Conceptos Fundamentales en Filosofía y Psicología
El Superhombre de Nietzsche
Nietzsche introduce la figura del Übermensch (frecuentemente traducido como “superhombre” o “hombre superior”) como ideal de humanidad que trasciende los valores morales y culturales actuales. Se trata de un individuo que alcanza una «madurez espiritual y moral superior» a la del hombre común, capaz de generar su propio sistema de valores. Para Nietzsche, este superhombre emerge tras la superación de la “moralidad de esclavos” impuesta por el cristianismo, eliminando aquellos valores convencionales que someten al individuo, y creando nuevos valores vitales que afirmen la vida. En suma, el superhombre nietzscheano simboliza la humanidad futura que se libera del conformismo y se rige por su voluntad de poder, convirtiendo la vida en sí misma en sentido y valor supremo.
El Conductismo
El conductismo es una corriente psicológica que define la conducta observable como el único objeto legítimo de estudio científico. Watson describió el conductismo como el estudio experimental objetivo de la conducta, excluyendo cualquier referencia a estados mentales internos o introspección. Así, los conductistas analizan el comportamiento como una secuencia de relaciones estímulo-respuesta susceptibles de ser medidas y condicionadas. De acuerdo con esta perspectiva, el aprendizaje se produce mediante asociaciones y refuerzos en el ambiente: las respuestas voluntarias dependen de consecuencias previas (recompensas o castigos). En esencia, el conductismo sostiene que la psicología debe emplear métodos objetivables y cuantificables para predecir y modificar la conducta humana a partir de estímulos externos.
El Psicoanálisis de Freud
El psicoanálisis freudiano es una teoría psicológica y terapéutica centrada en la mente inconsciente y los procesos psíquicos ocultos. Freud postuló que la mayor parte de la dinámica mental humana está determinada por impulsos instintivos, en especial de naturaleza sexual y agresiva, que la conciencia reprime, pero que ejercen gran influencia sobre la personalidad y el comportamiento. Así, los conflictos internos entre estos impulsos inconscientes y las exigencias sociales producen síntomas, sueños o actos fallidos que el psicoanálisis intenta interpretar. El método psicoanalítico, llamado «cura por la palabra», utiliza técnicas como la asociación libre o la interpretación de sueños para hacer conscientes dichos contenidos reprimidos. En la teoría freudiana, la psique se estructura en instancias (ello, yo y superyó) que representan respectivamente los impulsos básicos, la mediación con la realidad y la internalización de normas; la interacción de estas instancias genera conflictos internos resueltos mediante defensas inconscientes. El objetivo del psicoanálisis freudiano es liberar a la persona de sus tensiones inconscientes promoviendo la integración de estos contenidos al yo consciente.
Éticas Teleológicas y Deontológicas
Las éticas teleológicas o consecuencialistas y las éticas deontológicas o categóricas difieren en el criterio que emplean para juzgar la moralidad de las acciones. La ética teleológica sostiene que lo moralmente correcto depende de las consecuencias o fines últimos que produce un acto. Es decir, una acción es buena en la medida en que promueva un fin valioso (por ejemplo, la felicidad general). De esta forma, el bien supremo está en el resultado: se juzga cada acto por la felicidad o utilidad que genere. En cambio, la ética deontológica defiende que la bondad de un acto reside en su conformidad con deberes o principios universales, sin atender a los resultados. Kant expresaba que la moralidad se rige por un imperativo categórico «cuyo valor no depende de su contenido, sino de su forma» universalizable. En consecuencia, según la ética deontológica, un acto es correcto si cumple una ley moral aplicable a todos los seres racionales, independientemente de las consecuencias que acarree. Así, la primera enfatiza la maximización de buenos resultados colectivos, mientras la segunda prioriza el cumplimiento del deber por respeto a la ley moral universal.
Ética Aristotélica
La ética de Aristóteles considera la felicidad (eudaimonía) como fin último y supremo del ser humano. Para Aristóteles, la felicidad consiste en vivir de acuerdo con la virtud y en la realización de las capacidades racionales propias del ser humano. Es decir, la excelencia moral se alcanza cultivando las virtudes éticas (como la templanza, la valentía o la justicia) e intelectuales (prudencia, sabiduría), que perfeccionan al individuo y expresan su excelencia humana. Cada virtud es vista como el punto medio entre dos extremos viciosos; por ejemplo, la valentía se sitúa entre la cobardía y la temeridad. La vida buena es, pues, «la actividad del hombre conforme a la virtud», una existencia equilibrada guiada por la razón, donde la práctica habitual del bien lleva al florecimiento humano. En síntesis, la ética aristotélica propone lograr la felicidad viviendo virtuosamente: actuar correctamente se convierte en un medio necesario para alcanzar la plenitud humana.
Las Escuelas Helenísticas: Cinismo, Estoicismo y Epicureísmo
En la época helenística surgieron varias escuelas filosóficas que buscaban la ataraxia (tranquilidad del alma) por distintos caminos. El cinismo, iniciado por Antístenes y encarnado en Diógenes de Sinope, promovía la autosuficiencia radical y el rechazo de las convenciones sociales y bienes materiales. Según Diógenes, la virtud era el único bien verdadero y la riqueza o el honor eran falsos bienes que debían desdeñarse; por ello, vivía conforme a la naturaleza, liberándose de deseos y necesidades artificiales. El estoicismo, fundado por Zenón de Citio, enseña que la sabiduría y la virtud son el bien supremo. Los estoicos proclamaban que “la virtud es el único bien”, considerando indiferentes todos los bienes externos como salud o riqueza. Su ética exige aceptar con serenidad el orden racional del cosmos y practicar el autocontrol ante el placer, el dolor o la fortuna. Se trata de vivir según la naturaleza universal. Por último, el epicureísmo, iniciado por Epicuro, plantea que el mayor bien es obtener placer duradero entendido como ausencia de dolor físico (aponía) y perturbación mental (ataraxia). Epicuro recomendaba una vida sencilla, moderando los deseos naturales y esenciales, para eliminar el miedo y el sufrimiento. Su enseñanza, lejos de fomentar excesos, privilegia los placeres moderados y la amistad, considerándolos medios para lograr la paz interior. Estas escuelas compartieron el objetivo de alcanzar la felicidad y la tranquilidad del alma en un mundo cambiante.
El Emotivismo Moral
El emotivismo moral es una teoría metaética (asociada a pensadores como David Hume) que sostiene que los juicios morales no comunican verdades objetivas, sino que expresan sentimientos subjetivos. Según esta postura, cuando alguien afirma «Esta acción es buena» simplemente manifiesta aprobación personal, comparable a exclamar “¡Bravo!”; en cambio, «Esta acción es mala» equivale a «¡Boo!». Es decir, las valoraciones morales son expresiones de agrado o desagrado ante conductas o situaciones, y no tienen contenido factual en el mundo. Como explicaba Hume, «las valoraciones morales son expresiones de sentimientos de agrado o desagrado y no propiedades objetivas de los objetos». Bajo el emotivismo, por tanto, la ética es un asunto de emociones y actitudes individuales compartidas culturalmente; no hay proposiciones morales verdaderas o falsas en sentido científico, sino meras expresiones de aprobación/reprobación.
El Formalismo Kantiano
El formalismo kantiano se refiere a la ética deontológica de Immanuel Kant, que fundamenta la moralidad en la forma del deber racional. Para Kant, lo crucial no es la consecuencia de un acto, sino la máxima o principio que lo inspira, debiendo poder convertirse en ley universal. El elemento central es el Imperativo Categórico, según el cual debe actuarse siempre conforme a una máxima que uno pueda querer como ley moral universal para todos. Así, un acto es moralmente correcto solo si su principio puede aplicarse sin contradicción a cualquier ser racional. Kant afirma que la única base de la moralidad es «la independencia de cualquier materia de la ley»: la voluntad debe obedecer la ley moral por respeto a la propia racionalidad. Asimismo, la ética kantiana incluye la idea de que la humanidad nunca debe usarse meramente como medio, sino siempre también como fin en sí misma. En síntesis, el formalismo kantiano convierte a la autonomía y universalidad racional en el criterio definitivo de corrección ética.
El Utilitarismo
El utilitarismo, desarrollado por Jeremy Bentham y John Stuart Mill, es una teoría consecuencialista que juzga la moralidad de los actos por sus efectos sobre el bienestar general. De acuerdo con este enfoque, una acción es correcta si “tiende a promover la felicidad o el placer” y errónea si genera el sufrimiento o el dolor, considerando a todas las personas afectadas. Es decir, el bien supremo es el bienestar colectivo: se debe actuar de modo que la suma de placeres resulte máxima para el mayor número de individuos. En palabras de la doctrina utilitarista, lo que uno debe hacer es precisamente aquello que maximice la felicidad total y minimice el sufrimiento. Esta visión pone el énfasis en el principio de la “mayor felicidad” o “utilidad” social, distinguiéndose del egoísmo al exigir la mayor ganancia global y oponiéndose a cualquier sistema moral que juzgue acciones por motivos o reglas independientes de sus consecuencias. En conjunto, el utilitarismo sintetiza una ética pragmática centrada en los resultados y el bienestar agregado de la comunidad.