El Inicio de la Restauración Borbónica (1874)
El 29 de diciembre de 1874, el general Arsenio Martínez Campos encabezó un alzamiento en Sagunto y proclamó rey de España a Alfonso XII, hijo de Isabel II. Otros jefes militares se unieron a la proclamación y el general Francisco Serrano, presidente del Gobierno, fue desautorizado por sus oficiales y se exilió temporalmente. Al día siguiente del golpe, se formó en Madrid un gobierno provisional presidido por Cánovas del Castillo. Este ya gozaba de la confianza de Alfonso XII, a quien había ayudado a redactar el Manifiesto de Sandhurst, hecho público a principios de diciembre del mismo año y en el que se exponían los principios del futuro régimen de la Restauración.
1.1 El final de la Guerra Carlista
La primera acción política importante del nuevo rey, bajo la dirección de Cánovas, fue desplazarse al norte de la Península para dirigir la guerra contra los carlistas, que había empezado tres años antes. La llamada Tercera Guerra Carlista se desarrolló, sobre todo, en Cataluña, el País Vasco y Navarra.
Durante la contienda, don Carlos llegó a establecer un gobierno estable en Estella, emitió moneda y dispuso de poderosos contingentes de artillería y caballería que le proporcionaron algunas victorias frente al ejército constitucional, como las de Montejurra, Abárzuza y Lácar, aunque fracasó en los intentos de ocupación de grandes ciudades como Bilbao y Pamplona.
Mientras, Alfonso XII se dirigió a la zona del carlismo. Ofreció una amplia amnistía en la que proponía a todos olvidar el pasado y adherirse a la monarquía constitucional que él representaba. Uno de los antiguos líderes del carlismo, el general Ramón Cabrera, aceptó la amnistía y también dirigió un manifiesto a las tropas carlistas en el que invitaba a poner fin a una guerra devastadora sin ninguna esperanza de victoria.
En Cataluña, una vez finalizada la guerra, evolucionaron hacia posturas autonomistas defendidas de una manera militante por el periódico El Correo Catalán, fundado el año en el que finalizó la contienda. Los elementos del ideario carlista que propiciaron esta evolución fueron, principalmente, la oposición a las medidas centralistas y uniformistas de los gobiernos liberales y la defensa de los fueros y privilegios tradicionales. En lo esencial, este ideario también se mantuvo vivo en el País Vasco y Navarra.
Alfonso XII correspondió al gesto de Cabrera reconociéndole todos los títulos, entre los que estaban el de capitán general y el de conde de Morella. Pero el conflicto no se resolvió hasta que Carlos VII, el pretendiente carlista, vencido definitivamente en el frente del norte, pasó con sus tropas a Francia.
Los carlistas ya no volvieron a levantarse en armas, aunque su pensamiento tradicionalista se mantuvo vivo. A partir de su derrota militar, los carlistas comenzaron a participar en la vida política y se situaron en la extrema derecha del arco parlamentario.
Cánovas aprovechó el fin de la guerra para derogar aspectos esenciales de los fueros vasconavarros, aunque la aplicación de la ley fue una transacción entre fueristas y centralistas: aumentó la intervención del Estado en la administración del País Vasco y de Navarra y se estableció el servicio militar obligatorio y la contribución a los gastos de la Hacienda estatal. Ese nuevo marco de relaciones fiscales fue el llamado Concierto Económico, que mantuvieron luego las diputaciones forales en su relación con el Estado central. En 1878 se decidió que las diputaciones siguiesen recaudando los impuestos generales, comprometiéndose a pagar un cupo.
1.2 El Bipartidismo y el Turno Pacífico
Cánovas del Castillo impulsó un régimen bipartidista inspirado en el modelo inglés con el fin de acabar con las tensiones que habían marcado la política del país a lo largo del siglo XIX y asegurar la estabilidad del régimen político nacido en la Restauración.
Su intención era crear dos grandes partidos que pudieran aglutinar diferentes criterios, siempre que se ajustaran a la legalidad que él mismo había diseñado. Esto significaba dejar fuera del sistema a las organizaciones políticas que no aceptaran la monarquía restaurada y la dinastía borbónica. En consecuencia, los partidos que dominaron la escena política durante la Restauración fueron el Conservador y el Liberal, que representaban, respectivamente, a la derecha y a la izquierda dentro del pensamiento liberal.
Los Partidos Dinásticos
- Cánovas lideró el Partido Liberal Conservador, conocido después como Partido Conservador, que estaba formado por personas procedentes del antiguo Partido Moderado, de la Unión Liberal y de un sector del Partido Progresista. El Partido Conservador obtuvo pronto la adhesión del episcopado y de buena parte del catolicismo no radical.
- Sagasta lideró el Partido Liberal Fusionista, llamado después Partido Liberal, en el que se integraron sectores demócratas, radicales —que habían formado parte de la tendencia izquierdista del Partido Progresista— y del republicanismo moderado. Este grupo político recibió la influencia y el apoyo de los profesionales liberales: los comerciantes, los banqueros, los militares y los funcionarios.
El Partido Conservador había ganado las elecciones y bajo su hegemonía se redactó la nueva Constitución de 1876. A partir de su aprobación, la vida política del país se basó en la alternancia pacífica de los dos grandes partidos en la gestión del poder del Estado.
El bipartidismo se consolidó definitivamente tras la muerte prematura del rey Alfonso XII, sin sucesión masculina y estando la reina embarazada. Los dos grandes partidos acordaron el turno político para garantizar la estabilidad del régimen (en un supuesto acuerdo conocido como el Pacto de El Pardo). Cánovas demostró su habilidad política presentando la dimisión y sugiriendo a la reina regente que encargara la formación de un nuevo gobierno a su rival, el liberal Sagasta. El 17 de mayo de 1886 nacía Alfonso XIII, hijo póstumo de Alfonso XII.
1.3 La Regencia de María Cristina
A la muerte de Alfonso XII, de acuerdo con la Constitución de 1876, fue designada regente durante la minoría de edad del futuro Alfonso XIII la esposa del rey fallecido, María Cristina de Habsburgo-Lorena.
El primer turno político de la regencia fue de signo liberal. Durante estos cinco años, los liberales, presididos por Sagasta, desarrollaron una intensa actividad legislativa, que culmina con la Ley de Jurados —que establecía la independencia del poder judicial—, el Código Civil y, especialmente, la Ley de Sufragio Universal, por la que se ampliaba el derecho a voto a los varones mayores de 25 años. Sin embargo, aunque el sufragio universal masculino hizo que el censo electoral pasara de 800.000 personas a 5.000.000, no por ello aumentó la democratización de la política española, ya que las elecciones continuaron bajo el control de los caciques y del Ministerio de la Gobernación.
A partir de 1890, el turno de los dos grandes partidos se realizó por periodos más cortos. En casi todas las ocasiones, el Presidente del Gobierno fue Cánovas o Sagasta, pero estos presentaron su dimisión a la reina regente por distintos problemas. Así, por ejemplo, Sagasta presentó su dimisión en 1890 porque se descubrió la participación de algunos de sus familiares en determinados negocios favorecidos por el Gobierno. Por el contrario, en 1892, fue Cánovas quien presentó la dimisión por disensiones con otro dirigente del Partido Conservador.
En 1897, cuando Cuba estaba otra vez en plena insurrección por la independencia, Cánovas fue asesinado. Según sus allegados, el presidente del Gobierno meditaba un plan para superar el problema cubano y la nueva tensión con Estados Unidos, que apoyaban la insurrección de los independentistas de la isla. Tras el asesinato de Cánovas, Sagasta volvió al poder. Fue el jefe de gobierno encargado de asumir la derrota española en Cuba en 1898.
1.4 La Política Exterior y la Paz de Zanjón
Otro éxito del nuevo régimen fue la pacificación de Cuba, donde, poco después de que en España estallara la Revolución de 1868, había comenzado una guerra de liberación que había durado diez años y que había empezado con el llamado Grito de Yara. El general Martínez Campos fue enviado a la colonia caribeña con el encargo de combatir a los rebeldes y de negociar un acuerdo con ellos. En 1878 se firmó la Paz de Zanjón, en virtud de la cual se concedía a los cubanos los mismos derechos que a los españoles, con lo que llegó, momentáneamente, la tranquilidad a la isla.