La Reflexión Filosófica sobre el Ser Humano
Para Immanuel Kant, la filosofía se plantea tres grandes preguntas fundamentales:
- ¿Qué puedo conocer?
- ¿Qué debo hacer?
- ¿Qué me cabe esperar?
A la primera pregunta responde la **gnoseología** (como vimos en la unidad 2); a la segunda cuestión responde la **ética** (como se estudiará en la unidad 8); y a la tercera responden la **metafísica** (unidad 4) y, fuera ya de la filosofía, la religión. Sin embargo, según Kant, estas tres preguntas se resumen en una sola: ¿qué es el hombre? Y a esa pregunta responde la **antropología filosófica**. La cuarta pregunta engloba las otras tres porque, en realidad, estas indagan qué puede conocer el ser humano, qué debe hacer y qué puede esperar tras la muerte. Según la respuesta que demos a la pregunta ¿qué es el hombre?, conoceremos más o menos la realidad, deberemos actuar de un modo u otro o tendremos más o menos esperanzas de sobrevivir tras la muerte. Por ello, si alguna pregunta tiene importancia teórica y práctica en nuestro conocimiento, nuestro comportamiento y nuestras esperanzas, es precisamente esta: ¿qué es el ser humano en su totalidad?
No resulta tan fácil responder a esta cuestión, porque el ser humano en su totalidad se presenta a cada cual en dos experiencias y en dos ámbitos radicalmente distintos.
La Distinción entre Objeto y Sujeto: Monismo y Dualismo
René Descartes fue el primer filósofo en distinguir claramente dos ámbitos en nuestra experiencia: la experiencia física de los objetos materiales (incluyendo nuestro cuerpo) y la experiencia mental de nuestro mundo interior (el yo). La primera experiencia nos hace percibirnos como un objeto, mientras que la segunda nos hace percibirnos como un sujeto. Estas dos experiencias radicalmente distintas explican la existencia de dos tendencias opuestas en nosotros y en la filosofía: el monismo y el dualismo. Por ello, casi todas las respuestas a la pregunta ¿qué es el ser humano? se pueden englobar en uno de estos dos grupos:
- Monismo antropológico: Sostiene que el ser humano está constituido solo por una realidad material; los contenidos de la mente son también producto de la materia.
- Dualismo antropológico: Afirma que el ser humano está formado por una realidad material (el cuerpo) y un alma inmaterial (el espíritu).
Generalmente, el monismo tiende a ser materialista y ateo, mientras que el dualismo suele ser espiritualista y teísta.
La Reflexión Filosófica sobre el Cuerpo Humano
Antes de estudiar las principales concepciones filosóficas sobre el ser humano, realizaremos unas breves reflexiones en torno a la dimensión material y sensible de nuestra naturaleza: el cuerpo.
El Cuerpo como Objeto y Sujeto
El cuerpo es un objeto a través del cual se expresa un sujeto. Existe una diferencia radical entre objeto y sujeto: el objeto es conocido, utilizado, manejado, mientras que el sujeto conoce, utiliza y maneja. El objeto es una cosa y el sujeto una persona. El ser humano reúne ambos extremos, lo que lo convierte en el objeto más asombroso, pues también es sujeto, y, a la vez, en el más difícil de definir, porque lo conocemos desde dentro; es más, todo lo conocemos desde él. Por tanto, el ser humano no es un objeto más. Se trata de un objeto que, al ser habitado por un sujeto, se caracteriza por su especial dignidad y su extraordinario misterio.
Sin embargo, por ser objeto habitado por un sujeto, el cuerpo humano no deja de estar sometido a las leyes de la física que afectan a los demás cuerpos: es extenso, material, denso, ocupa un espacio, es vulnerable, está sujeto al desgaste, a la gravedad, etc. En esa tensión de ser, en un extremo, un objeto más y, en el otro, el único sujeto entre los objetos, se despliega la enorme complejidad y grandeza de la personalidad humana.
El Cuerpo como Animal y Manifestación Corpórea
- El cuerpo es más que un objeto físico: es un animal. El cuerpo está vivo, tiene necesidades y apetitos, requiere cuidados, está sometido a las leyes de la genética y la biología, cambia, evoluciona, sufre procesos y, sobre todo, es mortal.
- Yo soy mi cuerpo, pero no solo mi cuerpo. Soy algo más que la materia que me compone. Nada puedo realizar sin mi cuerpo, pero soy algo más que él. Mi cuerpo no es solo un objeto físico, sino la manifestación corpórea de una realidad incorpórea. Representa una valiosa presencia que hemos de respetar porque es un objeto único y el misterioso habitáculo de la intimidad del sujeto.
El Cuerpo como Soporte Físico No Elegido
El cuerpo es el soporte físico, no elegido, que los demás ven de mí. Mi vida se despliega a través de un cuerpo que no he escogido y que viene condicionado, en gran parte, por los genes heredados de mis ancestros. El espejo me devuelve una imagen con la que puedo no identificarme, porque la puedo ver como un objeto extraño a mi yo interior. Concedemos tanta importancia a la ropa, el maquillaje y el cuidado personal porque es lo que voluntariamente escojo para un cuerpo que no he podido elegir voluntariamente.
La Visión Griega del Ser Humano
Desde los orígenes de la visión griega, el ser humano se nos presenta como un ser intermedio entre los dioses y los animales: el alma lo acerca a los dioses y el cuerpo a los animales. Esto tiene también sus consecuencias morales: vivir para el cuerpo nos animaliza y vivir para el alma nos diviniza.
2.1. El Héroe Homérico
En las obras de Homero, la Ilíada y la Odisea, destaca la importancia y el valor del héroe individual. Se trata de una idea que Occidente ha heredado y que luego el cristianismo reforzó y universalizó, con el concepto de persona. Esa dignidad descansa sobre dos pilares: la libertad y la areté.
- Libertad: En Homero, el destino está subordinado a la acción individual y libre. Aquiles, por ejemplo, elegirá la temprana muerte que el destino le depara y que lo hará célebre, antes que una larga vida sin fama. Así pues, aunque aún se cree en el destino, nos encontramos con la afirmación del concepto occidental de libertad: la posibilidad de elección dentro de unas limitaciones.
- Areté: El héroe homérico posee una excelencia propia solo del noble: la areté, que lo hace excepcional y lo lleva a competir y destacar sobre los demás. Esta excelencia se manifiesta en cualidades tales como belleza, magnanimidad, inteligencia, honor… pero, sobre todo, valentía. Gracias a la areté, el héroe se enfrenta a la muerte, mata a los enemigos y gana la gloria correspondiente, lo que lo convierte en bueno, bello y amado de los dioses.
Asimismo, en el mundo homérico se celebra la vida y se llora la muerte, porque el alma, en el Hades, es tan solo una triste sombra de la vida. Dice Homero de Héctor al morir: «Apenas acabó de hablar, la muerte lo cubrió con su manto; el alma voló de los miembros y descendió al Hades, llorando su suerte, porque dejaba un cuerpo vigoroso y joven».
2.2. El Ser Racional de Sócrates
Con Sócrates y los sofistas tuvo lugar el giro antropológico, a partir del cual el interés de la filosofía comenzó a centrarse en el ser humano. Sócrates definió al ser humano como un ser racional y así proclamó la razón como su facultad definitoria y principal. Gracias a la razón, el ser humano conoce la verdad, que, en realidad, es el bien, y así logra la felicidad. Esta visión del ser humano conlleva una ética del dominio de nuestra parte animal y de nuestras emociones y pasiones; además, defiende una cierta valoración positiva del alma a costa del cuerpo.
2.3. El Dualismo Platónico
Platón divide la realidad, el conocimiento y el ser humano en dos realidades antagónicas. Por este motivo, se puede hablar de un dualismo cosmológico, gnoseológico y antropológico.
El dualismo antropológico de Platón consiste en afirmar que el ser humano está compuesto por dos realidades antagónicas y accidentalmente unidas: el alma espiritual e inmortal y el cuerpo material y mortal. En esta concepción, el cuerpo pertenece al mundo físico, corruptible, imperfecto, el de las cosas múltiples y mudables; mientras que el alma pertenece al mundo de las ideas, de lo divino, de lo uno, lo permanente y lo inmutable. El alma preexiste al cuerpo y lo sobrevivirá. El ser humano queda así como un ser intermedio entre dos realidades y puede elegir entre dos maneras de conducirse: o vivir para el cuerpo o vivir para el alma. Para Platón, el ser humano no es su cuerpo, sino su alma. Del mismo modo, la verdadera realidad no es el mundo físico, sino el mundo de las ideas, y el verdadero conocimiento no es el sensible, sino el inteligible. El cuerpo es visto como una bestia que hay que domar y que nos relega al conocimiento sensible, que es una degradación del conocimiento. Esa consideración negativa del cuerpo prevalecerá en gran parte del pensamiento occidental.
El alma tiene tres niveles o dimensiones según la influencia que el cuerpo ejerza sobre ellas: la dimensión racional, la dimensión pasional y la dimensión apetitiva o, si se prefiere, razón, sentimientos y apetitos. La razón debe dominar a las otras dos; los sentimientos, a los apetitos, y los apetitos no deben mandar sobre nadie, sino ser gobernados. A cada dimensión le corresponde una virtud, es decir, una manera adecuada de comportarse.
2.4. El Animal Racional y Político de Aristóteles
Platón concibe al ser humano como la unión accidental entre dos principios opuestos: el cuerpo y el alma. Por este motivo, la muerte no representa la desaparición del ser humano, sino solo la del cuerpo. En cambio, en Aristóteles «cuerpo y alma constituyen el viviente» y, por tanto, el ser humano es la unión inseparable y sustancial de cuerpo (materia) y alma (forma). Por eso lo define como «animal racional»: su cuerpo es animal y su alma es racional. Cuando alma y cuerpo se separan en la muerte, el ser humano desaparece. Para Aristóteles, el alma es tan mortal como el cuerpo y el cuerpo es tan bueno y humano como el alma.
- Alma vegetativa: presente en las plantas, los animales y el ser humano, permite la nutrición y la reproducción.
- Alma sensitiva: presente en los animales y en el ser humano, capacita para la percepción, el deseo y el movimiento.
- Alma intelectiva: presente solo en el ser humano. Gracias a ella, poseemos voluntad y entendimiento.
Aunque el alma es mortal, Aristóteles parece creer que el entendimiento es inmortal, como las realidades divinas e inmateriales que es capaz de conocer. Ahora bien, la inmortalidad del entendimiento no conlleva, en Aristóteles, la inmortalidad del individuo.
Pero el ser humano no es solo «animal racional», sino también un animal político. Para sobrevivir y ser plenamente humano, no le basta con su razón, sino que necesita una polis, una sociedad de semejantes donde desarrollar todas sus potencialidades. La finalidad de cada viviente es alcanzar los fines de nuestra naturaleza. Y, dado que su naturaleza es animal, racional y política, nuestra finalidad es satisfacer nuestras necesidades físicas y, sobre todo, vivir como seres racionales en una comunidad política.
2.5. Materialismo e Individualismo Helenista
El periodo helenístico abarca desde finales del siglo IV a. C., con la muerte de Alejandro Magno, hasta el siglo II a. C., con la conquista romana de la Hélade. Tras las conquistas de Alejandro Magno, la cultura griega se globaliza: Oriente se heleniza, pero Occidente también se orientaliza. El horizonte político del ser humano ya no es la polis, sino la ecúmene, es decir, la tierra habitada. Esto favorece tanto el cosmopolitismo como el individualismo: el individuo ya no encuentra su sentido en la polis, sino que lo ha de buscar por su propia cuenta, y comienza a percibir el mundo conocido como su patria. La gran preocupación de la filosofía ya no es la metafísica ni la política, sino la ética. La pregunta fundamental no será qué es el ser humano, sino cómo debe vivir. Nos encontramos con una filosofía práctica, es decir, orientada a la moral y a la consecución de la felicidad. La felicidad se consigue alcanzando la apatía en el caso de los estoicos (ausencia de pasiones) o la ataraxia en el caso de los epicúreos (sosiego interior ante las turbulencias interiores y exteriores).
Dos son las grandes escuelas helenísticas: estoicismo y epicureísmo, inspirada la primera en la cosmología de Heráclito y la segunda en la de Demócrito.
- Estoicismo: Sostiene que la felicidad o apatía se logra viviendo como corresponde a seres racionales: cultivando las virtudes y luchando contra las pasiones. Así se logra la apatía. Nos encontramos de nuevo con una valoración positiva de la razón y una valoración negativa del cuerpo y lo irracional. Vivir racionalmente es además, vivir de acuerdo con la naturaleza, porque esta se identifica con la razón cósmica o logos, que todo lo informa, y, a la vez, con el destino. Todo lo que el destino me depare es designio del logos del que soy parte y con el que mi alma se fundirá tras la muerte. Por tanto, el estoicismo es panteísta (porque la divinidad es inmanente y se identifica con la naturaleza), fatalista (porque no hay libertad salvo la de aceptar el destino universal) y cosmopolita (puesto que todos los seres humanos formamos parte del logos). A su vez, el alma individual es una porción del fuego primigenio, del logos; tras la muerte del individuo, se fundirá con él.
- Epicureísmo: Defiende que la felicidad, ataraxia en este caso, se alcanza evitando los dolores y cultivando los placeres naturales y necesarios, sobre todo, los espirituales: el arte, la amistad o la cultura. Así se llega al estado anímico de la ataraxia. Además, conviene evitar el lujo, la ambición y la política, que nos arrebatan el sosiego interior. En Epicuro, el alma es principio de la vida, de la percepción y de la razón. Al igual que el cuerpo, también está compuesta de átomos (aunque más lisos y sutiles) y, por tanto, el alma es también material. La muerte es la ausencia de percepciones provocada por la separación de los átomos que componen el alma.
3. El Pensamiento Cristiano y Medieval
El pensamiento occidental arranca con Grecia y Roma, y luego se ha desarrollado en gran medida a partir del mensaje cristiano o contra él. Ideas como persona, dignidad, igualdad, fraternidad, derechos humanos, democracia, etc., han ido aflorando en una civilización muy influida por el cristianismo. Conocer el cristianismo es conocer nuestra cultura y sus aportaciones al resto del mundo. Grandes filósofos cristianos fueron san Agustín, que inspiró su filosofía en Platón, y santo Tomás de Aquino, que se inspiró en Aristóteles.
Nueva Concepción del Ser Humano Creado a Imagen Divina
Según el mensaje cristiano, un Dios omnipotente y personal (es decir, un Dios que es una persona y no una fuerza cósmica sin conciencia) ha creado, por amor, a una criatura «a imagen y semejanza suya». La ha creado, por tanto, con entendimiento y voluntad, lo que la convierte en una criatura única y privilegiada, en rey de la creación.
El ser humano ya no es, como entre los griegos, un objeto más que debe ser examinado. En el pensamiento cristiano, el ser humano es contemplado además, como una persona, el centro de toda reflexión, una realidad excelente, un sujeto que pregunta de tú a tú a su hacedor. Ser imagen de Dios (imago Dei) constituye en el cristianismo el fundamento de la dignidad humana, es decir, del incalculable valor de cada individuo por ser hijo de Dios.