San Agustín
Problema de la Realidad y el Conocimiento
Comienza su búsqueda de la verdad y la felicidad abandonando el maniqueísmo y el escepticismo, y desde el neoplatonismo acaba en el cristianismo. Él sostiene que hay dos caminos para hallar la verdad: la razón y la fe; estos dos se complementan. San Agustín se enfrentó a los escépticos, personas que defienden que no hay una verdad fija; a esto se le llama relativismo. Él refuta esto, pues afirma que están cayendo en una contradicción. Si dicen “no hay ninguna verdad”, están afirmando algo que es una verdad; esto es un error lógico. Por ello, defiende que hay algo de lo que no podemos dudar, y es de que estamos pensando. Da igual que nuestros pensamientos sean erróneos, siempre sabemos que estamos pensando; por esto dijo: “si me equivoco, existo“. Este pensamiento es la certeza más básica de la que no podemos dudar. Además, más tarde Descartes también llegará a una conclusión bastante parecida diciendo: “Pienso, luego existo”. Por lo tanto, el conocimiento que tiene el alma de sí misma es el punto de partida para conocer la verdad.
San Agustín hacía una diferencia entre dos tipos de conocimiento. Uno, el sensible, el más básico, que viene de la percepción de nuestros sentidos. El otro sería el conocimiento racional, que es más profundo, pues en él el alma se pliega en sí misma haciendo una búsqueda interna para llegar a la verdad. En este último conocimiento podemos distinguir dos grados: el racional inferior, llamado scientia, que se ocupa de las cosas materiales y sensibles; por otro lado, está el racional superior, llamado sapientia, este se ocupa de las verdades eternas, ideas universales y necesarias que nos conducen a la contemplación de Dios. Para llegar a esto último se necesita la luz divina, conocida como “la luz de Dios”; sin ella no podríamos comprender las verdades más profundas. Es decir, es necesaria la intervención de Dios con la gracia divina; a esto se denomina la teoría de la iluminación, así se consigue entender las verdades.
San Agustín se inspira en Platón, que decía que las ideas eran inmutables. Sin embargo, él da un paso más diciendo que Dios es la fuente de esas ideas; son modelos de lo que existe en el mundo. De esta manera se crea el ejemplarismo, donde Dios plasma sus ideas en la realidad mediante la mente divina, creando todo lo existente en un solo acto a partir de las razones seminales.
Problema de Antropología
Defiende que el ser humano es la obra maestra de la Creación. Tiene una concepción dualista de unión dualista y natural entre alma y cuerpo. Él reconoce que el alma posee las tres partes del Alma que sostenía Aristóteles: vegetativa, sensitiva y racional. Pero además hace una división de sus capacidades. La primera es el ser, donde construimos lo que somos con la memoria. La segunda, el saber, que es el resultado del uso del entendimiento. Por último, somos amor como resultado de la voluntad, quien tiene la capacidad de dirigir nuestro comportamiento.
San Agustín asemeja esta división con la Santa Trinidad, donde Dios Padre equivale a memoria, Hijo a entendimiento y Espíritu Santo a voluntad. El amor es el componente básico en la vida humana, por ello Agustín dice que puede manifestarse en dos formas: Amor Caritas o amor Dei, el cual es ordenado y es hacia Dios; este eleva el alma hacia la verdad eterna. Por otro lado, está el Cupiditas, también llamado amor sui, que es hacia uno mismo; es desordenado, guiado por el deseo que pone en juego al cuerpo y nos ata a las pasiones mundanas. Esto marca la teoría de los amores, que están enfrentados, pues son incompatibles. El ser humano está marcado y carga con una mancha que lo suele inclinar hacia el amor sui; por ello, la voluntad, que dirige los impulsos amorosos, es quien debe decidir qué amor elegimos, ya que esta es libre. Dios nos dota del “libre albedrío“, y somos nosotros quienes debemos elegir el bien para llegar a la verdadera libertad y salir del estado de caída. A través de esto llegaremos a su propuesta de la ética, donde profundizará en el estado de caída y por qué existe el mal, y su propuesta política, que parte de los dos tipos de amores que hemos presentado.
Problema de la Política
Los paganos hacen responsables a los cristianos de la caída del Imperio Romano. Para defenderlos de esta acusación, crea una defensa titulada La Ciudad de Dios. En él argumenta que el cristianismo representa la esperanza y renovación; por lo contrario, el paganismo sí es la decadencia del Imperio Romano con el lujo y la corrupción moral. Aquí presenta la primera filosofía de la historia universal, que está unida a su teología. Sostiene que la historia es guiada por la providencia divina hacia la salvación. Por ello, la política y la religión deben ir unidas, pues se necesita fe y razón para comprender el devenir humano.
En el libro se plantean dos ciudades simbólicas. La primera, la Ciudad de Dios, representada por Jerusalén, donde rige el amor Dei, que es ordenado y nos guía hacia el bien. Por otro lado, está la Ciudad Terrena, representada por Babilonia, donde rige el amor sui y el placer que encamina a los humanos hacia el mal. Estos son modelos ideales que explican el curso de la historia como una lucha entre el bien y el mal. El declive del Imperio Romano se sitúa en esta etapa del proceso histórico que acabará con el juicio final. Aquí los ciudadanos de la Ciudad de Dios serán separados de los ciudadanos de la Ciudad Terrena. De esta manera, el cristianismo simboliza el desarrollo continuo de la Ciudad de Dios, también conocida como Idea del progreso, que va más allá de las ciudades terrenales y reúne a todos los cristianos en la comunidad eterna. En este punto es donde el papel de la Iglesia es clave, pues difunde estas creencias y crea una comunidad.
Santo Tomás de Aquino
Problema de Dios
Fue un filósofo y teólogo italiano que integró la filosofía aristotélica con la teología cristiana. Para comprender la relación entre razón y fe, critica las posiciones de otros filósofos, como la oposición que dice que son incompatibles (cosa que rechaza porque Dios dio la razón al humano para buscar la verdad). Luego, la confusión, donde San Agustín decía que ambas se mezclan y la verdad se alcanza con la ayuda divina; él la critica por no distinguir bien entre filosofía y teología. Por último, la separación, donde Averroes sostiene que son dos vías independientes, lo que lleva a la doble verdad. Él se opone porque contradice la lógica, pero se apoya un poco al sostener que hay una separación y que solo existe una verdad.
Para introducir y solucionar el problema de Dios, primero debemos tocar dos temas. Su conocimiento es empirista, ya que siempre comienza por los sentidos, pues el humano no tiene ideas innatas, exceptuando a los iluminados por Dios. Por ello, podemos distinguir dos tipos de conocimiento: el sensible y el abstracto, que surge de lo sensible gracias al entendimiento agente y paciente. También debemos entender cómo él veía la realidad y la creación de esta. Tenemos que ver a Dios como Ser de nosotros, los seres. Dios ha creado el mundo y con él, seres contingentes. En estos podemos distinguir la esencia, que es la potencia (lo que son), y la existencia, el acto (lo que hace que las cosas sean). En el caso de Dios, que es acto puro, esencia y existencia coinciden.
La existencia de Dios es el primer dato de la revelación, pero al no ser evidente por la razón, se necesita demostración. Las pruebas no pueden partir de otra cosa, por lo que se necesitan pruebas a priori o a posteriori. Las a priori son aquellas que parten de la esencia para demostrar la existencia. Un ejemplo es el argumento ontológico de San Anselmo, que concluye diciendo que si al pensar en Dios definimos a Dios como ser perfecto, este debe existir en la realidad, pues si no, nos contradecimos. Santo Tomás no estaba de acuerdo con esta conclusión, ya que daba más información que en la premisa, por lo que se produce un paso falaz del orden del pensamiento al orden de la realidad.
Por otro lado, están las pruebas a posteriori, que parten de la existencia visible para concluir en la existencia divina. Para ejemplificar esto, tenemos las cinco vías de Santo Tomás. Estas no son suyas, pero las reúne y organiza. Tienen una estructura aristotélica, ya que parten de lo observable, luego aplican el proceso de causalidad, niegan el proceso al infinito y concluyen atribuyéndolo a lo divino. Las vías son: movimiento, causalidad, contingencia, grados de perfección y finalidad.
Un ejemplo de cómo se desarrollan lo podemos hacer con el movimiento (primera vía): este dice que Dios es el primer motor inmóvil, ya que parte de la idea de que las cosas cambian, pero han de ser movidas por algo (principio de causalidad), y como no podemos buscar el origen hasta el infinito, se atribuye a Dios el movimiento, pues es la primera causa y al ser perfecto, es puro acto. Otro desarrollado podría ser el de finalidad: algunos seres no tienen conocimiento, pero obran un fin, y esto es gracias a que alguien superior en intelecto y poder les controla, llegando a la conclusión de que es Dios, ya que es quien rige este supremo orden.
Aun demostrando a Dios por sus efectos, se nos escapa su esencia, que solo distinguimos por otros mecanismos como la negación, donde se niega de Dios las imperfecciones de las criaturas. Podemos afirmar y atribuir a Dios las perfecciones de las criaturas o mostrar la eminencia, donde distinguimos a los seres del Ser, definiendo a Dios como Ser inmutable y simple.
Descartes
Problema de Realidad y Conocimiento
En el contexto anterior a Descartes, la escolástica con dogmas de la teoría aristotélica estaba en su máximo apogeo, pero esta ideología estaba un poco “desgastada”. Descartes propone una teoría que busca poner en duda toda la escuela aristotélica, defendiendo al ser humano como objeto de conocimiento. Su punto de partida es la búsqueda de un nuevo fundamento al conocimiento y la realidad que fuese sólido e indudable. Critica el modelo aristotélico que se basa en tres tipos de conocimiento (saberes teóricos, prácticos y técnicos). Descartes no estaba de acuerdo con esta división; él dice que hay un método para llegar a este fundamento, y sus bases son las matemáticas, ya que el único saber es la “mathesis universalis” sobre el resto de saberes.
Este método, gracias a sus bases matemáticas, va a operar por medio de la intuición, que es la captación clara e inmediata de conceptos, y la deducción, procedimiento donde la razón descubre conexiones entre ideas simples. Además, plantea cuatro reglas del método:
- La evidencia, que permite aceptar solo lo claro y evidente.
- El análisis, descomposición de datos para hacerlos más simples.
- La síntesis, relacionar entre sí los datos simples para elaborar argumentos con los que llegar al conocimiento del problema.
- La enumeración, que comprueba lo anterior, autorregulando así la razón y evitando prejuicios, y defendiendo la autonomía de la razón sobre la fe y la autoridad.
Debemos utilizar estas bases para sanear el conocimiento, poniendo en duda todo lo que conocemos y así autorregular la razón. Para ello usa la duda metódica. El primer nivel de la duda son los sentidos, pues son subjetivos y no debemos fiarnos de ellos. El segundo, la no distinción entre sueño y vigilia, pues no podemos diferenciar entre estos dos estados. Por último, el genio maligno, este nos engaña y confunde sobre verdades evidentes, haciéndonos tener un conocimiento erróneo.
Por medio de esta duda se produce la primera certeza, ya que hay algo de lo que no podemos dudar, y es del cogito, pues si dudo, estoy pensando, y si pienso, existo (cogito ergo sum). Esta es la verdad clara y distinta sobre la que levantar todo el árbol del conocimiento, el yo pensante, siendo un sujeto pensante, y aquello que piensa son las ideas.
En estas se fundamenta todo el conocimiento, ya que es lo único con certeza. Pueden ser cualquier elemento de la consciencia, representaciones de cosas y ser un ámbito del espíritu. Las ideas las divide en tres tipos:
- Adventicias: obtenidas de la experiencia, confusas.
- Facticias: obtenidas de la imaginación.
- Innatas: que entendemos por su propia naturaleza; estas son claras y distintas.
La metafísica de Descartes está relacionada con la epistemología, pues el orden de la realidad viene de la evidencia de las ideas claras y distintas, que sería el yo o res cogitans, donde “res” lo define como cosa. El yo es el primer orden de la realidad y la primera evidencia. Este es una sustancia pensante, desde el punto de vista ontológico, es finita, cuyo atributo es el pensamiento y sus modos son las ideas; en estas distinguimos dos: el entendimiento (deduce argumentos) y la voluntad.
El segundo orden de la realidad es la res infinita (Dios), caracterizada por la perfección. Para demostrar la existencia, utiliza dos argumentos: la idea innata de Infinito, en la que dice que la idea de infinitud no puede venir de un ser finito, por lo que Dios la ha puesto en nosotros; y el argumento del sujeto pensante, que dice que yo no puedo ser la causa de mi propia existencia, por lo que Dios, ser independiente, es causa de mi existencia. Como Dios no depende de nada para existir, es la primera sustancia desde el orden ontológico, pero segunda del epistemológico. Además, es perfecto y veraz, por lo que no permitiría que nuestras ideas claras fuesen falsas, negando la hipótesis del genio maligno.
Por último, la res extensa (tercer orden): su principal idea es la extensión; esta no implica la existencia de cuerpos, pero Dios no nos engañaría, por lo que deducimos que hay. Además, se le atribuyen como modos la figura, la posición y el movimiento.
Según Descartes, el mundo físico funciona bajo tres características: el mecanismo, pues actúa como una máquina; el determinismo, todo determinado por leyes; y el reduccionismo, ya que solo admite propiedades cuantificables.
Problema de la Antropología
Descartes desarrolla un método basado en la duda metódica para sanear la razón. Esto concluye encontrando una única verdad segura: el cogito, ya que si dudo, es porque pienso, y si pienso, existo. En el problema de la realidad establece tres órdenes: la res cogitans o el yo pensante, que es la primera evidencia; dice que el yo es una sustancia finita cuyo atributo es el pensamiento y sus modos, el entendimiento y la voluntad; luego, la res infinita, donde al encontrar la idea innata del Infinito, deduce la existencia de un ser infinito, Dios, que es veraz, bueno y no engaña; por último, gracias a la veracidad de Dios, supera la duda de todo lo exterior y confirma la existencia del mundo exterior o res extensa.
Él mantiene un dualismo antropológico, donde el ser es una unión entre alma y cuerpo. El alma, la res cogitans, es inmortal, inmaterial y su esencia es el pensamiento; y el cuerpo, res extensa, material y mecánico, pues funciona como una máquina sujeta a leyes físicas. Descartes dice que esta unión es accidental y que, al tener naturalezas diferentes, es difícil de explicar cómo se comunican. Para ello, propone que su interacción ocurre en la glándula pineal, aunque su explicación no es satisfactoria.
La libertad es otro dilema que plantea. Afirma que la voluntad humana es libre, apoyándose en que la duda ya implica libertad. Sin embargo, surge una contradicción: si Dios es omnisciente y sabe cómo actuaremos, ¿nuestra libertad es real? Descartes reconoce el problema, pero considera que esto está más allá de nuestra capacidad de comprensión.
Problema de Dios
Descartes desarrolla un método para sanear la razón basado en dos mecanismos: la intuición, que capta verdades claras e inmediatas, y la deducción, que conecta ideas simples para descubrir verdades más complejas. Plantea además cuatro reglas: evidencia (aceptar solo lo claro y distinto), análisis (descomponer ideas), síntesis (recomponer las ideas simples) y enumeración (verificar los resultados).
Además, usa la duda metódica para poner en cuestión todo conocimiento, planteando tres niveles de duda, siendo más extremo con la hipótesis del genio maligno, que podría engañarnos incluso sobre lo evidente. Tras esta duda extrema, descubre una verdad indudable: el cogito (“pienso, luego existo”). Las ideas claras y distintas, como las matemáticas o la infinitud, son el fundamento del conocimiento.
Para salir de la duda de lo existente en el exterior, Descartes demuestra que la idea de infinito proviene de un ser perfecto, Dios, que es veraz y no puede engañarnos. Gracias a Dios, podemos confiar en el conocimiento claro y distinto y afirmar la existencia de realidades externas.
Descartes crea tres argumentos para probar la existencia de Dios:
- La idea innata de infinitud: consiste en que la idea de infinito no puede provenir de nosotros, seres finitos; por tanto, su causa debe ser Dios.
- El argumento del sujeto pensante: explica que no podemos ser la causa de nuestra propia existencia ni de su mantenimiento; por ello, Dios debe ser la causa.
- El argumento ontológico (o de la esencia): dice que la idea de perfección no puede originarse en una mente imperfecta; por lo tanto, debe haber una causa perfecta que es Dios, y como ser perfecto, existe necesariamente.
Gracias a estos argumentos, Descartes concluye que Dios es perfecto y veraz, por lo que no nos engañaría en cuanto a las ideas claras y distintas. Esto anula la hipótesis del genio maligno y permite salir del solipsismo, confiando en la existencia del mundo exterior.
Nietzsche
El problema de Dios en Nietzsche
Nietzsche divide su obra en una parte crítica y otra propositiva. En su crítica negativa, ataca los pilares de la cultura occidental: filosofía, religión y moral. A través de una genealogía de la moral, analiza el origen de nuestros valores, que según él han llevado a la decadencia cultural.
Critica la filosofía de Sócrates y Platón por dar prioridad a la razón (espíritu apolíneo) sobre los instintos y la vida (espíritu dionisíaco), despreciando el mundo sensible en favor de un mundo ideal. También rechaza el cristianismo. Nietzsche ve en el cristianismo una continuación vulgarizada del platonismo: ambos comparten la idea de dos mundos (uno perfecto, otro inferior), lo que implica rechazo a la vida terrenal. El cristianismo, con su fe en el “más allá” y su promesa de una vida celestial, refleja el miedo a la vida y la debilidad de espíritu. Además, impone un Dios que simboliza lo eterno, lo perfecto, lo espiritual y que niega lo humano y lo vital.
Frente a esta tradición, Nietzsche proclama: “Dios ha muerto”. Esta famosa frase no es una negación teórica o una prueba de la inexistencia de Dios, sino una constatación de un cambio profundo en la cultura occidental: la religión ya no guía nuestra vida ni valores. La humanidad ha dejado de creer sinceramente en Dios, y esto abre un horizonte nuevo. La muerte de Dios no es una tragedia, sino una liberación, ya que permite superar los valores religiosos y crear valores nuevos, ligados a la vida real, terrenal, inmediata.
En su obra Así habló Zaratustra, Nietzsche presenta a Zaratustra como el sabio que anuncia esta nueva etapa de la humanidad. Zaratustra no ofrece consuelos religiosos ni verdades absolutas, sino que representa al hombre libre que crea sus propios valores, sin depender del “bien” o el “mal” impuestos desde fuera. Dice “sí” a la vida, al cuerpo, al deseo, al sufrimiento, y rechaza todo idealismo trascendente. La figura de Dios es vista por Nietzsche como un vampiro de la vida, que absorbe lo mejor del ser humano proyectándolo en un más allá. Por eso, el mensaje de Zaratustra —“nosotros hemos matado a Dios”— marca el fin de esa cultura decadente y el inicio de una nueva era. Con la muerte de Dios, se derrumban los valores cristianos que enseñaban obediencia, humildad y negación del cuerpo. En su lugar, se impone el “yo quiero” del hombre autónomo, que actúa desde su voluntad, ya no desde la culpa o el temor.
Así, Nietzsche abre la puerta a una transvaloración de los valores, donde el hombre ya no necesita un Dios para vivir con sentido. El hombre se convierte en el creador de su propio destino, y esa es la nueva aurora que se abre con la muerte de Dios. Y el comienzo del nuevo mundo comienza cuando aparece el superhombre.
El problema del hombre en Nietzsche: el Superhombre
Nietzsche divide su obra en una parte crítica y otra propositiva. En su crítica negativa, ataca los pilares de la cultura occidental: filosofía, religión y moral. A través de una genealogía de la moral, analiza el origen de nuestros valores, que según él han llevado a la decadencia cultural.
Critica la filosofía de Sócrates y Platón por dar prioridad a la razón (espíritu apolíneo) sobre los instintos y la vida (espíritu dionisíaco), despreciando el mundo sensible en favor de un mundo ideal. También rechaza el cristianismo, al que considera “platonismo para el pueblo”, por valorar un más allá ilusorio y despreciar la vida terrenal. Con la frase “Dios ha muerto”, proclama el fin de los valores tradicionales y la necesidad de crear nuevos.
Para Nietzsche, la nueva visión de la vida, el tiempo y los valores necesita también de un nuevo tipo de ser humano: el Superhombre. Este es un hombre libre, no sigue normas impuestas, ni leyes, ni costumbres. Vive según sus propias reglas. No cree en valores eternos o religiosos, porque sabe que todos los valores han sido inventados por los humanos, y por tanto, él puede crear los suyos. Para él, la vida es el valor supremo y debe ser afirmada en todas sus dimensiones, incluso en lo trágico. El ser humano no debe buscar sentido fuera de esta vida (como hace la religión o la metafísica), sino que debe aceptar la existencia tal como es. Esto se denomina la idea del vitalismo.
Nietzsche describe el camino hacia el Superhombre a través de tres transformaciones del espíritu:
- El Camello: representa al hombre que carga con el peso de la moral tradicional, obedece al “tú debes” impuesto por la religión o la cultura. Se arrodilla ante Dios y acepta todo con sacrificio.
- El León: rompe con esas cadenas y mata a Dios. El león simboliza el rechazo a los valores heredados, pero solo sabe destruir. Dice “no” al pasado, pero todavía no crea algo nuevo.
- El Niño: es la última transformación. Representa la creación de nuevos valores. El niño es libre, creativo, espontáneo, inocente. Vive según el “yo quiero” y juega con la vida, sin culpas ni miedos.
El Superhombre de Nietzsche es como un niño por dentro: crea su propio sentido de la vida, sin seguir normas ni depender de Dios. Vive con alegría, con fuerza y con libertad. Esto se parece mucho a lo que Nietzsche dice en el texto Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, donde defiende que el ser humano no debe buscar una verdad única, sino que debe jugar con la realidad y crear sus propios significados. Esta idea se une con el Eterno Retorno, que dice que todo en la vida se repite una y otra vez. Por eso, hay que vivir de forma que uno quiera repetir su vida tal como es, sin arrepentirse de nada. Solo el Superhombre puede aceptar este reto.
El problema de la ética (del bien) en Nietzsche
Nietzsche divide su obra en una parte crítica y otra propositiva. En su crítica negativa, ataca los pilares de la cultura occidental: filosofía, religión y moral. A través de una genealogía de la moral, analiza el origen de nuestros valores, que según él han llevado a la decadencia cultural.
Critica la filosofía de Sócrates y Platón por dar prioridad a la razón (espíritu apolíneo) sobre los instintos y la vida (espíritu dionisíaco), despreciando el mundo sensible en favor de un mundo ideal. También rechaza el cristianismo, haciendo una profunda crítica a la moral tradicional, especialmente a la moral cristiana, a la que llama “contranaturaleza” porque, en lugar de afirmar la vida, la reprime. Según él, el cristianismo desprecia lo corporal, lo terrenal y lo vital, y considera al ser humano como culpable desde su nacimiento. Esto, para Nietzsche, es una forma de dominio, ya que desde niños se nos impone una moral que va en contra de nuestros instintos naturales.
Nietzsche afirma que la base filosófica del cristianismo es el platonismo, porque sitúa la verdad en un mundo superior (el más allá), despreciando la realidad terrenal. Critica que la moral cristiana haya convertido el devenir del mundo en algo negativo, imponiendo culpa y castigo. El ser humano no necesita a Dios para ser libre, y el mundo no sigue ninguna ley divina.
En su obra La genealogía de la moral, Nietzsche analiza el origen de los conceptos “bueno” y “malo”. En sus inicios, lo bueno era lo fuerte, bello y poderoso; lo malo, lo débil y pobre. Pero los pueblos sometidos, como los judíos y cristianos, invirtieron estos valores por resentimiento, y declararon “bueno” lo débil, pobre y enfermo, y “malo” lo fuerte y exuberante. Esta inversión es una venganza simbólica de los débiles.
En Más allá del bien y del mal, diferencia entre dos tipos de moral:
- Moral de los señores: los individuos se sienten libres, crean sus propios valores, rechazan las normas impuestas y afirman la vida tal como es. Esta es la moral del superhombre.
- Moral de los esclavos: los que siguen al grupo por miedo a ser diferentes. Promueven la igualdad y condenan lo distinto. Necesitan la protección del grupo y se refugian en promesas de otro mundo.
Nietzsche propone una transvaloración de los valores, es decir, reemplazar los valores cristianos (compasión, humildad, obediencia…) por otros nuevos que afirmen la vida, la fuerza, la libertad y la creatividad. Esto solo es posible tras el nihilismo, que limpia los antiguos valores y permite crear otros nuevos. El superhombre no se refugia en un más allá, sino que ama esta vida (vitalismo). Nietzsche defiende una concepción del tiempo cíclica, como en la Grecia clásica: no hay un final ni una meta, cada instante tiene valor en sí mismo. Así nace la idea del eterno retorno, que afirma el devenir y la vida en toda su intensidad.
El Pensamiento de Nietzsche: Crítica a la Cultura Occidental y la Superación del Hombre
La obra filosófica de Friedrich Nietzsche se puede dividir en dos partes esenciales: una crítica negativa a la cultura occidental y una propuesta positiva para la superación del ser humano. Nietzsche realiza una crítica sistemática a los pilares de nuestra civilización, incluyendo la filosofía, la religión y la moral. Su análisis se centra en los componentes básicos de la cultura, preguntándose hasta qué punto son válidos los valores, creencias y conocimientos establecidos. Para ello, emprende una genealogía de la moral, buscando rastrear el origen de los valores que han llevado a la cultura a su decadencia.
Critica especialmente tres aspectos. El primero es la filosofía occidental desde Sócrates y Platón, a quienes culpa de tergiversar el equilibrio vital de los antiguos griegos al priorizar la razón (espíritu apolíneo) sobre los instintos y la vida irracional (espíritu dionisíaco). Según él, estos autores cometen el error de inventar un mundo ideal, despreciando el mundo sensible y vital.
También critica la religión (el cristianismo) por ser una versión popular del platonismo, al valorar un mundo trascendente y despreciar la vida terrenal. Afirma que “Dios ha muerto”, lo que implica el fin de los valores tradicionales y la necesidad de crear otros nuevos. Según él, la moral cristiana nace del resentimiento de los débiles hacia los fuertes.
Por último, critica la ciencia porque privilegia el uso de la razón. En concreto, la idea de verdad absoluta, y sostiene un relativismo epistemológico. No la considera una vía auténtica de relación con el mundo, ya que refleja dos elementos que simplifican la realidad: el convencionalismo del lenguaje (sofistas), ya que el lenguaje no manifiesta la realidad, y los conceptos abstractos, imposibles e ilusorios. Según él, estos últimos crean ilusiones colectivas que llamamos “verdades”, que solo son metáforas que olvidamos que hemos creado nosotros. La ciencia, al reducir la realidad a números y fórmulas, ignora su riqueza y complejidad vital. Frente al hombre racional (o científico), Nietzsche valora al artista, que acepta la vida como es y crea sin buscar verdades. El arte, en su visión dionisíaca, es una afirmación de la vida.
Frente a esta visión negativa de la cultura, Nietzsche propone una superación del ser humano a través de tres conceptos clave: el superhombre, la voluntad de poder y el eterno retorno.
- Las tres transformaciones del espíritu/valores: el camello, que carga con los valores establecidos y representa el nihilismo negativo; el león, que se rebela contra ellos; y el niño, que crea nuevos valores “jugando” con el mundo con inocencia y libertad, que simboliza el nihilismo positivo. Esta evolución se da tras la “muerte de Dios”, que simboliza el fin de los valores trascendentes. Ese paso del nihilismo negativo al positivo es la transvaloración de todos los valores. Engloba toda su propuesta vitalista con el Superhombre, figura que afirma la vida en todas sus formas. Vive con intensidad, más allá del bien y del mal, siendo el máximo exponente del amor fati. Rechaza la igualdad y crea sus propios valores, como lo haría un artista o un niño, con la Voluntad de Poder para concebir la vida como una expansión, como un impulso vital creativo.
- El Eterno Retorno: es la idea de que la vida se repite eternamente. Nietzsche no lo plantea como una creencia literal, sino como un reto vital: vivir como si quisiéramos repetir nuestra vida una y otra vez. Está relacionado con el amor fati (amor al destino), que implica aceptar la vida tal como es, con lo bueno y lo malo, sin desear un mundo mejor o ideal.
Estos tres conceptos forman la base de la filosofía nietzscheana y proponen un camino para superar la decadencia de la cultura occidental, invitando a los individuos a afirmarse a sí mismos, a crear sus propios valores y a vivir intensamente, sin recurrir a las viejas estructuras morales que niegan la vida.