Metafísica: Platón y Aristóteles
En la Época Clásica y Helenística, Platón y Aristóteles abordaron la cuestión de la realidad desde perspectivas distintas que han marcado la historia de la filosofía. Platón, en obras como La República, sostiene que lo verdaderamente real son las Ideas, mientras que el mundo sensible es solo una copia imperfecta de estas. Esta concepción se ejemplifica en el Mito de la Caverna, donde los prisioneros solo ven sombras y confunden las apariencias con la realidad; solo quien se libera alcanza la luz del sol y contempla la verdad. Para Platón, la materia sensible es inestable y cambiante, y sigue el modelo de las Ideas, que son perfectas, eternas y universales. Su principio supremo es El Bien, fuente de verdad y ser, trascendente y separado del mundo material.
Aristóteles, por su parte, en la Metafísica, concibe la realidad como sustancia individual (ousía), compuesta por materia y forma, dos principios inseparables y consustanciales. Para él, la forma no existe separada de la sustancia concreta, sino que está presente en cada ser. La realidad se explica mediante su teoría de las cuatro causas (material, formal, eficiente y final), y el cambio es real: consiste en el paso de la potencia al acto, pudiendo ser sustancial o accidental. Así, la perfección y el desarrollo de un ser dependen de su estructura interna y su finalidad.
Aunque ambos filósofos buscan comprender la naturaleza de lo real, Platón establece un dualismo entre el mundo sensible y el inteligible, mientras que Aristóteles defiende un realismo sustancial donde la materia y la forma son inseparables. Platón enfatiza la trascendencia y perfección de las Ideas, mientras que Aristóteles subraya la inmanencia de la forma en la sustancia concreta. En conjunto, ambos ofrecen respuestas complementarias a la pregunta sobre qué es la realidad y cómo se puede conocer.
Antropología: Platón y Aristóteles
En la Época Clásica y Helenística, Platón y Aristóteles desarrollaron teorías sobre la naturaleza del ser humano, abordando la relación entre alma y cuerpo, la razón, los deseos y el conocimiento. Platón, en obras como La República y Fedón, concibe al ser humano como un ser dual, compuesto por alma y cuerpo, donde el alma es eterna y perfecta, mientras que el cuerpo es material, imperfecto y temporal. Esta dualidad se ejemplifica en el mito del carro alado, en el que el auriga (la razón) conduce dos caballos: el blanco (irascible, representa las emociones nobles) y el negro (concupiscible, representa los deseos). Para Platón, la misión del hombre es purificar el alma, dominando los deseos del cuerpo, hasta alcanzar la contemplación de las Ideas y prepararse para la muerte o la transmigración del alma.
Aristóteles, en cambio, en De Anima, entiende al ser humano como un ente compuesto por alma y cuerpo inseparables, dentro de un modelo hilemórfico. El alma no existe separada del cuerpo; es el principio de vida que permite que el organismo se nutra, crezca, se mueva y conozca. El ser humano posee tres facultades del alma: la vegetativa (propia de las plantas), la sensitiva (propia de los animales) y la intelectiva (racional), siendo esta última la que distingue al hombre. A diferencia de Platón, Aristóteles no concibe la inmortalidad del alma ni la transmigración; el alma realiza su perfección en la actividad del cuerpo.
En síntesis, Platón plantea un dualismo antropológico, donde el alma es superior y está separada del cuerpo, y el ser humano debe orientar su vida hacia la razón y la contemplación de lo eterno. Aristóteles propone un modelo unitario, donde alma y cuerpo forman una única sustancia, y la perfección humana se alcanza mediante la actividad racional encarnada. Mientras Platón enfatiza la trascendencia y la liberación del alma, Aristóteles resalta la inmanencia y la realización del hombre como ser completo en el mundo sensible.
Ética: Platón y Aristóteles
En la Época Clásica y Helenística, Platón y Aristóteles desarrollaron teorías éticas centradas en la virtud, la felicidad y el bien, pero con enfoques distintos. Platón, en obras como La República y El Banquete, concibe la ética como el camino hacia la justicia y la armonía del alma, donde la virtud consiste en que cada parte del alma cumpla su función: la razón dirige, la parte irascible sostiene la voluntad y la concupiscible controla los deseos. La felicidad se alcanza mediante la armonía interior y la contemplación de las Ideas, especialmente de la Idea del Bien, considerada el principio supremo. La ética platónica es trascendente, pues depende de la relación con un mundo inteligible y perfecto.
Aristóteles, en cambio, en la Ética a Nicómaco, plantea una ética práctica y centrada en el ser humano concreto, entendiendo la virtud como un hábito que se cultiva mediante la acción. La felicidad (eudaimonía) es el fin último de la vida humana, alcanzable mediante la actividad racional conforme a la virtud, pero siempre en el marco de la vida social y política. Para Aristóteles, la ética es inmanente y concreta, orientada a la vida cotidiana, y se basa en la doctrina del justo medio, que consiste en equilibrar el exceso y el defecto según la situación y la razón.
En síntesis, Platón plantea una ética trascendente y universal, donde la perfección del alma y la contemplación del Bien determinan la vida virtuosa. Aristóteles propone una ética práctica y realista, en la que la virtud se manifiesta en acciones concretas y en la vida en sociedad. Ambos coinciden en que la virtud y la razón son fundamentales para alcanzar la felicidad, pero difieren en su concepción de lo ideal y de la aplicación de la virtud en la vida humana.
La Metafísica de Descartes
La existencia de Dios es un pilar en el pensamiento de Descartes, lo cual se conecta directamente con su metafísica. Tras establecer su primera certeza («pienso, luego existo»), Descartes define la existencia de tres tipos de sustancias que componen toda la realidad.
La Sustancia Pensante (Res Cogitans)
Al preguntarse «¿quién soy yo?», Descartes concluye: «Yo soy una cosa que piensa». ¿Y qué es una cosa que piensa? Es una cosa que siente, que entiende y que sabe que entiende y siente. Por ello, Descartes estableció que la primera certeza indudable es la existencia de la sustancia pensante o res cogitans.
En la res cogitans residen las ideas, que se clasifican en tres tipos:
- Ideas adventicias: Se perciben a través de los sentidos y provienen del exterior.
- Ideas facticias: Provienen de la imaginación, son creadas por la propia mente.
- Ideas innatas: Son ideas que se encuentran en la razón desde el nacimiento, como la idea de perfección o de infinito. Con ellas se adquiere el conocimiento verdadero.
La Sustancia Infinita (Res Infinita)
La sustancia pensante es finita e imperfecta. Por ello, Descartes argumenta que es necesaria la existencia de una sustancia perfecta, eterna, inmutable y omnipotente que sea infinita: Dios o res infinita. Sostiene que es imposible que un ser finito como él mismo haya podido crear una idea tan grande e infinita como la de Dios; por tanto, esta idea debe haber sido infundida en él por ese mismo ser infinito. A su vez, la existencia de Dios es necesaria como garantía de la verdad, pues un ser perfecto no puede ser engañador, lo que contrarresta la duda sobre la existencia de un «genio maligno» que nos hace errar.
La Sustancia Extensa (Res Extensa)
Finalmente, Descartes no niega la existencia del mundo material, al que denomina sustancia extensa o res extensa. Este mundo está compuesto por todo aquello que tiene longitud, anchura y profundidad, y está sometido a las leyes de la física y la mecánica, moviéndose de forma determinada y predecible.