Modernismo y Generación del 98 en la literatura española

Modernismo

Entre los s. XIX y XX se produjo una pérdida de confianza en el progreso ilimitado del ser humano bajo la primacía de la razón y la ciencia, y se rechazaron el pragmatismo, el materialismo, y el conservadurismo moral, cuestionando los valores de la burguesía mercantilista y utilitaria. El fin de s. en España estuvo marcado por el Desastre del 98, que además de repercutir política y económicamente, simbolizó la decadencia del país, la deslegitimación del sistema político de la Restauración, y la creciente conflictividad social, relacionada con el auge del anarquismo. En ese contexto, la literatura española del momento experimentó un proceso de profunda renovación, derivado del rechazo a la literatura anterior, cimentada en el realismo y el naturalismo. A ese proceso responden dos importantes movimientos, el modernismo y la generación del 98. En la actualidad ambos se perciben como dos aspectos de un movimiento, «La renovación de la literatura de principios del s. XX», pero durante años, la crítica literaria los entendió como dos movimientos contrapuestos, considerando el modernismo una escuela poética hispanoamericana, que se centraba en la renovación formal y el cultivo de la lírica; mientras la generación del 98 era un grupo español con mayor densidad filosófica e ideológica, que cultivaba la novela y el ensayo. Autores adscritos a ésta como Antonio Machado o Ramón Ma del Valle-Inclán, participaron de las preocupaciones, los intereses, y los estilos, propios del modernismo, ya que las circunstancias históricas y sociales fueron las mismas para todos. El modernismo fue una corriente de ideas de signo antiburgués que surgió en Hispanoamérica a finales del s. XIX. Mostraba tanto estética como ideológicamente su rechazo al materialismo y a la deshumanización del mundo capitalista, y supuso un retorno a actitudes románticas. Destacaron los cubanos José Martí y Julián del Casal, el mexicano Manuel Gutiérrez Nájera, y el poeta de Nicaragua Rubén Darío, cuya obra Azul (1888) se considera el inicio del modernismo. Aunque en España los precursores del modernismo fueron Manuel Reina y Salvador Rueda, la poesía de Ruben Darío lo situó como predecesor, pues fue clave en su creación, difusión, y éxito. Rubén Darío fijó las características del modernismo, donde encontramos que fue un movimiento fundamentalmente poético inspirado en dos corrientes francesas del s. XIX, el parnasianismo y el simbolismo. Su temática variada expresaba el subjetivismo, la rebeldía, la abulia, y otras actitudes neorrománticas como las pasiones, la melancolía, lo crepuscular, la noche, etc… También se dio importancia a lo sensorial, y se buscaron la belleza ideal y la perfección formal a través de renovar el lenguaje poético mediante una abundante adjetivación, el uso de símbolos, un léxico plagado de arcaísmos y cultismos; el uso frecuente de la metáfora, la sinestesia, la aliteración, y el hipérbaton, y nuevos metros y ritmos, predominando el verso alejandrino. En las obras de Rubén Darío destacaron tres títulos: Azul (1888), libro de cuentos y poemas que reflejan la creación de un mundo exótico poblado de cisnes y seres mitológicos, en que el color azul expresa la búsqueda del ideal. Prosas profanas (1896), donde consolida la elegancia de su estilo hedonista y exótico, en que el cisne sugiere belleza aristocrática, y el erotismo se mezcla con elementos religiosos. Y Cantos de vida y esperanza (1905), donde cambió y dio entrada a temas como la reflexión existencial sobre la muerte o la falta de sentido de la vida, junto a preocupaciones sociales como la fraternidad entre los pueblos. En ésta, el modernismo desaparece sutílmente.

Generación 98

Entre los s. XIX y XX se produjo una pérdida de confianza en el progreso ilimitado del ser humano bajo la primacía de la razón y la ciencia, y se rechazaron el pragmatismo, el materialismo, y el conservadurismo moral, cuestionando los valores de la burguesía mercantilista y utilitaria. La derrota de España frente a EEUU en 1898 confirmó que España era de segundo orden en el concierto mundial, y la necesidad de encontrar las causas de ésto dio lugar al regeneracionismo, donde se enmarca la generación del 98, formada por intelectuales y políticos que propusieron la europeización de España, mediante una reforma agraria, elevar la educación, o reformar el sistema de la Restauración por otro más democrático, que diera entrada a nuevas fuerzas políticas, y que resolviera los graves problemas económicos y sociales. En ese contexto, los escritores que se dieron a conocer en el s. XX mostraban un firme propósito de superación del realismo mediante nuevas técnicas expresivas, ya que sentían que no captaba la complejidad de la vida. El término «generación del 98» lo dio Azorín en 1913 para referirse a aquellos marcados por el Desastre del 98, críticos con la realidad política, social, y cultural de España; decididos a renovar la vida intelectual del país; y que publicaron sus primeras obras en el cambio de siglo. Algunos escritores de esta generación fueron Ángel Ganivet (considerado el precursor), Ramiro de Maeztu, Azorín, Pío Baroja, Miguel de Unamuno, Antonio Machado, o Ramón Ma del Valle-Inclán; y todos reflejaron en sus obras aspectos como el problema de España, la angustia existencial y el tema de Dios, el subjetivismo, el primitivismo, y una voluntad de renovación formal.

Los autores del 98 querían recuperar los valores de la identidad española, como la nobleza o la austeridad o entereza ante la adversidad. Sentían fascinación por Castilla, de la que querían revalorizar su paisaje, tradiciones, y lenguaje. Es la llamada «intrahistoria», plasmada en obras como Castilla, de Azorín, o Paz en la guerra, de Unamuno. En otras obras se analizan aspectos de la condición española que habría que erradicar para regenerar el país, como el caciquismo y el poder de la iglesia, la pereza o la envidia, la necesidad de una reforma agraria, etc… También fue importante el proceso de superar la estética realista mediante una transformación de los géneros y el lenguaje literarios. El ensayo permitía unir las reflexiones con la expresión de lo íntimo; la novela admitía novedades técnicas como la rapidez impresionista de Baroja, el ritmo lento de Azorín, o las distorsiones de las nivolas de Unamuno; en teatro, los esperpentos de Valle-Inclán dieron cuenta de esa voluntad de renovación. Por otro lado, las doctrinas irracionalistas influyeron en el pensamiento de este grupo de escritores, caracterizados por el pesimismo como actitud más corriente. Entre los autores más relevantes encontramos a José Martínez Ruíz (Azorín), de quien destacaba la creación de una novela ensayística donde el argumento perdía importancia y la cobraban el lenguaje, la descripción de ambientes, la galería de personajes, y su idea de España y de la vida. Su obra se centraba en el paso del tiempo, la sensación del pasado o el paisaje, y la historia de Castilla, con un léxico preciso y rico, y con preferencia por la frase corta y la yuxtaposición. Destacaron La voluntad, Antonio Azorín, la novela Confesiones de un pequeño filósofo, etc… Miguel de Unamuno fue uno de los grandes renovadores de la novela, porque la enfocó como un vehículo de expresión de los conflictos existenciales. Los temas de su narrativa son el ansia de inmortalidad (Como en Niebla, donde el protagonista se suicida y visita a Unamuno), el conflicto entre el impulso religioso y la razón, y la obsesión por la paternidad y maternidad. Creó el concepto de «nivola» para referirse a sus novelas, donde predominaba el conflicto interno de los personajes mediante monólogos y diálogos de contenido filosófico y existencial, opuesto al realismo. Pío Baroja concibió la novela como un género abierto, lo que explica la acción incesante, la abundancia de escenarios y personajes, las descripciones breves, y los diálogos vivos e intensos con los que quiso captar el fluir continuo de la vida, que para Baroja era algo caótico e ilógico. De ahí que sus personajes fueran seres angustiados en busca de certezas que nunca encontraban. Destacan trilogías como las de Tierra vasca o Lucha por la vida, donde Baroja inició un tipo de novela social que continuó, sobre todo, cuando se impuso el realismo social en la novela. Ramiro de Maeztu escribió principalmente ensayos como Defensa de la hispanidad. Antonio Machado se alejó del simbolismo de Soledades, galerías, y otros poemas sin abandonar la introspección para dar paso a una estética más realista e implicada con las circunstancias sociales y culturales en las que habitaba. En Campos de Castilla, los paisajes son reales, poblados por su gente y sus circunstancias históricas, subrayando el contraste entre su pasado glorioso y su decadencia actual.

La obra teatral y novelística de Ramón Ma del Valle-Inclán evolucionó desde el modernismo inicial hacia una estética cercana al expresionismo alemán y a las vanguardias. En Tirano Banderas, una de las mejores novelas del s. XX, Valle-Inclán creó un habla total en la que se funden el habla cursi de la alta sociedad, metáforas brillantes, jerga callejera madrileña, americanismos, etc… Pero fue en teatro, con la trilogía Comedias bárbaras, donde rompió con el modelo realista convencional con una vuelta al mito, espacios dramáticos, personajes que encarnaban los impulsos más primitivos del ser humano, y un lenguaje de tal fuerza y plasticidad que nadie había empleado antes. Luces de Bohemia fue su primer esperpento y obra más reconocida; en ella, la deformación caricaturesca de la realidad evidencia lo absurdo y miserable de la existencia. Su finalidad era que el espectador tomara conciencia de una realidad injusta y despreciable, tan grotesca como lo que contempla. En conclusión, la renovación estética fue tal, y tales fueron sus logros literarios, que la crítica abrió con ellos y los modernistas la «Edad de plata» de nuestra literatura.