de cuya fidelidad nadie puede estar seguro mientras sigan prestando obediencia ciega a un Papa infalible (…) como se hace con las serpientes, no se puede ser tolerante con ellos y dejar que suelten su veneno” (Ensayo). En el verano de 1683, Locke tenía buenas razones para sospechar que se le consideraba persona poco afecta a la monarquía. Carlos II ocupaba el trono desde 1660 y había declarado al earl Shaftesbury persona non grata. La caída de Ashley, quién tuvo que dejar Inglaterra, hizo aconsejable que Locke, su más estrecho colaborador, también abandonara el país. Los cinco años y medio de su exilio en Holanda fueron de importancia decisiva para Locke. Sus Dos tratados sobre el Gobierno estaban terminados cuando Locke llegó a Amsterdam, pero permanecían inéditos y pendientes de revisión. A los cincuenta y un años, aquel cambio de ambiente fue favorable para su siempre precaria salud. En Amsterdam, durante los meses de noviembre y diciembre de 1685, compuso su célebre Epistola de Tolerantia, cuando el católico Jacobo II, hermano del difunto Carlos, ya había iniciado su breve reinado en Inglaterra, siendo una de sus primeras decisiones de gobierno la petición de extradición del filósofo. Bajo un nombre falso, refugiado en la casa de un Dr. Egbert Veen, decano del Collegium Medicum de Amsterdam, Locke fue dando nueva forma a las ideas contenidas en el inédito Ensayo de 1666, teniendo lugar así la composición de la Epistola. Esta fue dedicada por Locke a su amigo Philip van Limborch, humanista hombre de negocios que solía visitar al exiliado en su refugio. Fue el propio Limborch quien gestionó la edición de la primera versión latina de la obra. La Epistola vio la luz en febrero de 1689, publicada anónimamente en Gouda por el impresor Justus van Hoeve. Para entonces, Locke ya había regresado a Inglaterra. Un radical cambio de régimen se había consumado en el país. Durante años el príncipe holandés Guillermo de Orange había permanecido en contacto con la oposición inglesa de Jacobo II. Guillermo había hecho públicas sus preferencias protestantes y sus aspiraciones al trono. Éstas se vieron realizadas tras una larga serie de negociaciones secretas con los nobles protestantes, quienes al fin lograron la caída de la monarquía. En el año 1688 Guillermo cruzó el Canal de la Mancha con un ejército de 15000 hombres, realizándose de este modo la Gloriosa Revolución de 1688. Sin que hubiera derramamiento de sangre, a Jacobo se le permitió escapar a Francia. El nuevo rey y su cónyuge, María II (hija protestante del monarca depuesto), asumieron la Corona después de jurar la Declaración de Derechos que les fue impuesta por el Parlamento. Antes de que Locke recibiera en Inglaterra ejemplares de la Epistola, ésta había sido distribuida en los círculos intelectuales de Amsterdam, llegando a manos de William Popple, quién decidió traducirla al inglés inmediatamente. La traducción de W. Popple se publicó a finales de 1689 con éxito inmediato. Tras unos pocos meses apareció una segunda edición. Ni en esta ni en la primera se revelaba el nombre del autor o traductor. Fue en abril de 1690 cuando, debido a una indiscreción de Limborch, la paternidad de la Carta fue públicamente atribuida a Locke, lo cual provocó una amarga desavenencia entre los dos amigos, hoy difícil de entender si se tiene en cuenta que tanto en Inglaterra como en Holanda se medio supo desde un principio quiénes eran los responsables del escrito. Sólo en su testamento reconoció Locke la obra como suya. La Carta sobre la tolerancia no difiere en lo sustancial del ensayo de 1666. La separación entre la Iglesia y el Estado es la propuesta más decisiva pero no está libre de paradojas. Hay según Locke, valores de importancia mayor de la que puedan tener la libertad de asociación o la libre adhesión a tales o cuales credos religiosos. Admite la conveniencia de conceder al pueblo estas libertades mas por encima de todo hay que situar siempre la seguridad del Estado y la estabilidad social. De tal modo que si la tolerancia inicial da lugar a que se fragüen movimientos sediciosos o deslealtad política al magistrado, tal tolerancia ha de suprimirse de raíz. Su determinación de proteger el orden civil y la propiedad privada frente a la rapiña del prójimo es una constante. Todo ha de supeditarse a la seguridad y estabilidad de la convivencia. Si el magistrado juzga que una práctica o una confesión religiosa son dañinas para la sociedad civil, debe prohibirlas. Donde Locke concede libertad prácticamente ilimitada es en el orden de la intimidad personal, en el de la actividad privada que de suyo no compromete ni los intereses del prójimo ni la seguridad del Estado. En este sentido, el Ensayo y la Carta constituyen un poderoso y útil recordatorio que nos ayuda a marcar los límites de la ley civil. La ley, nos advertirá Locke, nada tiene que decir acerca de determinadas creencias o acciones privadas que, por grande que sea su torpeza moral, no afectan negativamente el bienestar del prójimo o la seguridad del Estado. Nos guste o no, la distinción debe conservarse a cualquier precio, si todavía queremos seguir manteniendo alguna esperanza de libertad.