Poesía y Teatro Español de Posguerra: Autores y Corrientes (1939-1975)

Poesía Española: De la Guerra Civil a los Años 70

La Poesía Durante la Guerra Civil y los Años Cuarenta

La Guerra Civil Española tuvo una influencia determinante en los poetas de la Generación del 27, muchos de los cuales vieron interrumpida su labor literaria por el conflicto. No obstante, durante la guerra no desapareció la poesía. En la zona republicana, por ejemplo, se publicaron numerosas revistas literarias como Hora de España, en la que colaboraron autores como Antonio Machado o Luis Cernuda, y El mono azul, dirigida por Rafael Alberti. Además, se desarrolló una abundante poesía de carácter popular, en forma de romances, coplas o canciones, que se difundió tanto oralmente como a través de octavillas, folletos o libros.

También en la zona nacionalista se produjo poesía, aunque en menor cantidad. Aparecieron revistas como Jerarquía, con colaboraciones de Luis Rosales y Dionisio Ridruejo, y se editaron libros colectivos de poesía.

Miguel Hernández: Trayectoria Poética

Uno de los poetas más importantes de este periodo fue Miguel Hernández. Nacido en Orihuela en el seno de una familia humilde, abandonó pronto los estudios para trabajar como pastor. Durante la Guerra Civil se alistó como voluntario en el ejército republicano. En 1938 fue condenado a muerte, pena que le fue conmutada, aunque falleció en la cárcel de Alicante en 1942, enfermo de tuberculosis, con tan solo treinta y dos años.

La trayectoria poética de Miguel Hernández fue intensa y breve, pero muy significativa. En su obra se pueden distinguir varias etapas:

  • La primera, influida por la poesía de Góngora, se plasma en Perito en lunas, donde predominan las metáforas complejas y un estilo vanguardista. La luna, símbolo de vida y fecundidad, ocupa un lugar central en esta obra y en toda su poesía posterior.
  • La etapa de madurez comienza con El rayo que no cesa, coincidiendo con su estancia en Madrid, donde entra en contacto con los poetas del 27 y con Pablo Neruda, entonces cónsul de Chile. En este libro se consolidan los grandes temas de su obra: el amor, la vida y la muerte, tratados desde una sensibilidad que recuerda a San Juan de la Cruz, Garcilaso, Quevedo o Lope de Vega. Destaca especialmente la “Elegía a Ramón Sijé”, escrita tras la muerte de su amigo.
  • Durante la Guerra Civil, su poesía se vuelve social y comprometida. En Vientos del pueblo, Miguel Hernández da voz al pueblo y adopta un tono épico y combativo. Se pasa del yo al nosotros, con una clara intención de lucha. Más tarde, en El hombre acecha, el tono se torna más desengañado, aunque persiste una luz de esperanza, como muestra el verso final: “Dejadme la esperanza”.
  • Su última etapa poética corresponde a su estancia en prisión. Cancionero y romancero de ausencias recoge los sentimientos más íntimos del poeta, especialmente la ausencia de su esposa, su hijo y la libertad. En este periodo se observa una clara simplificación estilística y una vuelta a formas populares. Destacan las conmovedoras Nanas de la cebolla, dedicadas a su hijo.

Poesía Arraigada y Desarraigada en los Años Cuarenta

Tras la guerra, entre 1939 y 1950, los poetas se enfrentan a un panorama dominado por la censura, la miseria y la represión. Ante esta situación, surgen dos posturas poéticas claramente diferenciadas, definidas por Dámaso Alonso como poesía arraigada y desarraigada.

La poesía arraigada, también llamada “de los poetas con el imperio”, defiende el orden establecido y adopta una forma clasicista, con sonetos al estilo de Garcilaso. Con un tono heroico y nostálgico del pasado imperial, se difunde en revistas como Garcilaso y Escorial. Los autores más destacados son Luis Rosales, con La casa encendida, obra que refleja sus vivencias personales bajo la llamada “poética de lo cotidiano”; Dionisio Ridruejo, con Sonetos a la piedra; y Luis Felipe Vivanco, con Tiempo de dolor.

En contraposición, la poesía desarraigada expresa la angustia existencial del hombre en un mundo sin esperanza ni fe. Se trata de una poesía desgarrada, con un lenguaje directo y violento, que más tarde evolucionará hacia la poesía social. Su órgano principal de difusión es la revista Espadaña, fundada en 1944, el mismo año en que Dámaso Alonso publica Hijos de la ira, donde se recoge el verso representativo: “Esto es ser hombre: horror a manos llenas”. Entre los autores más significativos de esta corriente están Gabriel Celaya, Blas de Otero, José Hierro, Victoriano Crémer y Eugenio de Nora, todos ellos convencidos de que la poesía debía centrarse en la realidad cotidiana.

Además de estas dos corrientes, en los años cuarenta aparecen otras tendencias más minoritarias, como el postismo, que busca continuar con el surrealismo, o la poesía sensual y barroca del grupo Cántico.

La Poesía Social de los Años Cincuenta

La poesía existencialista derivada de la línea desarraigada de los años cuarenta desemboca, a partir de 1950, en la llamada poesía social, cuyo periodo de mayor actividad se extiende hasta 1964. Esta nueva orientación poética nace del deseo de dar voz a las preocupaciones colectivas, dejando atrás la introspección personal característica de la etapa anterior. El poeta se convierte ahora en un portavoz solidario de quienes sufren a causa de las injusticias sociales.

Se trata de una poesía comprometida que aspira a llegar a la “inmensa mayoría”, en contraposición a la poesía elitista, destinada a minorías. Sin embargo, esta intención se ve limitada por la propia naturaleza del género poético, tradicionalmente minoritario. Para alcanzar a un público amplio, se opta por un estilo claro y directo, con un tono coloquial. A pesar de ello, la censura vigente obliga en ocasiones a emplear formas elusivas y ambiguas, lo que complica la comprensión de algunos textos.

En este tipo de poesía, el contenido prima claramente sobre la forma. Los temas principales giran en torno a la injusticia social, el ansia de libertad y la denuncia de las condiciones de vida del pueblo. Las dos grandes claves de este movimiento son la solidaridad y la confianza en que la poesía puede contribuir a transformar el mundo.

Gabriel Celaya y Blas de Otero: Voces del Compromiso

Entre los principales representantes de esta corriente destacan Gabriel Celaya, Blas de Otero y José Hierro.

Gabriel Celaya publica en 1951 Las cartas boca arriba, obra de marcado contenido social, que anticipa el tono combativo de Cantos iberos. En este libro se aprecia claramente un estilo que busca provocar e incitar, tanto por su fondo como por su forma. Más adelante, con Las resistencias del diamante, Celaya continúa su compromiso con los temas sociales y políticos, confirmando su visión de la poesía como “arma cargada de futuro”.

Blas de Otero, por su parte, experimenta una profunda transformación ideológica y espiritual. En su primera etapa, marcada por la pérdida de la fe religiosa, busca una razón de ser en medio del silencio de Dios. En Ángel fieramente humano (1950) y Redoble de conciencia (1951) expresa la soledad y desesperación del ser humano, enfrentado a un Dios que no responde. En el segundo de estos libros comienza ya a manifestarse una actitud más solidaria, con un acercamiento hacia los demás que anuncia su futura poesía comprometida.

Esa nueva etapa se consolida en 1955 con Pido la paz y la palabra, obra en la que el poeta denuncia con fuerza la miseria y opresión de la España de la posguerra, pero siempre manteniendo la esperanza en un mundo más justo. Esta línea continúa en los libros En castellano y Que trata de España, donde se expresa el deseo de reconciliación nacional y de una convivencia pacífica para el país.

No obstante, con el paso del tiempo, el movimiento de poesía social empieza a generar dudas sobre su eficacia estética y su capacidad real para provocar un cambio social. Algunos poetas comienzan a sentir que esta forma de expresión resulta cada vez más insuficiente para responder a las nuevas demandas creativas. Por ello, muchos de ellos inician nuevas búsquedas estilísticas y temáticas, abandonando en parte el camino de la poesía social.

La Poesía en los Sesenta y Primeros Setenta

La Generación del 50: Intimismo y Experiencia

A partir de mediados de los años cincuenta, la poesía social comienza a ser duramente criticada por su reiteración temática y por su estilo prosaico, que muchos consideran carente de literariedad. En este contexto, surge una nueva generación de poetas —conocida como la Generación del 50— que, sin renunciar del todo al compromiso ético, propone una poesía más elaborada, centrada en la experiencia individual y en la introspección personal. Entre ellos destacan autores como José Ángel Valente, Francisco Brines, Claudio Rodríguez, Ángel González y, de forma especialmente significativa, Jaime Gil de Biedma.

Estos poetas recuperan el interés por el individuo y su relación con el mundo, dejando en un segundo plano lo puramente social. Vuelven los temas existenciales y universales: el paso del tiempo, la nostalgia de la infancia, la familia, el amor y, en general, los aspectos cotidianos de la vida, pero esta vez, el tratamiento huye del patetismo, buscando una voz poética más sobria y cercana.

El concepto de poesía también cambia. Ya no se busca solamente la comunicación directa con el lector, sino también la creación de una obra estética y reflexiva. Aunque sus primeros libros aún muestran huellas de la poesía social, muchos de estos autores toman como referente a Antonio Machado, tanto en el plano ético como en el estético. Desde sus propias trayectorias, varios de ellos critican abiertamente el franquismo, generalmente desde posturas próximas al comunismo, pero lo hacen mediante una poesía íntima y personal, lo que ha llevado a calificar su obra como “poesía de la experiencia”.

A diferencia de los poetas sociales, estos autores prestan mucha más atención al lenguaje y a las formas poéticas. Rechazan tanto la exaltación retórica como la simpleza del estilo social, y trabajan con esmero la depuración y la concentración del lenguaje, buscando un estilo propio y preciso.

Entre ellos, José Ángel Valente destaca por su alejamiento de la poesía social, aunque mantiene su compromiso ético. Su estilo se caracteriza por un uso literario muy cuidado del lenguaje, como puede verse en obras como A modo de esperanza, Mandorla o Fragmentos de un libro futuro. Por su parte, Jaime Gil de Biedma elabora una poesía irónica, cercana a lo cotidiano, donde desvela las contradicciones de la burguesía y de su propia vida. Esto le conduce a una visión escéptica y pesimista del mundo. Algunas de sus obras más conocidas son Compañeros de viaje, Poemas póstumos y Las personas del verbo.

Los Novísimos: Ruptura y Culturalismo

Hacia 1970, se consolida una nueva corriente poética a raíz de la publicación de la antología Nueve novísimos poetas españoles, editada por José María Castellet. Con ella se da a conocer un grupo de autores que representan una ruptura radical con la tradición inmediata. Estos poetas, conocidos como los Novísimos o Generación del 68, se caracterizan por una actitud vanguardista, una voluntad de experimentar con el lenguaje y una clara distancia respecto al compromiso social.

Según Castellet, sus principales rasgos son el rechazo de las formas tradicionales, la libertad formal, el uso de técnicas de escritura automática y la incorporación de elementos exóticos. Su estilo es artificioso, con un lenguaje rico, creativo y poco habitual, y su métrica incluye el uso del versículo y del verso alejandrino, en clara herencia del Modernismo. En cuanto a los contenidos, vuelven la vista hacia asuntos históricos y culturales, como el arte y la música, lo que les ha valido el apelativo de “culturalistas”. También integran referencias frívolas del cine, el cómic o la música popular, como en los títulos de algunos poemas: “Giacomo Casanova acepta el cargo de bibliotecario que le ofrece en Bohemia, el conde de Waldstein” (de Colinas), “Ludwing van Beethoven piensa antes de interpretar por última vez” (de Siles) o “El editor Francisco Arellano disfrazado de Humphrey Bogart tranquiliza al poeta en un momento de ansiedad, recordándole un pasaje de Píndaro, Píticas VIII 96” (de Luis Alberto de Cuenca).

Aunque recogen elementos de las vanguardias del siglo XX, en especial del surrealismo, no renuncian completamente al tono coloquial característico de algunos poetas de la Generación del 50.

Entre los nombres más destacados de esta corriente se encuentran Guillermo Carnero, Antonio Colinas, Luis Alberto de Cuenca, Luis Antonio de Villena, Manuel Vázquez Montalbán, Pere Gimferrer y Leopoldo María Panero. Cada uno de ellos manifiesta los elementos “novísimos” en distinta medida: desde el experimentalismo extremo, pasando por la ostentación cultural de autores como Villena o Cuenca, hasta el barroquismo de Antonio Carvajal o el equilibrio lírico y refinado de Antonio Colinas.

Teatro Español de Posguerra: Del Humor a la Denuncia (1940-1975)

El Teatro de los Años Cuarenta

La Guerra Civil supuso un golpe devastador para el teatro español. A las consecuencias humanas (como la muerte o el exilio de autores, directores, escenógrafos y actores) se sumaron las estrictas imposiciones ideológicas del régimen franquista, especialmente la censura. Todo esto provocó una notable decadencia del panorama teatral a partir de 1939, ya que el miedo a la represión llevó a los empresarios a evitar cualquier forma de innovación, y a los autores, a ejercer una severa autocensura sobre sus propias obras.

Mientras en el resto de Europa se vivía una auténtica revolución teatral, con la irrupción de figuras como Brecht, Artaud o los representantes del teatro del absurdo, como Ionesco y Beckett, en España el teatro quedó anclado en fórmulas convencionales. El público al que iba dirigido era mayoritariamente burgués, y lo que buscaba en los escenarios era una experiencia evasiva, exenta de conflicto político o cuestionamiento social. Esto se reflejaba en obras estructuradas en tres actos, ambientadas en interiores cómodos, protagonizadas por personajes de clase media sin grandes problemas económicos ni complejidad psicológica. Los temas solían girar en torno al amor, la infidelidad o las relaciones familiares, siempre sin intención crítica.

Comedia Burguesa y Teatro Cómico: Jardiel Poncela y Mihura

En este contexto, se consolidan dos grandes líneas teatrales:

  • Por un lado, la comedia burguesa, heredera directa del teatro de Jacinto Benavente, en la que se inscriben autores como Joaquín Calvo-Sotelo. Estas obras defienden valores conservadores y renuncian por completo a cualquier forma de crítica o disidencia. Su finalidad es puramente decorativa: entretener al espectador reafirmando los principios tradicionales del orden social.
  • Por otro lado, aparece el teatro cómico, que aunque también persigue hacer reír, lo hace desde una perspectiva más innovadora y audaz. En esta línea se destacan dos figuras fundamentales: Enrique Jardiel Poncela y Miguel Mihura.

Enrique Jardiel Poncela introduce un tipo de teatro ilógico y absurdo, lleno de atrevimiento formal e ideas rompedoras que en su momento chocaron con una crítica y un público poco abiertos a la novedad. Esta falta de aceptación le obligó a moderar sus propuestas. Aun así, logró dejar un legado importante con obras como Un marido de ida y vuelta o Eloísa está debajo de un almendro, donde combina situaciones disparatadas con un lenguaje repleto de ironía, juegos de palabras y giros inesperados.

Miguel Mihura, por su parte, se adelantó a su tiempo con la escritura de Tres sombreros de copa en 1932, aunque la obra no fue representada hasta veinte años después debido a su carácter transgresor. En ella, Mihura contrapone dos mundos: uno burgués, rígido y moralista, y otro más libre y sin convencionalismos. Esta crítica a la sociedad de la época se realiza mediante un humor absurdo y corrosivo. Sin embargo, con el paso del tiempo, Mihura dejó de lado este enfoque rupturista y se volcó en una comedia más tradicional y accesible, con títulos como Maribel y la extraña familia o Melocotón en almíbar.

Tanto Jardiel Poncela como Mihura comparten el gusto por lo insólito, lo extravagante y lo absurdo. Sus obras están llenas de situaciones imprevisibles y desenlaces sorprendentes, pero lo que realmente les distingue es su dominio del lenguaje humorístico, construido sobre la ironía, el ingenio verbal y el juego constante con las palabras.

El Realismo Social de los Años Cincuenta

La década de los años cincuenta marcó un giro importante en el teatro español. Tres estrenos clave abrieron esta etapa: Historia de una escalera de Antonio Buero Vallejo, Tres sombreros de copa de Miguel Mihura (aunque escrita mucho antes) y Escuadra hacia la muerte de Alfonso Sastre. Estos estrenos señalaron el comienzo de un nuevo tipo de teatro, con una sensibilidad distinta y una clara orientación hacia temas sociales y existenciales.

Antonio Buero Vallejo y Alfonso Sastre: Posibilismo e Imposibilismo

En este contexto surgieron dos posturas frente a la censura:

  • Por un lado, el “posibilismo”, representado por autores como Buero Vallejo, quienes optaban por suavizar su crítica para asegurar que sus obras pudieran ser representadas.
  • Por otro lado, el “imposibilismo”, defendido por autores como Alfonso Sastre, que se mantenían firmes en la expresión de sus ideas aunque eso significara que sus obras no llegaran a escena.

A este segundo grupo (imposibilismo) pertenecen también dramaturgos como José María Rodríguez Méndez (Bodas que fueron famosas del Pingajo y la Fandanga), Lauro Olmo (La camisa) y José Martín Recuerda (Las arrecogías del beaterio de Santa María Egipciaca). Muchas de estas obras conforman lo que se ha llamado “teatro soterrado”, es decir, obras escritas pero nunca representadas por las restricciones del régimen.

Este teatro de realismo social se caracteriza por abordar temas como la injusticia, la explotación laboral, el egoísmo de las clases poderosas, el dolor heredado de la Guerra Civil o la tristeza de la vida cotidiana. Sus protagonistas suelen ser víctimas de estas situaciones, y los escenarios en los que se desarrolla la acción son modestos y simbólicos, como escaleras o refugios. Desde el punto de vista formal, este teatro está influido por la farsa y el esperpento de Valle-Inclán, por la tragedia grotesca de Arniches y por el teatro popular de Lorca. El lenguaje empleado es directo, violento, provocador y sin eufemismos.

Antonio Buero Vallejo inaugura su carrera con Historia de una escalera, donde ya se perfilan los rasgos que marcarán su teatro posterior: la fusión entre lo personal y lo colectivo, la crítica social y la exploración del sentido de la vida. Su teatro puede definirse como humanista, porque pone en el centro al ser humano, su dignidad, sus sueños y frustraciones. En la línea de la tragedia clásica, Buero busca provocar una catarsis en el espectador, que debe conmoverse con lo representado y sentirse llamado a transformar su realidad. Sus obras no ofrecen soluciones, sino que plantean preguntas incómodas. Además, concede una gran importancia a los elementos escénicos: la ambientación, los objetos, el sonido y la iluminación adquieren un significado simbólico. Uno de sus recursos más llamativos es el uso de los efectos de inmersión, que buscan que el espectador experimente directamente la percepción de los personajes: por ejemplo, en En la ardiente oscuridad, el público se ve envuelto en la oscuridad como los personajes ciegos; en El sueño de la razón, el protagonista es sordo, y en algunos momentos no se oye a los actores. Otras obras suyas destacadas son El concierto de San Ovidio, El tragaluz o La Fundación.

Alfonso Sastre, por su parte, se centró en denunciar el poder injusto y sus efectos sobre los individuos, ya sea en contextos sociales amplios o en ámbitos más reducidos como la familia. En su obra más conocida, Escuadra hacia la muerte, muestra el conflicto entre un cabo autoritario y un grupo de soldados obligados a cumplir una misión suicida. Esta obra refleja su preocupación por temas como el antimilitarismo, la opresión, la culpa o la necesidad de rebelión. Según Sastre, su teatro busca ser una forma moderna de tragedia, donde el conflicto se produce entre dos realidades trágicas: la injusticia del sistema social y las luchas, a menudo fallidas, por cambiar ese orden establecido.

El Teatro desde los Años Sesenta hasta 1975

Durante los años sesenta y hasta 1975, el teatro español permanece escindido entre aquel que consigue subirse a los escenarios con regularidad y el que, debido a las dificultades políticas y sociales del momento, apenas logra llegar a un público amplio. Esta división marca profundamente la evolución teatral del periodo.

Teatro Comercial, Social y Experimental: Arrabal y Nieva

Dentro del teatro comercial, los escenarios continúan dominados por las comedias de tono melodramático, de intriga o humor. Autores como Miguel Mihura o Alfonso Paso, junto con otros como Jaime Salom, Jaime de Armiñán, Ana Diosdado o Antonio Gala, logran conectar con un público amplio gracias a unas obras de simbología sencilla, con una presentación escénica convencional y una intención fundamentalmente didáctica o moralizante. Este tipo de teatro evita la confrontación con la realidad social y se mantiene dentro de los márgenes aceptables por la censura, lo que facilita su representación y difusión.

Frente a este teatro más accesible, el teatro realista de intención social sigue teniendo enormes dificultades para representarse. La censura impuesta por el régimen franquista y el éxito del teatro comercial dificultan que estas obras encuentren espacio en los teatros. No obstante, autores como Alfonso Sastre, José Martín Recuerda o José María Rodríguez Méndez continúan escribiendo textos con un claro propósito social, sin renunciar a la renovación escénica. En sus obras, la denuncia de las injusticias, la crítica al sistema y la representación de la realidad más dura de la sociedad española son elementos fundamentales.

Por otro lado, el deseo de experimentar con nuevas formas teatrales lleva a un grupo de autores a desarrollar un nuevo tipo de teatro, conocido como teatro experimental. Este se caracteriza por su clara oposición estética al realismo, aunque muchas veces mantiene también una fuerte crítica social. El teatro experimental enlaza con las tradiciones vanguardistas del siglo XX, entendiendo el teatro como un espectáculo en el que cobran gran importancia los efectos especiales, la escenografía, la luz, el sonido, los objetos que invaden la escena, así como la mímica o la expresión corporal. La intención es romper con la división tradicional entre el escenario y los espectadores, transformando el espacio escénico en algo dinámico que incluso puede invadir la sala e invitar al público a participar activamente en la función.

En este tipo de teatro, el texto literario no es un elemento cerrado, sino un simple punto de partida a partir del cual el director, los actores y escenógrafos pueden introducir todos los cambios y elementos adicionales que consideren necesarios, dando lugar a una creación colectiva. Desde el punto de vista temático, el teatro experimental continúa tratando temas sociales y políticos: la dictadura franquista, la falta de libertad, la injusticia, o las contradicciones de la nueva sociedad de consumo. Para sortear la censura, se recurre a un lenguaje simbólico y a personajes alegóricos, lo que ha llevado a llamar a este tipo de teatro “teatro hermético”.

Entre los autores más representativos de este teatro experimental destacan Francisco Nieva y Fernando Arrabal. Francisco Nieva definió su obra como “teatro furioso”, caracterizado por el uso de simbolismos, elementos oníricos y una clara influencia del dadaísmo. En piezas como La carroza de plomo candente, Nieva busca liberar el subconsciente del espectador, alejándose de cualquier norma establecida e incluso del uso tradicional del lenguaje.

Por su parte, Fernando Arrabal propone un teatro totalmente provocador, con una imaginación desbordante, un lenguaje que se acerca a lo ingenuo e infantil, un marcado antirrealismo y una constante ruptura de la lógica. Su estilo, denominado “teatro pánico” (del griego pan, “todo”), se inspira tanto en el teatro del absurdo como en las vanguardias artísticas, con el objetivo de crear un “teatro total”, que celebre la libertad creativa y busque ante todo escandalizar y provocar al espectador. Entre sus obras más destacadas se encuentran Fando y Lis, El cementerio de automóviles y Los hombres del triciclo, esta última rechazada en España, lo que motivó el exilio del autor a Francia.