Desde el punto de vista antropológico, Platón sostiene que el ser humano está dividido entre el cuerpo y el alma. El cuerpo se deja llevar por los deseos, mientras que el alma racional aspira a la verdad y al bien. Esta división explica por qué muchas personas siguen opiniones engañosas o deseos superficiales. En la alegoría de la caverna, Platón muestra cómo podemos vivir atrapados en apariencias sin darnos cuenta. Esta idea puede aplicarse fácilmente a la sociedad actual, donde muchas veces aceptamos imágenes, tendencias o discursos sin analizarlos críticamente. Para Platón, la liberación consiste en educar el alma para que busque la verdad y no se quede en las “sombras”.
Finalmente, su pensamiento político completa esta visión: la sociedad será justa cuando cada persona desempeñe el papel para el que está mejor preparada y cuando gobiernen los más sabios. Platón criticó la democracia de su tiempo porque permitía que cualquiera gobernara sin preparación, lo que favorecía la demagogia. Aunque hoy no defendamos un gobierno de filósofos, su crítica nos obliga a pensar en la calidad de la información, la educación ciudadana y el peligro de que la opinión sustituya al conocimiento. Para Platón, una sociedad justa necesita líderes formados, instituciones estables y ciudadanos capaces de razonar críticamente.
Aristóteles afirma que el ser humano es por naturaleza un animal político porque necesita vivir en comunidad para desarrollar plenamente su capacidad racional y alcanzar la virtud. La polis surge de manera natural: nace de la familia, se amplía en la aldea y culmina en la ciudad, que es autosuficiente y permite una vida completa. Su finalidad no es solo sobrevivir, sino vivir bien, es decir, virtuosamente. La política se entiende como una extensión de la ética: la polis debe promover las condiciones necesarias para que los ciudadanos puedan vivir moralmente y alcanzar la felicidad. La ley es esencial porque marca normas, hábitos y modos de vida que orientan a los ciudadanos hacia la virtud. Para Aristóteles, un buen legislador es aquel que sabe formar un carácter justo mediante leyes razonables. Aristóteles distingue entre formas rectas de gobierno —monarquía, aristocracia y politeia— y formas desviadas —tiranía, oligarquía y democracia—. Las rectas buscan el bien común; las desviadas buscan el interés particular del gobernante o del grupo dominante. La politeia, que es una constitución mixta, suele ser la más estable porque equilibra los intereses de ricos y pobres.
Además, Aristóteles considera que una ciudad necesita una clase media fuerte para evitar conflictos. Cuando la sociedad está polarizada entre ricos y pobres, la polis se vuelve inestable. En cambio, una mayoría moderada garantiza equilibrio y continuidad. El origen del Estado está en la necesidad natural de cooperación y en la capacidad humana para el lenguaje, que permite deliberar sobre lo justo y lo injusto. Por eso, la vida política es un ámbito racional. La ciudad no solo debe organizar la vida material, sino favorecer la educación en la virtud, que es su fin principal. Finalmente, Aristóteles entiende que cada polis debe buscar la constitución más adecuada a sus circunstancias. No existe un modelo único; el mejor gobierno es el que consigue realizar el bien común en cada situación concreta. Por tanto, la política es una ciencia práctica que estudia cómo organizar la vida colectiva para hacer posible la vida virtuosa de los ciudadanos.
La metafísica de Aristóteles explica la realidad a través del paso de potencia a acto, es decir, cómo las cosas y las personas se desarrollan y llegan a ser lo que pueden ser. Esta idea permite entender temas actuales como el crecimiento personal, la educación o los cambios sociales: no estamos “terminados”, sino en constante proceso de realización mediante nuestras decisiones y esfuerzos.
Además, Aristóteles sostiene que todo tiene un fin (telos), y que el ser humano se orienta naturalmente hacia la realización de su racionalidad. Esto ayuda a reflexionar sobre el sentido de nuestras acciones, el uso de la tecnología o la búsqueda de propósito. En conjunto, su metafísica ofrece un marco para analizar si lo que hacemos nos acerca a nuestra verdadera finalidad como seres humanos.