Realismo y Naturalismo: Poesía y Teatro en la Segunda Mitad del Siglo XIX
La finalización del periodo romántico destaca, en el aspecto político, por dos momentos clave: la enorme influencia de la revolución “La Gloriosa” (1868), que supuso la definitiva victoria de la burguesía; y el periodo conocido como Restauración, que instauró el bipartidismo de Cánovas y Sagasta. En el plano social, la burguesía capitalista se alió con la nobleza, mientras el pueblo se consolidó como una gran masa obrera que producía a gran escala. En el ámbito cultural, se observa el influjo del positivismo (la realidad explicada a través de hechos perceptibles) y el determinismo (donde el hombre está delimitado por su entorno social y económico).
Realismo y Naturalismo nacen en Francia y tienen en común un narrador omnisciente, personajes que presentan un nivel de la lengua ajustado a su clase, con un tiempo y un espacio cercanos a la realidad del autor. Además, destacan la sencillez de su estilo, la verosimilitud y las exhaustivas descripciones. Se diferencian en que el Realismo opta por la clase media para la ubicación de sus personajes, mientras que el Naturalismo trata las clases bajas y marginadas.
El periodo realista tiene como precursores a autores como Fernán Caballero con La gaviota y Pedro Antonio de Alarcón con El sombrero de tres picos, que trazan la progresión desde el costumbrismo. Dos serán sus grandes novelistas: Benito Pérez Galdós y Leopoldo Alas “Clarín”. La obra del primero reconstruye el siglo XIX con sus Episodios nacionales, mientras que el resto de su producción se clasifica en novelas de tesis (Doña Perfecta), novelas españolas contemporáneas (Fortunata y Jacinta) y novelas espirituales (Misericordia), donde se observa una evolución de los problemas de la sociedad a los del individuo. Clarín fue autor de magníficos cuentos, pero destaca por La Regenta, una novela extensa que retrata la represión de una ciudad de provincias (Vetusta, trasunto de Oviedo), que acaba por derrotar los anhelos de libertad de su protagonista. La novela naturalista destaca especialmente por las figuras de Emilia Pardo Bazán y Vicente Blasco Ibáñez. La primera fusiona las duras condiciones de la sociedad gallega con la naturaleza en casos como Los pazos de Ulloa, mientras que el segundo, epígono del Naturalismo, trata la realidad valenciana y el ambiente marítimo en Cañas y barro o Entre naranjos.
Respecto al teatro de la segunda mitad del siglo XIX, los dramaturgos se alejan de los postulados románticos, buscando acercarse a los sucesos actuales con un lenguaje menos retórico, aunque no siempre lo consiguen. Se diferencian tres tendencias:
- La alta comedia, un teatro burgués con una mínima crítica social que no llegaba a incomodar, con obras como El hombre de mundo de Ventura de la Vega.
- En el melodrama destaca la figura de José Echegaray y su drama El gran galeoto, llegando a conseguir el Premio Nobel, muy discutido por los integrantes de la Generación del 98. En él, la acción se desarrolla de manera lenta, enfática y retórica, sin combatir el sistema en que se desarrolla.
- Por último, el teatro social viene dominado por Joaquín Dicenta y su Juan José, la obra más representada en la época. Su protagonista es el mundo obrero y en la obra citada podemos ver el asunto de los celos y el asesinato, con la posición del hombre y la mujer en el matrimonio.
En cuanto a la poesía, sus dos autores principales serán Bécquer y Rosalía de Castro, aunque también alcanzó gran repercusión Campoamor con sus Doloras, poesía antirretórica y cercana a la prosa. En el caso del primero, más que de postromanticismo debemos hablar de presimbolismo. La amada se presenta como un ser fantasmagórico, irreal y cargado de oscuridad, que pasa de ser una referencia singular a una referencia relativa. Sus Rimas son un equilibrio entre la sencillez y la metáfora, que tendrá gran influencia en autores posteriores como Pedro Salinas. Respecto a Rosalía de Castro, destacamos su tremenda influencia en la posición de la mujer de su época, la soledad y el mundo gallego, que se puede apreciar en Follas novas (en castellano, Hojas nuevas) o En las orillas del Sar. Con ellos se producirá una evolución hacia el Modernismo y la Generación del 98, que vienen delimitados por la pérdida de las últimas colonias.
Modernismo y Generación del 98: Literatura de Fin de Siglo (Novela y Teatro hasta 1936)
A finales del siglo XIX se produjeron una serie de hechos históricos, sociales y culturales que dieron lugar a una literatura renovadora en España. En el aspecto político, con el Desastre del 98, España asistió a la pérdida de sus últimas colonias (Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam), lo que sentenció el declive del imperio español. En el plano social, la burguesía se distanció del proletariado y buscó prestigio entre la nobleza, dejándolo desprotegido. El artista, sin mecenas y con un claro sentimiento antiburgués, se vio marginado de la sociedad y se alió con el pueblo, surgiendo la figura del bohemio. El estrato cultural se vio dominado por las teorías de Nietzsche, con su concepción del eterno retorno y una filosofía sin culpa. Las consecuencias de todo ello fueron un análisis de la sociedad llevado a cabo por los regeneracionistas, a partir del cual surgieron dos movimientos aparentemente contrapuestos: Modernismo y Generación del 98.
El Modernismo designa una nueva corriente estética nacida en Hispanoamérica y cuya figura principal fue el nicaragüense Rubén Darío. Se vieron influidos por nuevos movimientos europeos, como el Parnasianismo, el Simbolismo y el Decadentismo. Sus rasgos característicos son una tendencia a la evasión mediante mundos exóticos y refinados, la importancia del amor y el erotismo, la utilización de símbolos y el carácter melancólico. Utilizan un léxico rico, la acumulación de figuras retóricas y la renovación de la métrica con el uso de alejandrinos o dodecasílabos. Antonio Machado comenzó escribiendo bajo el influjo de Rubén Darío y el intimismo de Bécquer, como puede verse en Soledades, galerías y otros poemas. Sin embargo, con Campos de Castilla se acercó más a la Generación del 98, con una melancolía menos centrada en sí mismo, donde retrata el paisaje, la historia y las gentes de Castilla. Juan Ramón Jiménez evolucionó también desde una primera etapa modernista, influida por el Romanticismo y autores como Bécquer o Rosalía de Castro, en obras como Arias tristes. Pero fue con Diario de un poeta recién casado donde inició su viaje hacia la poesía pura.
También aparece la figura de Valle-Inclán, que comenzó con un modernismo refinado y musical en sus Sonatas, evolucionó hacia la farsa y cristalizó en el esperpento de Luces de bohemia, una deformación grotesca de la realidad, que puede verse especialmente en su teatro. Es habitual el uso de contrastes, el valor lírico de las acotaciones, los numerosos personajes y el cambio de espacio-tiempo, con influencias de Quevedo, Goya o Galdós.
Los escritores del 98 toman su nombre del año en que España perdió definitivamente su imperio colonial. Manifestaron una tendencia a reflexionar sobre los problemas del país, a la que unieron conflictos existenciales como el sentido de la vida, el papel de la religión y los debates morales del ambiente filosófico del momento (Nietzsche, Schopenhauer). Toman como punto de partida las ideas regeneracionistas y a Castilla como símbolo de España. Entre sus características se encuentra la utilización de un narrador que manifiesta continuamente sus opiniones, la utilización de un personaje principal enfermizo y reflexivo, la profusión de diálogos y la abundancia de relatos autobiográficos y novelas cortas, con un estilo sobrio y desnudo.
Respecto a los autores, Unamuno desarrolló una narrativa basada en el estudio de la angustia existencial del personaje, con una acción mínima y en la que los protagonistas cobran autonomía respecto a su creador. A este tipo de relato lo llamó “nivola” y con él consiguió sus mejores obras, como es el caso de Niebla. También en sus ensayos se acercó a la decadencia de España, utilizando el concepto de “intrahistoria” frente al de Historia. Pero el novelista más característico del 98 fue Pío Baroja, aunque también es el más próximo a los planteamientos realistas. Su abundante producción se suele agrupar en trilogías (La lucha por la vida, La raza), donde se confiere más importancia al argumento que a la caracterización de personajes y se muestra una visión pesimista de la vida. Por último, también citaremos a Azorín, que destaca especialmente por sus exhaustivas descripciones y el carácter filosófico de sus textos, que puede apreciarse en sus obras Antonio Azorín o La voluntad.
Para concluir, si antes hablábamos del teatro renovador con Valle-Inclán, ahora lo hacemos del teatro comercial, dominado por la comedia burguesa, en la que debemos distinguir tres líneas:
- La línea benaventina debe su nombre al dramaturgo Jacinto Benavente, que tras una obra inicial de carácter crítico y sin éxito, decidió ajustarse a lo que quería el público. Destaca especialmente con Los intereses creados y dramas rurales como La malquerida.
- La línea costumbrista mezcla cuadros de costumbres, temas románticos y zarzuela, con personajes y ambientes castizos, lenguaje vulgar y asuntos ligeros e intrascendentes. Destacan los hermanos Quintero (El patio), Pedro Muñoz Seca con el género del astracán (La venganza de don Mendo) o Carlos Arniches con el uso del sainete y la comedia grotesca (La señorita de Trevélez).
- En tercer lugar está el teatro poético, escrito en verso e influido por la estética modernista, conservador y tradicional. Lo cultivan Francisco Villaespesa, Eduardo Marquina o los hermanos Machado (La Lola se va a los puertos).
Novecentismo o Generación del 14
Entre 1914 y el comienzo de la Guerra Civil, alcanzó su esplendor un grupo de intelectuales agrupados bajo la denominación de Novecentismo o Generación del 14, año en el que estalló la Primera Guerra Mundial. Se trata de intelectuales liberales que pretendían modernizar la sociedad española, alejándose del casticismo y el dramatismo del 98, y acercarse a Europa. Pensaban que las minorías mejor preparadas eran las que debían orientar la marcha de la sociedad y adoptaron un enfoque intelectual, universalista, urbano y cosmopolita, que rechazaba lo sentimental. Está presente en sus obras la preocupación por la perfección formal – por la obra “bien hecha”– e impulsaron un esteticismo basado en el distanciamiento del arte y la sociedad.
El ensayo es el género literario predominante en este movimiento, que cuenta con autores de la talla de Eugenio d’Ors, que escribió pequeños ensayos a los que llamó Glosas; Gregorio Marañón, destacado estudioso histórico y biográfico; y, sobre todo, Ortega y Gasset. Ortega fue un filósofo insigne que practicó el ensayo en múltiples variantes:
- Un ensayo filosófico para exponer sus ideas vitalistas y la noción de que las circunstancias personales explican la actuación humana (El tema de nuestro tiempo).
- Un ensayo sociológico con el que trata de explicar la España de su momento (La rebelión de las masas, España invertebrada).
- Un ensayo cultural que da cuenta de las tendencias artísticas y literarias de su época (La deshumanización del arte).
- Y múltiples ensayos periodísticos de temas variadísimos.
Pero en todos sus ensayos se comprueba el uso de una prosa elegante que emplea las figuras retóricas, sobre todo la metáfora, con gran fuerza argumentativa. Es célebre su frase filosófica: “Yo soy yo y mis circunstancias”. En poesía, los novecentistas inician el camino hacia una poesía pura, desprovista de anécdota y de sentimentalismo y centrada en la perfección formal. León Felipe, si bien cercano a ella, parece no integrarse en ningún grupo. Defensor de causas perdidas, muestra una poesía grandilocuente en Drop a star, para pasar a una de carácter combativo y regresar a sus orígenes en el exilio. Pero la gran figura es Juan Ramón Jiménez.
Esta etapa hacia la poesía más intelectual se inició en 1916 con su obra Diario de un poeta recién casado, una poesía que busca la belleza y la perfección de la poesía pura y que incluye numerosas novedades (mezcla de prosa y verso, uso de collages, empleo de citas, el verso libre) decisivas en la formación de los poetas de la llamada Generación del 27. Esta segunda línea poética suya de carácter intelectual y metapoético es la que continuaría y profundizaría en abundantes libros posteriores, continuamente reelaborados, como Piedra y cielo, Eternidades, La estación total o el largo poema en prosa Espacio.
También se incluye dentro del Novecentismo a una serie de novelistas que comparten actitudes con los ensayistas mencionados. Los dos nombres más destacados son Gabriel Miró y Ramón Pérez de Ayala. Las novelas de Miró suelen ser una sucesión de impresiones y de descripciones minuciosas de gran poder lírico y cuidada elaboración lingüística, como sucede en Nuestro Padre San Daniel y El obispo leproso. Pérez de Ayala, por su parte, practicó una novela intelectual que intenta al tiempo incorporar técnicas novedosas (doble columna, juegos temporales, digresiones ensayísticas, etc.) como se ve en Belarmino y Apolonio, aunque su autor había comenzado con novelas casi autobiográficas como AMDG. Ramón Gómez de la Serna es el eslabón entre el Novecentismo y los movimientos de Vanguardia, pues es el autor que publica el Manifiesto futurista de Marinetti en su revista Prometeo, difunde las nuevas ideas en las tertulias del Café Pombo y organiza la primera exposición cubista en Madrid. Además de escribir peculiares novelas, ensayos, biografías y obras teatrales, destacan sus greguerías, piezas breves que él mismo definió como una mezcla de humor más metáfora. En ellas muestra perspectivas inéditas de la realidad, buscando la sorpresa y acercándose al absurdo.
Las Vanguardias Artísticas y Literarias
La civilización europea se derrumbó con la Primera Guerra Mundial (1914-1918), que dejó a los países vencedores (excepto a Estados Unidos) en la bancarrota. En el plano social, se produjo una intensificación de la lucha de clases, que tuvo como culminación la huelga general de 1917, mismo año de la Revolución Rusa. En el plano cultural destacan movimientos filosóficos como el nihilismo o el existencialismo, con los que el mundo y la existencia humana carecen de sentido. De este modo, paralelamente al Novecentismo, se desarrolló un movimiento muy variado que se conoce con el nombre de Vanguardismo.
Las vanguardias o ismos son una serie de movimientos literarios y artísticos que aparecieron en las primeras décadas del siglo XX como consecuencia de los cambios que hemos señalado, buscando cambiar de manera absoluta el arte y la literatura anteriores, con propuestas antirrealistas y formalmente revolucionarias. Son movimientos que se suceden rápidamente unos a otros. De hecho, el término francés “vanguardia” significa primera línea de batalla. Ramón Gómez de la Serna es el eslabón entre el Novecentismo y los movimientos de vanguardia, a través de su revista Prometeo y las tertulias del Café Pombo, organizando la primera exposición cubista en Madrid. Además de escribir peculiares novelas, ensayos, biografías y obras teatrales, destacan sus greguerías, piezas breves que él mismo definió como una mezcla de humor más metáfora. En ellas muestra perspectivas inéditas de la realidad, buscando la sorpresa y acercándose al absurdo.
Entre las vanguardias europeas, empezaremos destacando el Cubismo, que comenzó con el cuadro de Picasso Las señoritas de Avignon, donde la realidad puede ser vista desde varios puntos de vista simultáneos. En la literatura destacó Apollinaire con sus Caligramas, una serie de poemas que resultaban una mezcla de imagen y palabra. Por otro lado, el Futurismo se centró en el mundo moderno de la tecnología, eliminando las trabas de la sintaxis, la puntuación o la adjetivación. Su Manifiesto, elaborado por Marinetti, fue publicado por Ramón Gómez de la Serna en su revista Prometeo. En cuanto al Dadaísmo, este fue fundado por el poeta rumano Tristan Tzara y busca la provocación, donde la poesía debe estar desligada de la expresión racional, siendo precursor del Surrealismo.
Este último marca la rehumanización del arte y parte de los principios freudianos que pretenden liberar al hombre de sus obsesiones, centrándose en el mundo del subconsciente y a través de una escritura sin control de la lógica racional a la que llaman escritura automática. Pronto aparecerían corrientes hispánicas como el Ultraísmo, que aúna gran parte de los estilos de vanguardia y cuya principal figura fue Guillermo de la Torre; o el Creacionismo, que pretendía imaginar una realidad nueva en poemarios como Altazor de Vicente Huidobro, creador del movimiento. Además, el Expresionismo alemán reacciona ante la guerra y su violencia, promoviendo una deformación grotesca y crítica de la realidad, como ocurre en El grito del pintor Munch o el esperpento de Valle-Inclán en nuestra literatura. Fueron ciertos poetas jóvenes de los años 20 los que consolidaron los presupuestos vanguardistas y a los que se les conoce con el nombre de Generación del 27, aunque también respetaron muchos aspectos de la poesía tradicional y evolucionaron hacia otros caminos, muy separados de las vanguardias iniciales.
En la segunda mitad del siglo XX, la influencia hispanoamericana estará presente en movimientos como la antinovela, que mantiene una estructura abierta y la intervención directa del lector, como ocurre en Rayuela de Cortázar; el antipoema, con un lenguaje cercano al día a día y exento de recursos, cuyo principal autor fue Nicanor Parra; y, por último, el realismo mágico, que considera al hombre inmerso en un entorno fantástico y de misterio, con autores como Borges (que lo manifiesta tanto en su poesía como en sus cuentos), el anteriormente citado Cortázar o Gabriel García Márquez, con su conocida novela Cien años de soledad.
La Generación del 27 y el Teatro Lorquiano
La Generación del 27 o Grupo del 27 comprende a un grupo de autores que escriben en las mismas revistas, que mantienen estrechas relaciones entre ellos, que tienen una formación intelectual semejante y que participan en eventos culturales como el homenaje a Góngora en 1927 en el Ateneo de Sevilla. Además, Gerardo Diego incluyó en su antología Poesía española a los miembros más distinguidos. Tradicionalmente, se ha incluido la figura de Miguel Hernández como epígono de esta generación, aunque su formación y su propia evolución poética se diferencian notablemente. Se pueden establecer tres etapas:
- La primera va desde 1921 hasta 1929, donde se asimilan los procedimientos vanguardistas, la poesía pura, el arte deshumanizado, las formas populares y la devoción por Góngora.
- La segunda transcurre desde 1929 hasta el fin de la Guerra Civil, con una poesía rehumanizada e influida por el surrealismo.
- Y la tercera se inicia en 1939, con la disolución del grupo tras el fusilamiento de García Lorca y el exilio de muchos de los poetas como consecuencia de la dictadura franquista.
Respecto a la nómina de autores, empezaremos hablando de aquellos que unieron su labor literaria a la docencia:
- Pedro Salinas es el poeta del amor intelectual, con un simbolismo lleno de metáforas que, como Bécquer, transforma una referencia singular (la amada) en una referencia relativa (con el uso de pronombres). Su producción abarca todos los géneros, destacando con La voz a ti debida.
- En segundo lugar, Jorge Guillén es el máximo representante de la poesía pura dentro del grupo, con un lenguaje sumamente elaborado que alterna las estrofas clásicas con el verso libre. Su obra principal es Aire nuestro.
- Por último, Gerardo Diego conciliará en su poesía dos tendencias fundamentales (la vanguardista con Manual de espumas y la tradicional con Alondra de verdad), mientras que Dámaso Alonso, tras unos primeros libros en la línea de la poesía pura, creará su obra más relevante en 1944: Hijos de la ira, auténtico estímulo para la “poesía desarraigada”.
A continuación, pasaremos a hablar de quienes unieron su pasión por la literatura con la de la pintura: García Lorca y Rafael Alberti. Este último comenzó en una línea de poesía neopopular con Marinero en tierra, para reflejar luego la influencia de las vanguardias en obras como Sobre los ángeles. A partir de los años treinta, entendió su poesía como instrumento de lucha política, llegando a exiliarse y regresando a España tras la muerte de Franco. En cuanto a la obra poética del primero, mantiene como temas principales la frustración, el amor y la muerte, encarnados con frecuencia en personajes marginados como los gitanos o los negros. En su obra conviven elementos de la tradición popular y culta con innovaciones propias de las vanguardias, destacando Romancero gitano, Poeta en Nueva York y Sonetos del amor oscuro. En cuanto a su teatro, dirigió La Barraca (una compañía universitaria que recorre los pueblos de España representando teatro clásico) y, a los temas ya citados, debemos añadir el enfrentamiento a la autoridad, sobre todo a través de personajes femeninos. Fracasó en sus comienzos con la obra modernista El maleficio de la mariposa, y tras una serie de farsas alcanzó su primer gran éxito con Mariana Pineda. Después vendría su teatro vanguardista (El público) y la trilogía rural compuesta por Bodas de sangre, Yerma y La casa de Bernarda Alba, que le proporcionaría gran éxito.
Finalizaremos nuestro estudio con dos poetas que tienen el amor como tema central. El primero de ellos, Vicente Aleixandre, es el más influenciado por el surrealismo y su obra gira en torno a dos grandes ejes: el amor y la muerte. Sus poemarios más relevantes son La destrucción o el amor o Sombra del paraíso, llegando a recibir el Premio Nobel. El otro caso es el de Luis Cernuda, un poeta romántico que cultiva una poesía autobiográfica y confesional. Aunque pasó por varias fases, encontró su estilo más personal a partir de Donde habite el olvido, caracterizado por el rechazo de la rima y un cierto coloquialismo que conectó bien con la sensibilidad de los jóvenes poetas del último tercio del siglo XX. Junto a ellos, cabe mencionar la figura de las “sinsombrero”, donde encontramos desde poetas y actrices como Josefina de la Torre hasta poetas y nadadoras como Concha Méndez, ensayistas como María Zambrano o pintoras como Maruja Mallo, que también trabajaron en periódicos y ediciones críticas, como Ernestina de Champourcín o María Teresa León.
Lírica y Teatro Posteriores a 1936: Tendencias y Autores Principales
Con la Guerra Civil y la consolidación del régimen de Franco, se rompieron bruscamente las tendencias literarias anteriores. Muchos autores murieron (Antonio Machado, Federico García Lorca…) y otros partieron al exilio. Aquí, los temas principales fueron la patria perdida, la infancia o las críticas al nuevo régimen. Dos obras teatrales representan esta actitud, como son Noche de guerra en el Museo del Prado de Rafael Alberti y San Juan de Max Aub.
En poesía es obligatoria la figura de Miguel Hernández, que escribió sus últimos poemas desde la cárcel y fue considerado el puente entre la Generación del 27 y la llamada Generación del 36. De formación autodidacta, asimiló a los autores clásicos y las características de las vanguardias, distinguiéndose dos etapas:
- La inspirada en Góngora (El rayo que no cesa).
- Y otra de gran compromiso social, con un lenguaje sencillo y directo (Cancionero y romancero de ausencias).
En cuanto a la lírica, comenzaremos hablando de la Generación del 36, que se divide en “poesía arraigada” y “poesía desarraigada”. La primera se desarrolló en torno a revistas como Escorial o Garcilaso, con un tono sencillo y temas relacionados con el amor, la familia, la fe católica o la patria, destacando la figura de Luis Rosales (La casa encendida). En cuanto a la llamada “poesía desarraigada”, se inauguró con la obra Hijos de la ira de Dámaso Alonso, donde el poeta increpa a un Dios ausente y busca un sentido a la existencia humana, dominada por la muerte. Finalmente, diremos que la escena teatral se vio dominada por la censura, ante la cual algunos autores crearon un teatro burgués con una mínima crítica social (véase Jacinto Benavente y su pieza Los intereses creados) y otros un teatro absurdo e irónico, como Jardiel Poncela o Miguel Mihura.
En la década de los 50 se desarrolló un arte de carácter social, que denunciaba la falta de libertad, la lucha de clases y los estragos que causó la dictadura. En poesía destacan figuras como Blas de Otero y Gabriel Celaya, de quien es conocida su expresión: “La poesía es un arma cargada de futuro”. Algunos continuaron en la década de los 60, mientras que otros abrazaron la denominada “poesía de la experiencia”, donde también meditan sobre la infancia o el paso del tiempo, con un tono conversacional más elaborado.
En el teatro social debemos citar a Buero Vallejo y su Historia de una escalera, que en 1949 obtuvo el premio Lope de Vega. También resulta de vital importancia Lauro Olmo y su obra La camisa, sobre la inmigración en España de ese momento.
En los años 70 surge un nuevo grupo de poetas, llamados “novísimos”, reunidos en la famosa antología Nueve novísimos poetas. Se trata de una poesía experimental que mezcla el surrealismo con el estilo barroco. Destacan Pere Gimferrer, Luis Alberto de Cuenca o Leopoldo María Panero. En el plano dramático, existió una pequeña apertura a Europa y al teatro del absurdo, con piezas como Picnic de Fernando Arrabal.
Con la democracia, resurge la poesía de la experiencia con nombres como Luis García Montero o Felipe Benítez Reyes, donde el poeta nos muestra su vida cotidiana con un lenguaje sencillo y coloquial, junto con una vuelta al surrealismo de la mano de Blanca Andreu. Además, cantautores como Marwan publican sus libros de poemas y surgen nuevas voces como las de Mario Obrero, que a sus dieciocho años publica su tercer libro y gana el premio Loewe. En cuanto al teatro, se observa un doble camino:
- El de Juan Mayorga (El chico de la última fila), centrado en la memoria histórica con tintes filosóficos.
- El de Angélica Liddell (La casa de la fuerza), que a través de la autoficción analiza y critica la figura del espectador en el mundo cotidiano.
Por último, citar la figura de Alberto Conejero y su obra La piedra oscura, uno de los últimos valores para nuestras letras.
La Novela Española: De 1975 a la Actualidad
En 1975 murió Francisco Franco, lo que supuso el final de la Dictadura y el comienzo de la Transición a la democracia, dando lugar a una Monarquía Parlamentaria presidida por el rey Juan Carlos I. La desaparición de la censura y el nuevo régimen de libertades conllevó la recuperación de los escritores exiliados y una gran difusión de la novela, con la expansión de grupos editoriales y el apoyo de diversos premios literarios, destacando el auge de los bestsellers y la literatura juvenil. Por contra, el mercado editorial tuvo que adaptarse a una nueva era tecnológica, con el surgimiento del libro electrónico.
El inicio de esta renovación lo encontramos en 1975 con la publicación de La verdad sobre el caso Savolta de Eduardo Mendoza, que se distancia de la narrativa anterior con la recuperación de la trama y la faceta periodística, otorgando gran valor a la intriga y el humor. La nueva narrativa abandona la experimentación y regresa al realismo, con un lenguaje sencillo y personajes bien caracterizados, utilizando las voces ficcionales clásicas (primera o tercera persona). Lo que prima, ahora, es el entretenimiento. Además, se desarrolla el relato corto, aumenta el número de escritoras y se promociona la novela gráfica con temas de gran complejidad, como ocurre en el estudio del alzheimer en Arrugas de Paco Roca. Puesto que nos encontramos ante una época con gran cantidad de temas y autores, faltándonos una perspectiva temporal, plantearemos únicamente un bosquejo inicial de las principales tendencias que dominan hasta nuestros días.
En primer lugar, contamos con la novela histórica, que debido a su precisión obliga al escritor a documentarse sobre el periodo que trata. Aquí aparece la saga El capitán Alatriste de Pérez Reverte o El hereje de Miguel Delibes. Dentro de esta tendencia cabe citar aquella que se ocupa de la reconstrucción de la historia de la Guerra Civil, con obras como La buena letra de Rafael Chirbes, Soldados de Salamina de Javier Cercas, La voz dormida de Dulce Chacón, Luna de lobos de Julio Llamazares o Los girasoles ciegos de Alberto Méndez. Pasamos a la novela policiaca y de intriga, donde se mezclan aspectos policiacos con políticos e históricos. El escritor más representativo es Manuel Vázquez Montalbán con su detective Carvalho, al que siguen otros como Antonio Muñoz Molina (Plenilunio), Eduardo Mendoza (La ciudad de los prodigios) o Carlos Ruiz Zafón (La sombra del viento).
En tercer lugar está la novela de memoria y testimonio, que buscan retratar una generación en la que el compromiso es el tema básico, con cierto lugar para lo irracional y absurdo. Ejemplos de lo dicho son Te trataré como a una reina de Rosa Montero o Crematorio de Rafael Chirbes. A este tipo se opone la denominada “novela lírica”, cuyo valor esencial es la introspección y la búsqueda de la perfección formal, con una tendencia al lenguaje poético. Lo vemos en Mortal y rosa de Francisco Umbral, La lluvia amarilla de Julio Llamazares o El lápiz del carpintero de Manuel Rivas. La novela de pensamiento se encuentra cercana al ensayo, siendo un tipo de narrativa en la que se difuminan las fronteras entre la novela y el ensayo, que da cauce a las preocupaciones del autor, en un tono a veces autobiográfico. Un ejemplo de ello es Sefarad de Antonio Muñoz Molina, o muchas de las obras de Javier Marías, como Tu rostro mañana. También tenemos la metanovela, donde el narrador reflexiona sobre los aspectos teóricos de la misma y su verdadero argumento es la propia creación de la obra. Es decir, la literatura se convierte en materia literaria. Algunos ejemplos son El desorden de tu nombre de Juan José Millás, Bartleby y compañía de Enrique Vila-Matas. Por último, la novela de la Generación X es una tendencia donde los autores más jóvenes tratan los problemas de la juventud urbana (sus salidas nocturnas en las grandes ciudades, el uso y abuso de drogas, del sexo, del alcohol y de la música rock…), con una estética muy cercana a la contracultura. Héroes de Ray Loriga, Historias del Kronen de José Ángel Mañas o Sexo, prozac y dudas de Lucía Etxebarría son tres buenos ejemplos.
Lingüística: Conceptos Semánticos Fundamentales
En 1917, Charles Bally y Albert Sechehaye publicaron Curso de Lingüística General, a partir de las lecciones impartidas por su maestro Saussure, padre del estructuralismo. Este distingue dos conceptos: significante y significado. Mientras que el primero es la parte perceptible por los sentidos, el segundo es el concepto o idea que evoca.
En nuestro caso, diremos que la monosemia es una relación semántica en la que se adjudica un significado a un significante. Pongamos como ejemplo “abogado”, “aceite” o “ajo”.
La polisemia es una relación semántica en la que se adjudican varios significados a un significante. En el diccionario, este único significante sería una única entrada con varias acepciones. Pongamos como ejemplo “banco” (ya sea una entidad financiera, un asiento o un conjunto de peces), o “columna” (ya sea un artículo periodístico, la parte de un esqueleto o un soporte en las construcciones).
La homonimia es una relación semántica en la que dos significados diferentes, en un determinado momento histórico, confluyen en un mismo significante. Distinguimos entre homógrafas (“vino”) y homófonas (vaca/baca). Dentro del diccionario, el significante aparecerá en varias entradas.
La hiperonimia es una relación semántica en la que un significante posee un significado con mayor amplitud y engloba a otros, a los que se denomina hipónimos. Por ejemplo, el hiperónimo “deporte” aglutina hipónimos como “fútbol”, “baloncesto”, etc.
La antonimia es una relación semántica en la que se oponen significados entre distintos significantes. Puede ser gradual, si en la oposición existe un término medio (entre “frío” y “caliente” existe “templado”); complementaria, si no existen términos intermedios (“día” y “noche”); y recíproca, si un término implica a su contrario (“abuelo” y “nieto”).
La sinonimia es una relación semántica en la que existe identidad de significados entre distintos significantes. Puede ser total, si los significantes son intercambiables en todos los contextos (“monarca” y “rey”); parcial, si no lo son (“nervioso” y “alterado”); de grado, si hay un aumento o disminución del mismo (“miedo”, “pavor”, “terror”); y connotativa, si se dan valoraciones subjetivas (“comunista” y “rojo”).
La paronimia es una relación semántica en la que dos palabras tienen significantes y significados distintos, pero se asemejan en el plano fonético. Por ejemplo, “ciervo” y “siervo”, “roja” y “reja”, etc.